Políticas públicas que propicien el desarrollo emprendedor
La Argentina enfrenta una paradoja no resuelta. Su nivel educativo, mérito científico y talento inventivo implican una potencialidad que no se traduce en sus desarrollos tecnológicos.
Siguiendo un diagnóstico que lleva décadas, el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva (Mctip) hace una interpretación de esta situación: la causa estaría en la falta de espíritu emprendedor y en la propensión a no asumir riesgos, tanto por parte de nuestros científicos como de los empresarios nacionales.
La visión de la distancia entre la oferta y la demanda tecnológica por falta de dinamismo innovativo está presente en el espíritu de la ley 23.877 sobre "Promoción y Fomento de la Innovación Tecnológica" de 1990, que creaba las "Unidades de Vinculación Tecnológica" (UVT). Las UVT son entes no estatales que, con incentivos públicos, deberían funcionar como nexo entre esa oferta y demanda de desarrollos tecnológicos, con lo que su tarea representaría "el núcleo fundamental del sistema".
En 1996 se creó la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (ANPCyT). La ANPCyT, concebida desde ese mismo diagnóstico, intentaba que las universidades y las instituciones de CyT, en su búsqueda de "fondos competitivos", abandonen lo que se percibía que eran prácticas propias de la falta de espíritu tecnológico y emprendedor.
El ministro de Ciencia, Tecnología e Innovación proviene de ANPCyT y, durante su gestión, ha buscado modelar todo el accionar de esa cartera desde ese mismo diagnóstico. Con el cambio de gobierno en 2015, el emprendedorismo ha sido elevado a "grado ministerial". El Ministerio de Industria de la Nación cuenta con una "Secretaría de Emprendedores y de la Pequeña y Mediana Empresa". En tanto que en el gobierno porteño la Secretaría de Modernización, Innovación y Tecnología está a cargo de un reconocido generador de emprendimientos comerciales. Dicha secretaría porteña, a su vez, mantiene en un mismo nivel de importancia a la Dirección de Ciencia y Tecnología, la Dirección de Emprendedores y la Dirección de Industrias Creativas. Más aún, hace unos meses, una nota de este mismo diario, titulada "Emprendedores y Gobierno, fin de la grieta", mencionaba que el jefe de Gabinete sostuvo en un encuentro de Endeavor que: "(?) los emprendedores van a tener un Estado que los acompañe. Queremos cuarenta millones de emprendedores".
Sin embargo, luego de décadas de medidas de Ciencia y Tecnología basadas en el mismo diagnóstico, vale la pena preguntarse si el problema de la "frustración tecnológica" no tiene la raíz en la misma unilateralidad y parcialidad del abordaje del problema. ¿Fue la cultura emprendedora la que llevó al desarrollo tecnológico de los países o fue a la inversa, las políticas públicas de desarrollo industrial y tecnológico crearon un ambiente propicio para el desarrollo emprendedor? La respuesta a esta pregunta tiene impactos en el contenido de la política pública y en el perfil de los funcionarios encargados de aplicarla.
En este sentido, se puede observar que a lo largo de la historia las principales tecnologías de uso difundido fueron financiadas o desarrolladas por el Estado. Sólo para mencionar un ejemplo, fue provechosa la visita de Mariana Mazzucato, organizada por el propio Mctip, para aprender quién fue el actor fundamental para desarrollar las tecnologías "Smart" de nuestros viejos "phones". Su charla sobre el "Estado Emprendedor" brindó una clara orientación sobre el orden de las causalidades.
Antes de apuntar todos los cañones sobre la falta de cultura emprendedora, resulta necesario preguntarse si desde el propio Estado se está a la altura del desafío del desarrollo tecnológico. Tomando por caso a las tecnologías agropecuarias, ¿se está dispuesto a enfrentar las inversiones que implica incrementar la masa crítica de fitomejoradores y personal de apoyo para llegar a semillas competitivas? ¿Se podrá incrementar la red de ensayos y adquirir equipamiento y conocimientos para el fenotipado a escala? Y en proyectos biotecnológicos, ¿se invertirá en espacios para realizar fermentaciones a escalas superiores que las de laboratorio? ¿Se contará con personal que trabaje bajo buenas prácticas de manufactura? ¿Se dispondrá de recursos para cumplir los requerimientos exigidos por las autoridades regulatorias? Preguntas similares podrían plantearse para otras tecnologías críticas.
En definitiva, el diagnóstico de falta de cultura emprendedora resulta más propicio para atribuir responsabilidades a otros que para colaborar en el diseño de políticas estratégicas para Estados periféricos en un capitalismo globalizado y progresivamente más desigual y competitivo.
Licenciado en Economía y magister en Gestión de la Ciencia, la Tecnología y la Innovación
Germán Linzer