Puede ser que vaya al cielo
Mi viejo maestro, el padre Guillermo Furlong, me contaba muy apenado que había muerto un querido amigo suyo. "Casi estoy seguro -me decía- de que se ha ido al cielo, porque era bueno, devoto y caritativo." Pero agregaba: "Mi única duda es que... ¡era conservador de la provincia de Buenos Aires!"
No conozco ni de vista al ex presidente Eduardo Duhalde. Pero ahora que es un ciudadano más, tengo motivos para pensar que, después de todo, puede ser que se vaya al cielo.
En primer lugar, por lo de Carlos Menem. No voy a ponderar lo que significa haberlo eliminado del juego político, porque no es de criollos hablar mal de un caído. Sólo apuntaré que tenía que ser el propio peronismo el que llevara a cabo la operación de profilaxis correspondiente, y Duhalde ha sabido hacerlo sin mayores traumas.
En segundo lugar, ha apoyado un proceso de recomposición del país que recién empieza, pero que es promisorio. No me refiero solamente al campo económico: hablo de un orden que se viene recomponiendo, de la histeria colectiva que se apacigua, del tono fúnebre y desesperanzado que va quedando atrás, de los ejercicios de violencia que ya son islas cada vez más reducidas.
Recordemos enero de 2002 y comparemos las imágenes que veíamos entonces con las que hemos mirado el 25 de mayo de este presidente grandote, sonriente y desmañado, acompañado por los aplausos y apretones afectuosos de la multitud. ¡Qué diferencia con aquel estúpido "que se vayan todos"! No afirmo que los créditos de este cambio en el humor multitudinario se deban a Duhalde, pero es innegable que le corresponden en alguna medida. Pues vivificar de nuevo la esperanza de un pueblo no es poca cosa.
Y, finalmente, hay una tercera circunstancia, la más importante, que me impulsa a saludar al ex presidente: ha cumplido con su palabra.
Valores trascendentes
Los argentinos nos habíamos resignado, desde hace muchos años, a que los presidentes (digamos los políticos, pero más notoriamente los presidentes) manejaran un doble discurso, dijeran una cosa e hicieran otra, enmascararan los actos que se veían obligados a hacer con palabras que pretendían tener una significación diferente. Casi todos lo hicieron. Ya no digo el caso extremo de Juan Domingo Perón, pero hasta Arturo Frondizi tuvo que rendir pleitesía al pragmatismo y hacer cosas que no quería después de haber dicho lo que no debía haber dicho.
Pero hubo presidentes que cumplieron con su palabra. Como Yrigoyen, que en 1916 dijo que no negociaría el apoyo de los votos que le faltaban en el Colegio Electoral y, efectivamente, se fue a su estancia, cerró las tranqueras y no habló con nadie: el apoyo vino solo.
Lo hizo Pedro Eugenio Aramburu, que se comprometió a entregar el poder al candidato que triunfara en las elecciones de 1958 y así lo hizo, aunque en su fuero íntimo se sintiera profundamente disgustado. Y también Arturo Umberto Illia, en 1963, cuando, fiel a lo que había prometido en su campaña electoral, anuló los contratos petroleros. Creo que fue una pésima operación para el país, pero a casi medio siglo de su decisión no sé si no hubiera sido peor haber incumplido su palabra.
Y ahora Duhalde, criatura del peor peronismo, el más clientelista, oportunista y carente de principios, el peronismo bonaerense, que increíblemente, maravillosamente, admirablemente, ha cumplido con su palabra. Dijo que no sería candidato, y no lo fue. Dijo que en tal fecha habría elecciones y que el 25 de mayo de 2003 entregaría el poder, y así sucedió. Dijo que los comicios serían impecables, y pocos lo han sido tanto. Dijo que el día mismo que abandonara su cargo se iría del país para no interferir con la gestión de su sucesor, y no demoró un solo día su alejamiento.
Mi profesión de historiador me enseña que una política determinada puede ser exitosa o no, pero el mantenimiento de la palabra empeñada por parte del más alto magistrado de la Nación, el respeto por la dignidad de la investidura presidencial, la fidelidad a la ética, tal vez sean valores más trascendentes cuando se trata de construir una nación.
Recordemos de nuevo a Yrigoyen cuando sostenía que un gobierno "es sólo una realidad tangible, mientras que un apostolado abre un ciclo de proyecciones infinitas". ¡Y pensar que la gente se rió cuando don Hipólito dijo eso!
En suma: creo que todos debemos una expresión de gratitud a este ciudadano en el que nadie creía cuando tuvo que asumir en el peor momento de nuestra historia contemporánea. Cumplió, a pesar de ser un peronista de la provincia de Buenos Aires.
Después de todo, tal vez se vaya al cielo. Así lo creería mi viejo maestro, el padre Furlong, jesuita pícaro y nada tonto...
Félix Luna es autor, entre otros libros, de Historia integral de la Argentina , en diez tomos.