Políticas de empleo: visionarios versus realistas
Con mucha frecuencia se cae, en las discusiones económicas, en errores conceptuales que enturbian el debate y entorpecen la búsqueda de salidas a los problemas. Los errores más comunes surgen de tres enfoques o "visiones" igualmente estériles: 1. La "visión milagrosa" afecta a los que creen que no hay límites económicos, que se puede crear riqueza e ingresos de la nada y en un instante. Son los que consideran que la "decisión política" y la voluntad (en rigor, el voluntarismo, que no es lo mismo) bastan para superar, sin mayor esfuerzo ni sacrificios, las adversidades. Tienden a ignorar las leyes de la economía, su lógica y el antecedente de lo ocurrido en otros pueblos. Olvidan que lo posible en la economía de un país no es muy diferente de lo que está al alcance de las familias. ¿Acaso una familia honrada puede mejorar drásticamente su situación y satisfacer todas sus demandas de un día para el otro?
2. La "visión conspirativa" domina a los que creen que el mundo está en contra de nosotros. Inspirada en la arrogancia y el complejo de superioridad que sufrimos en el pasado, suele culpar al mundo (el G22, Estados Unidos, el "Norte") de todos nuestros males. En verdad, nuestro país es bastante pequeño y ellos pueden vivir sin nosotros. La dinámica de nuestra deuda, la pobreza de nuestro comercio y la lentitud de nuestro crecimiento son responsabilidad central nuestra, no de los "otros".
3. La "visión ahistórica" (una derivación económica de la difundida historia infantil del repollo para explicar los nacimientos) nubla -finalmente- a los que miran siempre hacia Europa o los Estados Unidos para señalar, de un modo simplista, lo bien que están ellos y lo mal que vivimos nosotros. Estos ignoran cuánto han hecho "ellos" para estar donde están y cuánto tiempo les llevó. Cuánto pagan de impuestos, cómo trabajan, de qué modo están organizados en sociedad y el grado de cumplimiento de las leyes. No se puede recuperar al instante el mucho tiempo que hemos perdido como país. Ni pretender vivir como en Alemania, sin pagar los impuestos ni trabajar como allí lo hacen. Ni se puede avanzar hacia el desarrollo comprando todos los libretos que nos venden los países centrales: la verdadera historia de sus éxitos suele ser muy distinta del el relato for export que -por ingenuidad o interés- adoptan los "ahistóricos". Estas "visiones estilizadas" suelen combinarse de muy diversas maneras, para agravar el embrollo del debate argentino. La discusión sobre la reforma laboral no resulta inmune a estas confusiones.
Nuestros problemas
Nuestros problemas económicos más graves son dos: el desempleo y sus secuelas, visibles y dolorosas, y la baja competitividad, menos evidente, menos tangible. Ambos están indisolublemente unidos. No se puede crear empleo sin crecer y no se puede crecer sin ganar competitividad.
La competitividad es la capacidad que tiene un país para exportar y hacer frente a las importaciones, en un escenario de mejora sostenida de los niveles de vida. Las condiciones para lograr esta capacidad se crean, no surgen por generación espontánea. En cambio, las ventajas comparativas estáticas se tienen y las ventajas dinámicas se copian.
El problema del empleo se caracteriza -es sabido- por la alta tasa de desocupación, el sub y el sobreempleo, y las fracturas del mercado laboral (trabajadores "en negro", "promovidos", "flexibilizados" y "rígidos", en la jerga usual).
Antes de la toma de decisiones económicas, deben reconocerse los problemas con propiedad y también identificar las restricciones, el contexto y las posibilidades de acción.
Para crecer hay que tener una organización económica adecuada, capitales, mano de obra calificada, management y recursos naturales. La Argentina mejoró su organización económica, tiene reglas de juego estables e instituciones más fuertes. Nos falta capital (sobre todo ahorro interno), nos sobran materias primas, pero se ha deteriorado la calificación de nuestra mano de obra.
No se puede crecer sobre la base de materias primas sin elaborar (bienes homogéneos), tampoco con bienes capital-intensivos (grandes escalas) o productos intensivos en mano de obra barata (bienes estándar). Sólo podremos crecer con bienes más sofisticados, heterogéneos, con escalas y series reducidas.
Hay que atender además a la marcha de la globalización, "la ley de un solo precio" y la alta movilidad del capital. Se han estrechado sustancialmente los grados de libertad de las políticas nacionales. Pero todo retraso en conocimiento, información y producción de bienes heterogéneos se pagará con alto desempleo y/o salarios reales declinantes.
La necesidad de no aislarse nos lleva al denominado "dilema del prisionero": escaparse, suicidarse o portarse bien para intentar salir lo antes posible. No hay atajos exóticos y tampoco se pueden "copiar" parcialmente las estrategias de los "otros"; las comparaciones deben ser completas y atender el contexto histórico-social. Por caso, cuando se hace referencia a los subsidios de Brasil también hay que decir que su correlato es la menor participación que tiene el gasto social, a pesar de su peor distribución del ingreso.
Las opciones
Frente a este panorama, las posiciones en pugna son las siguientes: 1. Los "ortodoxos" (tributarios de una combinación de las visiones "milagrosa" y "ahistórica") defienden una propuesta única y mágica para solucionar el problema: la llamada "flexibilidad laboral".
2. Los "devaluacionistas" (inspirados por las visiones "milagrosa" y "conspirativa") sostienen: "Sólo habrá empleo abandonando la convertibilidad para producir un cambio de precios relativos en favor de los bienes transables".
3. Los que tienen un enfoque sistémico, en cambio, abordan la cuestión en su contexto (atendiendo también a sus aspectos sociopolíticos y humanos), e incorporan el difícil abanico de los condicionantes externos y las especificidades nacionales en la búsqueda de las soluciones, necesariamente complejas.
Entienden que el tema del empleo se relaciona con el crecimiento, la competitividad, las reformas en la gestión del Estado, el apoyo a las Pyme y las exportaciones, el rol mas activo de las provincias y municipios, la reducción de los costos y de la evasión impositiva, la modernización de las instituciones laborales, la política social.
Es ésta la posición que nos permitirá convivir con éxito en el mundo, y la que más se corresponde con las tradiciones de nuestras fuerzas políticas mayoritarias: la que está inspirando, afortunadamente, la reforma laboral consensuada que el país necesita.