Planes, una política de Estado, y la gente como carne de cañón
Uso y manipulación de carenciados en la 9 de Julio para dirimir pulseadas oficialistas. Mientras, 40% de pobres y destrucción de la clase media
Muchas cosas definían la robustez social y el nivel cultural de los argentinos en los años 60 del siglo pasado –pobreza y desocupación mínimas, casi nula inseguridad, muy estimable educación pública en los tres niveles, Borges y Sabato en su plenitud y la modernidad del Instituto Di Tella, solo por mencionar algunas de sus características sobresalientes–, pero nadie retrataba mejor el lugar central que ocupaba la clase media en aquella sociedad que el gran Quino, por medio de su maravillosa invención de Mafalda. Aquella risueña tira gira alrededor de una niña/adulta con grandes inquietudes intelectuales y filosóficas que no deja de hacerse preguntas inteligentes sobre su entorno y el mundo en general. Su padre, oficinista; su madre, ama de casa, tienen casa, auto y vacaciones. Sus amigos del barrio conforman distintos arquetipos que responden a ese amplio universo de clase media al que aspiraban entonces no solo los pocos pobres que había en la Argentina, sino que también a integrantes del sector social más acomodado les gustaba autopercibirse de clase media por su mirada amplia, democrática, culta y educada, gustosa de vivir bien, pero sin ostentaciones ni despilfarros.
El contraste con el presente que transitamos resulta pavoroso: un 40% de la población está sumida en la pobreza, la inflación proyectada es del 60%, hay 1.500.000 desocupados y 2,6 millones de subocupados, el narcotráfico avanza, particularmente en Rosario y el conurbano, crece el delito común y la educación hace mucho que dejó de ser la que era.
Del Rodrigazo para acá (año 1975, gobierno peronista), la economía viene barranca abajo, con momentos de alivio cada vez más cortos. En este contexto, Mafalda hoy sería pobre. Deprime repasar ahora sus entrañables cuadritos porque es viajar a un pasado que quedó muy lejos y que no volverá.
La venerada y ancha clase media de entonces se desflecó por el camino, perdió sus brillos, su cultura y, principalmente, sus ahorros, base de su tranquilidad y porvenir. Lo que queda de ella es atacado por tres vías que buscan su ruina final: inflación, impuestos y trabajos cada vez de peor calidad. Y por eso está en vías de extinción.
Además de las ineptitudes manifiestas desde 1983 para manejar los destinos del país por parte de más de 27 años de gobiernos justicialistas y más de 11 años de gestiones no peronistas, sin contar las acciones dañinas y premeditadas que nos arrojaron al fondo del pozo donde estamos, hay un manejo nefasto de los sectores de la población más desposeídos en función de intereses políticos deleznables.
Las postales del acampe piquetero en la 9 de Julio, especialmente con mujeres y niños sufriendo las inclemencias del tiempo, alimentándose mal y expuestos a humillaciones para hacer sus necesidades, dejan al desnudo a una dirigencia insensible que los manipula y usa como carne de cañón, sin consideración alguna, solo para hacer una demostración de fuerzas callejera en absurda pulseada entre bandos enfrentados del propio oficialismo. Mientras tanto, otros dirigentes amenazan con cortar planes y prohibir este tipo de manifestaciones en el peor momento que atraviesa la angustiante situación social. ¿Es que no han visto en estos días las revueltas en Perú o, no hace tanto, en Chile?
Los tan denostados planes, los comedores, la abnegada entrega de organizaciones no gubernamentales y hasta no pocas acciones de algunos movimientos sociales terminaron por conformar precarias redes de contención que han evitado, por ahora, hecatombes como las de fines de 2001. Pero se está tensando mucho la cuerda y no precisamente por quienes llevan la peor parte en esta historia, sino por las cada vez más desaprensivas declaraciones de dirigentes nacionales oficialistas que, en vez de ponerse manos a la obra para solucionar tantos graves problemas, parecen sentirse a gusto con ser mediocres comentaristas, encima belicosos y pendencieros (revisar últimas declaraciones de Máximo Kirchner, Roberto Feletti y Axel Kicillof, entre otros). La cultura agresiva (y ofensiva) de algunas redes sociales ha permeado en la política, cada vez más estentórea y alarmista, pero con nulas soluciones concretas. Y ese malsano circuito se repotencia en editoriales incendiarios de algunos comunicadores, a uno y otro lado de la grieta.
Un statu quo que se degrada, pero que tiende a consolidarse: cuando Cristina Kirchner terminó su segunda presidencia había 250.000 planes; al final del mandato de Mauricio Macri se habían duplicado. Durante la actual gestión de Alberto Fernández ya se elevan a 1.350.000. Una triste política de Estado: se suceden gobiernos de muy distinto signo, pero solo saben agrandar ese círculo vicioso que apenas garantiza subsistencia. Eso es todo. Pobre Mafalda.