Progreso y hegemonía consentida en la Argentina
Por Alejandro Poli Para LA NACION
EL análisis de la historia argentina nos enseña que nuestra Nación progresa cuando una conjunción de sectores sociales logra el predominio político con el consentimiento expreso o tácito de sus principales antagonistas. A esta circunstancia histórica la denominamos períodos de hegemonía consentida.
Cuando el predominio político de una conjunción de sectores sociales se logra por imperio de la fuerza de las armas, la apelación al fraude político o por el peso de una mayoría electoral, pero no tiene el consentimiento expreso o tácito de la sociedad, el país se estanca o retrocede. A esta circunstancia histórica la denominamos períodos de hegemonía intolerante.
Entre una y otra circunstancia histórica, existen períodos de hegemonía indefinida, caracterizados por la ausencia de un predominio político claro. En estos casos, y a pesar de la aparente ventaja que significa el contrapeso político, las fuerzas en disputa se anulan y el período histórico concluye sin progreso. Por progreso entendemos el logro de acuerdos políticos fundacionales, la elevación de la educación, el crecimiento económico, la consolidación de las instituciones democráticas, la inclusión social de sectores postergados, la valoración de la ley y la justicia.
En los períodos de hegemonía consentida, las fuerzas sociales aceptan de buen grado el manejo a discreción del poder político por los sectores predominantes, que, a pesar de constituir sólo una parte de la opinión pública, asumen la representación de la voluntad social mayoritaria. Son épocas de consenso y de grandes cambios, referidos a transformaciones de estructuras sociales y no a aspectos superficiales. Estos períodos suelen suceder a períodos de estancamientos prolongados en los distintos órdenes de la vida social. El cuerpo social, agotado por períodos de luchas estériles o sacudido por fracasos recurrentes, reclama un liderazgo político firme y con objetivos claros.
Renovar el consenso
Los períodos de hegemonía consentida representan una oportunidad única en la historia de una nación. Ejemplos históricos: período de la generación del 80 (1880-1905), período del acuerdo conservador-radical (1916-1928), primer período peronista (1946-1949), primera presidencia de Carlos Menem (1989-1995). El secreto del período más prolongado de progreso de nuestra historia, entre 1880 y 1928, fue la habilidad de los líderes políticos de la época para renovar la hegemonía consentida luego de las luchas iniciadas con la revolución de 1905. Por contraposición, esta sana capacidad política de integrar hegemonías con consenso desapareció en el período 1928-1930 y a partir de la sanción de la Constitución de 1949, pérdida de rumbo que llevó a no capitalizar a fondo el período de mayor progreso del siglo XX: los veinticinco años de la posguerra.
En los períodos de hegemonía intolerante, una conjunción de sectores sociales impone su predominio político a expensas de los intereses generales de la sociedad, que se ve agredida por el triunfo incontenible de la facción. Estos períodos suelen suceder a revoluciones, guerras civiles, anarquías, e incluso a las situaciones de insolidaridad política que Ortega llamaba particularismo, de manera que el deseo de eliminar de modo abrupto el desorden político, o de reafirmar compulsivamente las banderas partidarias que han perdido consenso, conduce a la intolerancia.
Se trata de períodos de escasísima vitalidad colectiva en los que el predominio de un poder político no consentido genera estancamiento y retroceso. Ejemplos históricos: la época de Rosas (1829-1852), período del predominio porteño (1861-1880), período conservador (1930-1943), segundo período peronista (1949-1955), primer período militar (1966-1973), segundo período militar (1976-1982). El fracaso final de la década peronista prueba cómo se puede desperdiciar una circunstancia histórica, inicialmente favorable para un período de hegemonía consentida, por la incapacidad de renovar el acuerdo entre los distintos sectores sin promover la intolerancia recíproca.
En los períodos de hegemonía indefinida, el rasgo común es la incapacidad de producir transformaciones estructurales de largo plazo, sea por la no existencia de verdaderos estadistas o por la incapacidad de los sectores sociales de llevar adelante un proyecto de progreso integral. En estos períodos pueden existir buenos niveles de tolerancia política, pero aun así la imposibilidad de progresar por falta de un acuerdo, expreso o tácito, es manifiesta. Ejemplos históricos: período de la secesión nacional (1853-1861), período de transición del régimen (1905-19), período peronismo-antiperonismo (1955-1966), tercer período peronista (1973-1976), período del alfonsinismo (1983-1989), segunda presidencia de Menem (1995-1999).
Transformaciones estructurales
La sanción de la Constitución Nacional en 1853 o el retorno plebiscitario a la democracia en 1983 significaron importantes progresos en la vida nacional, pero de por sí no completaron una transformación estructural de largo plazo y requirieron de procesos históricos posteriores para superar las crisis de confianza que produjeron. Ambas instancias tuvieron la posibilidad de inaugurar períodos de hegemonía consentida, pero finalmente no lo lograron y desembocaron en graves crisis políticas.
¿Por qué tiene lugar un período de hegemonía consentida? Sus causas pueden ser múltiples; sin embargo, en la gestación de un período de hegemonía consentida aparece siempre un factor decisivo: la presencia de un extraordinario liderazgo político. En ciertas épocas se aúnan elementos capaces de propiciar un período de hegemonía consentida, pero para que el escenario potencial se transforme en actualidad social resulta imprescindible el liderazgo político. De otro modo, la oportunidad histórica se diluye y la frustración social aumenta peligrosamente.
Actualmente, la Argentina enfrenta la disyuntiva de inaugurar un período de hegemonía consentida o de exponerse a atravesar circunstancias sociales y políticas de extrema gravedad. Mientras las naciones del mundo experimentan una época de esplendor con pocos precedentes, nuestro país se debate entre la impotencia y la desesperanza. El descreimiento unánime en la clase dirigente, la extensión de la corrupción a todos los ámbitos de la vida social, la inviabilidad del modelo de convertibilidad económica -acorralado entre el peso del sector público y la deuda pública, una encrucijada que conduce a pérdida de competitividad y desempleo estructural-, la pérdida de confianza generalizada en la Justicia, la seguridad o la Universidad, la absoluta insuficiencia del sistema educativo, la alarmante falta de equidad del sistema de seguridad social y de salud, la perniciosa relación entre la Nación y las provincias, componen un cóctel de problemas y de mal humor social que no podrá ser solucionado con los moldes de un período de hegemonía indefinida, que es lo que caracteriza la vida política actual.
Una oportunidad histórica se abre ante el presidente Fernando de la Rúa: inaugurar un período de hegemonía consentida. Los vientos sociales son propicios. No acometer la crisis significa ahondarla. No hay lugar para pilotos automáticos ni para negociaciones de baja política sin destino. Pero la condición imprescindible es que el Presidente asuma el liderazgo del cambio y sea el motor de una era de progreso y prosperidad.
Todos los argentinos lo acompañaremos. La vida social argentina está predispuesta para transformaciones estructurales. El tiempo apremia. Una excepcional oportunidad histórica nos convoca. El presidente De la Rúa posee una carrera de honores políticos única en el país. Su misión patriótica es ponerse al frente de un período de hegemonía consentida. En días de democracia, hagamos votos porque así sea.