¿Qué diría el pueblo griego?
Vacila Papandreu, que había llamado a un referendo para saber si los griegos están de acuerdo con los planes de ajuste y condonación parcial de la deuda que diseñó la Unión Europea y luego se echó atrás. Merkel y Sarkozy, inquietos, resolvieron que no se desembolsará nada si no se "elimina la incertidumbre".
El incidente, en medio de la crisis europea, me recuerda el debate de los ecologistas. ¿La protección de los fines que la ecología persigue sería posible a través de los mecanismos democráticos?
El ecologista radical es un pesimista que cree que el desaforado consumismo y la explotación irracional de las fuentes de energía conducen a la humanidad a un seguro desastre. Lejos de alegrarse de que millones de chinos, indios y sudamericanos comiencen a acceder al mundo del consumo, tal perspectiva lo horroriza. Se obsesiona no por la justicia o la igualdad, sino por la sobrevivencia. Dice Jean-Pierre Dupuy: "Las amenazas climáticas, energéticas, atómicas y tecnológicas trabajan los espíritus y metamorfosean a los consumidores pasivos en ciudadanos que se interrogan: ¿a qué continuar sobre el mismo camino si nos lleva al abismo? (...) Si los «milagros» brasileño o chino se prolongan, nos hundiremos todos juntos".
Un padre de la ecología, Hans Jonas, decía: "La rutina de la civilización moderna, el simple ejercicio cotidiano de nuestro poder, deviene un problema ético". Categórico, Vittorio Hösle sentencia: "El nivel de vida occidental no es moral".
El ecologista "duro" es un apóstol, no del crecimiento sino de su contrario, del "decrecimiento". Condena el afán por el consumo con un entusiasmo religioso. Iván Illich anhela una "austeridad gozosa" y el "renacimiento de las prácticas ascéticas".
Esto plantea importantes problemas. ¿Qué pensarán los millones de chinos, indios y sudamericanos de esta apología de la vida frugal que –casualidad– es defendida por habitantes de la parte del mundo saciada y confortable?
Además, ¿quién decidirá a partir de qué línea el progreso tecnológico deberá impedirse porque más allá de ella la vida se "deshumaniza" y la especie se compromete?
Ciertos ecologistas, como Dominique Bourg, quieren crear una "academia del futuro", integrada por científicos y filósofos, que daría contenido preciso a los "límites que el planeta nos impone". Así se podría llegar a vetar las iniciativas que implicaran el "sobreconsumo de recursos".
¿Qué tiene que ver todo esto con la crisis griega?
En uno y otro caso se advierten dos campos contrapuestos. En uno, la gente, que sufre los ajustes y las medidas económicas. En el otro, los "sabios" que "saben" qué hay que hacer y desconfían de las decisiones que el pueblo pueda tomar. Suponen que la gente común se guiará sólo por una visión inmediata y pedestre de las cosas, sin atención a los fines "superiores" que sólo ellos aseguran. Hay que evitar, entonces, los mecanismos de la democracia directa (referendo). Mejor es entenderse con los "representantes", que –es sabido– son más maleables. © La Nacion
El autor es secretario letrado de la Corte Suprema
Enrique Tomás Bianchi