Editorial II. Problemas del comercio mundial
A partir de ayer y por cinco días, los 142 ministros de comercio de los países miembros de la Organización Mundial del Comercio (OMC) deliberan en la ciudad de Doha, capital de Qatar, a orillas del Golfo Pérsico, en procura de implementar una nueva ronda de negociaciones multilaterales que continúe la llamada Rueda Uruguay finalizada en 1993 y protocolizada, un año más tarde, mediante el tratado de Marrakesh.
Una nueva ronda permitiría afianzar el proceso de liberalización del comercio mundial iniciado en 1947 al establecerse el GATT, antecedente de la OMC. Quedó abierto, entonces, el camino para reducir el arancelamiento de productos industriales, lo que no pudo extenderse a la producción agrícola y agroindustrial.
La Rueda Uruguay insertó el comercio agrícola en las normas y disciplinas del mencionado ente y redujo algunas protecciones, pero fue incapaz de crear equilibrio en el trato dado a los bienes industriales y agrícolas. Incorporó, además, los temas de la propiedad intelectual y los servicios, en los que las naciones industriales llevan todas las de ganar. Por eso, los países agroexportadores como la Argentina, los restantes del Mercosur y, en general, los de América latina, sumados a Australia, Nueva Zelanda y otros, desean que la nueva ronda impulse una reducción de subsidios y protecciones, lo que requiere la aquiescencia de la Unión Europea, los Estados Unidos y Japón.
En el Viejo Continente siempre existió renuencia a la apertura agrícola, y también siempre hubo indecisión norteamericana al respecto. Esta última actitud persiste hasta hoy, con algunas manifestaciones contradictorias en el Congreso, en tanto el representante comercial, Robert Zoellick, augura medidas favorables para las naciones agroexportadoras.
La Unión Europea podría acceder a cierta reducción de subsidios y protecciones, pero pide a cambio la puesta en consideración de "preocupaciones no comerciales", cuyos efectos pueden ser perniciosos. Japón, en tanto, motiva críticas por su retracción y aislamiento proteccionista. Un grupo, liderado por la India, reclama por la deficiente implementación de los acuerdos anteriores, mientras otras naciones en desarrollo temen el avance de normas ambientales y laborales preconizadas por los países desarrollados.
Inquieta a las naciones de fuerte exportación agrícola el texto de la agenda de esa futura ronda, que marcaría las coordenadas directrices de la negociación. Si ese texto resulta poco comprensivo de sus legítimos intereses y propone mantener el actual desequilibrio, cabrían dudas acerca de la conveniencia de que la ronda se inicie, tanto más cuando que por decisión de la propia Rueda Uruguay funciona ya, desde marzo del año último, una minirronda agrícola.
Ciertamente -y ahora con síntomas recesivos y temblores bélicos-, conviene profundizar las prácticas del comercio libre, pero en un contexto de genuina equidad entre las naciones.
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