Por qué es un error el antiperonismo
El cielo estaba inmaculado. Esperando el café, se acomodó en su asiento, miró hacía arriba, y me dijo: "Hoy es un día peronista... ¡Hasta las nubes se robaron estos hijos de puta!…". Comencé a reírme, lo había dicho pausado y sin hacer una mueca. Seguimos hablando de política mientras llegaba el mozo con las tazas y la cuenta. Después del almuerzo volví para la oficina y uno de los especialistas afirmaba con vehemencia "la culpa es del peronismo, esto no tiene arreglo hasta que se acabe el peronismo, ¿o no? ¡Pero claro!". Su interlocutor, entrañable antiperonista, lo miraba y afirmaba con la cabeza. "La culpa es de los que lo votaron, de esos peronistas." ¿De quién iba a ser la culpa?
Muchas veces quedamos atrapados en explicaciones deterministas y simplistas bastante anquilosadas y llenas de prejuicios. Ni todos somos peronistas ni la culpa de todo es del peronismo. Mi argumento es que el antiperonismo enceguece y no deja ver matices. Entiendo el antiperonismo de Jorge Luis Borges que reaccionaba contra la vehemencia de determinadas acciones poco republicanas del primer y especialmente segundo período de Juan Domingo Perón. Ahora bien, la permanencia del enconado antiperonismo en el inconsciente colectivo de una no despreciable cantidad de gente no me parece que sea suficientemente sustancioso para ser una explicación de la realidad argentina de hoy.
En primer lugar, el antiperonismo, por ser la antítesis sin concesiones de la primera minoría, termina haciendo lo que no se propone: le da entidad a la mística del peronismo. El peronista necesita del odio gorila o del antiperonista (recuerdo que no es lo mismo) para fortalecer su identidad y retroalimentar "el movimiento". El peronismo, como animal político, se nutre de la antítesis y destaca sus logros sociales en contradicción con los antiperonistas. Así, la crítica del antiperonismo queda atrapada en tratar de justificarse frente a las demandas sociales en vez de ser visto como propositivo. Si toda la culpa la tiene el otro, al final la persona independiente con capacidad de crítica empieza a desconfiar de vos porque es imposible no haber generado errores propios. La crítica termina siendo una fuente de debilidad. De esta forma, el mito de la "capacidad única" del peronismo como agente de gobernabilidad se fortalece y autodescalifica oponentes.
En segundo lugar, el antiperonismo toma al peronismo como un todo único e indivisible para achacarle críticas. Lo cual deja a la intemperie la capacidad de identificar matices y alianzas igualmente responsables. El peronismo, en cualquiera de sus versiones, no gobierna solo, sino acompañado de otros partidos (o corporaciones) que representan clases e intereses sociales. Ni el peronismo ni ningún partido gobierna solo en la Argentina. La creencia de que sí lo hace fortalece la mística explicada en el punto anterior.
Por ejemplo, Carlos Menem y su versión privatizadora del peronismo gobernó junto a la Ucedé de Alvaro Alsogaray y pasó muchas leyes con el apoyo de un interbloque federal de legisladores de partidos conservadores del interior. El kirchnerismo, en una versión sui géneris del peronismo progresista, primero ensayó con la "transversalidad" junto con Aníbal Ibarra, Luis Juez, Hermes Binner, Martín Sabbatella y grupos piqueteros, después con la Concertación Plural en la que incluyó a dirigentes del radicalismo (Cobos, Colombi, Zamora, Brizuela del Moral y otros). Pasado el tamiz de la lealtad, algunos de esos aliados quedan y se buscan nuevos. Por lo tanto, cuando se le achaca algo al peronismo hay que saber distinguir a cuál y junto a quién gobernó. De hecho, es difícil escuchar del mundo no peronista –en general, compuesta por clases medias y altas– que la alianza UCR-Frepaso también estaba integrada por el peronismo progresista (hoy todopoderoso). Los argumentos que más se escuchan son que a Fernando de la Rúa (como a Raúl Alfonsín) "el" peronismo no lo dejó hacer o que no estaba capacitado para gobernar.
En tercer lugar, está el tan mentado tema de la corrupción y el clientelismo tan utilizado para fustigar al peronismo. Este argumento no termina de convencer a los independientes. Creo que no hace falta aclarar que la corrupción no tiene un ADN peronista o antiperonista. En la cultura argentina, las prebendas y la malversación de fondos públicos tienen larga data en el historial de nuestro país. Es más, los políticos argentinos no constituyen una "clase política" porque en este país muchos políticos llegaron a cargos importantes sin ser parte de una aristocracia, tal como sucede en otros países de América latina.
En otras palabras, el político argentino emerge de la sociedad donde se crió, no sale de un repollo. En lo que respecta al clientelismo, la sociología y la ciencia política están reviendo la conceptualización negativa del fenómeno por una más comprensiva. Para que haya clientelismo tiene que haber clientela (en general, pobres pero no siempre) y un intermediario que facilite votos por favores. Es decir, tiene que haber un puntero.
Manuel Mora y Araujo, de quien no pueden decir que sea peronista, ha desarrollado hace unos meses un artículo ( www.perfil.com/contenidos/2010/03/06/noticia_0039.html ) sobre el tema en el que afirma que el puntero, al fin y al cabo, es un facilitador de demandas, que, además, construyen vínculos y sostienen estructuras sociales locales. Es el que negocia las demandas de corto plazo por votos y que los pobres negocian a conciencia. La clase media y alta hacen lo mismo, sin facilitadores. Ellos demandan sus intereses.
La capacidad que tiene el peronismo (y otras fuerzas políticas, como la UCR, en determinados lugares geográficos) es ordenar esas demandas materiales (alimentos, electrodomésticos, etcétera) o intangibles (relacionamiento, pertenencia, cohesión, contención o protección) a través de los punteros. Este último punto puede suscitar polémica y hasta estremecimiento moral. Pero recordemos, haciendo una exégesis de Maquiavelo, que la construcción de poder no es moral o inmoral, es amoral. Es política.
En síntesis, el mundo no peronista debería mutar del antiperonismo a formas más propositivas, menos deterministas, autocríticas y objetivas de la política argentina hoy. El antiperonismo no suma voluntades, las coaliciones sí. Autolimitarse a construir sin alguno de los diferentes matices del peronismo disminuye las posibilidades de construcción territorial y de poder real.
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El autor es politólogo de la Universidad de San Andrés