Por un "Nunca más" de la corrupción
Uno de los mayores desafíos del próximo gobierno es de orden moral. No se trata tan sólo de resolver la coyuntura y lo transitorio. Se debe enfrentar de una vez y con valentía la raíz de gran parte de los males que padecemos los argentinos desde hace años: la corrupción.
Lejos está de ser un tema baladí, como muchos pretenden presentarlo (y así ocultarlo). La corrupción no es nueva y menos aún un problema original de nuestra patria. Es un vicio extendido en el mundo y en la historia. La diferencia es que en nuestro caso se halla en una fase tan grave y perentoria, que ha devenido un mal metastásico que lo invade todo. Y al llegar a ese extremo nos ha revelado su peor cara, una decadencia en caída libre que parece instalada y sin retorno.
Está claro entonces que no basta con gestionar la urgencia, sea ésta el cepo, la deuda, la inflación o cualquiera de los otros grandes pendientes que quedarán como herencia de este ciclo. Es algo más profundo, que lleva tiempo y es difícil. Se pueden crear nuevas instituciones o cambiar las existentes, pero lo cierto es que la única manera de lograr un cambio de fondo es a través de una tarea regenerativa por parte de quienes ostentan el poder. Porque a fin de cuentas son ellos quienes construyen las instituciones según sus valores e intereses.
Desde la última reforma de la Constitución en 1994 se instituyeron varios órganos de control, supuestamente encargados de velar por su cumplimiento. Desde el Ministerio Público Fiscal y la Oficina Anticorrupción hasta la Fiscalía de Investigaciones Administrativas. Sus magros resultados, especialmente de los últimos años, están a la vista. Y la razón es muy simple. Cuando quienes gobiernan son los primeros y grandes transgresores de la ley, amplios sectores de la sociedad son arrastrados en su imitación. Y así se llega a la anomia, al sálvese quien pueda. Sólo eso se puede esperar cuando la ley y las instituciones son meras caricaturas.
Al margen entonces de la coyuntura y las urgencias, que sin duda se tienen que resolver, el próximo gobierno debiera enfrentar con decisión la crisis moral que nos aqueja. Rehusarla no hará más que exacerbarla y ya no nos podemos permitir ese lujo. Por razones obvias de responsabilidad republicana, pero además, por una razón muy práctica: la corrupción desvía dineros públicos impropiamente y por más que sea difícil de mensurar en una planilla, su resultado es muy concreto y doloroso: más desnutrición, menos escuelas, menos infraestructura, menos inversiones y un largo etcétera. En menos palabras, la corrupción empobrece, denigra y mata.
Es tiempo del nunca más, el nunca más a la corrupción. Se debe crear una Comisión de la Transparencia que tenga por principal objetivo realizar un informe sobre la corrupción en el Estado argentino de los últimos años, para que todos aquellos que se enriquecieron cometiendo delitos dolosos contra el Estado nacional no queden impunes. Tendría sustento en el artículo 36 de la Constitución Nacional que sabiamente define este delito como un "atentado contra el sistema democrático", junto con aquellos que sancionan la interrupción del orden institucional por la fuerza. También en el principio de la publicidad de los actos, uno de los pilares del Estado de Derecho, que hace a la esencia del control. Encontraría, por lo demás, un antecedente en una de las instituciones tal vez más célebres y efectivas del derecho colonial, el juicio de residencia. Aquel al que se debían someter los principales funcionarios de la corona en América al dejar sus cargos, una vez que ya no tenían el poder, para establecer su responsabilidad particularizada.
Se debe aprender del pasado. Lo bueno y lo malo. No se propone una caza de brujas. Se trata de ir hacia atrás en la búsqueda de la verdad, sin resentimientos. Y, desde la ejemplaridad, fomentar la participación de los ciudadanos en su control. El informe elaborado por la comisión debiera servir de base para que la Justicia investigue y, llegado el caso, sancione. Pero más que nada como un mensaje de esperanza, que termine con el descreimiento que parece haber cancelado nuestro futuro, que eleve el tono moral de los argentinos y se convierta en una herramienta transformadora y revolucionaria del destino de las instituciones, normas y valores que estructuran nuestra sociedad.