Poder chico, presión grande
El poder político de Aníbal Ibarra y Mauricio Macri no alcanza, hoy, para modificar la ley que impide a la Ciudad crear una policía propia. Tampoco suma demasiado la presión que, en en Congreso, pueden efectuar los 25 diputados y tres senadores que representan a la Capital. Tomado de esta manera, podría pensarse que son más efectistas que efectivas las presentaciones del ibarrismo y el macrismo relacionadas con el tema de la seguridad. ¿Alcanza que Ibarra quiera modificar la ley Cafiero para que esto suceda? No. ¿Y que Macri impulse un proyecto de traspaso de la Policía Federal? Tampoco. ¿Entonces?
La presión que ambos ejercieron ayer sirve para instalar la demanda en la sociedad y para que ésta traslade el reclamo a los representantes políticos nacionales. La coincidencia, además, resulta muy importante políticamente. Ibarra y Macri casi nunca se ponen de acuerdo. Pues ayer, casi sin querer, reclamaron juntos por la seguridad porteña.
Macri tomó la seguridad como una bandera desde que decidió lanzarse como una variante de gobierno. Sin embargo, las leyes, su liderazgo sin cargo nacional y su influencia en el Congreso le impiden cambiar solo la relación entre la Ciudad y la policía. Avanza, entonces, hasta donde sus facultades políticas lo permiten: impulsa proyectos, mantiene su posicionamiento y reclama fuerte.
Ibarra no tiene ningún interés en que un tema central para la sociedad sea liderado por su principal opositor. Además, no lo satisface que los vecinos lo responsabilicen por la inseguridad cuando él no comanda las fuerzas policiales. Ergo, se suma al debate, aunque tiene claro que tampoco es él quien puede definir el cambio.
En resumen: Ibarra y Macri coinciden en una exigencia que por sí sola no alcanza para modificar la situación, pero que sí sirve para darle entidad al tema y para tratar de que la sociedad genere algún tipo de presión hacia los referentes políticos nacionales. No es poco.