Privatizar ATC, una decisión acertada
El Poder Ejecutivo ha decidido privatizar la onda televisiva que actualmente explota la empresa Argentina Televisora Color (ATC). Al mismo tiempo, se informó que el Gobierno tendría la intención de crear otra telemisora estatal, que utilizaría la onda del Canal 4 -hasta ahora vacante- y que estará dedicada a la difusión de programas culturales.
Ante este anuncio, es inevitable repetir lo que otras veces dijimos desde esta columna. Si la venta de ATC va a significar que el Estado abandone definitivamente su condición de empresario televisivo y deje de competir comercialmente con las emisoras privadas, la decisión merece ser aplaudida. Pero si lo que se va a hacer es, simplemente, un cambio de onda y el futuroCanal 4 es encarado, finalmente, como una nueva empresa estatal competitiva, todo seguirá como antes y el cambio de onda habrá sido una mera operación de maquillaje.
En numerosas oportunidades hemos dicho desde esta columna editorial que la intervención del Estado en el manejo de los medios de comunicación masiva sólo puede llegar a justificarse si la intención es realizar una tarea de divulgación estrictamente cultural o educativa. Y aún así resulta discutible la necesidad de que exista un canal oficial.
Pero lo que decididamente es inaceptable es que el Estado siga compitiendo en el mercado televisivo como un empresario más, como lo ha hecho -cometiendo un error funesto y muy costoso para los bolsillos de los contribuyentes- durante casi medio siglo.
La historia de ATCes una cadena fatigosa de contradicciones y fracasos. Prácticamente desde que se instaló en el país la primera onda televisiva -la de Canal 7- se alzaron numerosas voces para reclamar que la emisora tuviera una orientación cultural. El reclamo fue desoído y el canal oficial adoptó el carácter de una emisora típicamente comercial. Las consecuencias fueron doblemente nefastas, pues el canal del Estado resultó tan deficitario en lo económico como en lo cultural.
Muchas veces, a medida que pasaban los gobiernos, se anunció la intención de convertir a ATC -sucesora del primitivo Canal 7- en una empresa con fines culturales, pero por un motivo u otro la idea quedó siempre en promesa. Y ATC siguió a los tumbos, intentando a veces leves mejoras en su programación, pero cayendo, a la postre, en sus recurrentes vicios: la tendencia a copiar las recetas y las ideas de la televisión comercial, aún las más vulgares, o la instrumentación proselitista al servicio del oficialismo de turno.
Hoy se abre una perspectiva nueva. ElGobierno promete liquidar ATCcomo empresa estatal y liberarse de su costosa e inútil infraestructura. Se da satisfacción, así, a lo que La Nación reclamó en más de un editorial.
El anuncio de que el edificio de la emisora -que ocupa una superficie desmesurada, pero que técnicamente es hoy obsoleto y antifuncional- no será incluido en la privatización resulta llamativo. Si la intención es -como se dice- destinar ese inmueble al Museo Nacional de Bellas Artes, que instalaría allí su anexo, la decisión parece inobjetable. De ningún modo sería aceptable que el inmueble pasase a funcionar como sede del futuro Canal 4, pues eso denunciaría la intención de convertir a la nueva emisora en otro engendro burocrático con tendencia al gigantismo.
El proyectado Canal 4 despierta justificados temores. Aun cuando el gobierno actual tuviere la sincera decisión de encararlo como un medio de difusión austero, de bajo costo y circunscripto a fines culturales, existe el peligro de que futuras administraciones lo usen para reinstalar al Estado, una vez más, como empresario en el mercado televisivo comercial o con fines de propaganda proselitista.
Lo importante es, en lo inmediato, instrumentar la privatización lisa y llana de ATC, que deberá ser hecha con un mecanismo de licitación transparente, libre de toda sospecha.
La idea de crear una telemisora oficial de fines culturales debería estudiarse con sumo cuidado, acaso en el contexto de las estrategias permanentes del Estado en materia educativa.