¿Qué ha sido de la revolución mexicana?
NUEVA YORK
¿SE acuerdan de aquel hombre alto, buen mozo, que hace trece meses entró en el Palacio Nacional de Ciudad de México calzando botas de vaquero y prometió limpiar el gobierno y traer más prosperidad a sus compatriotas? Exportador, ex ejecutivo de Coca-Cola, y el hombre que había logrado poner fin a setenta años de régimen del Partido Revolucionario Institucional (PRI), Vicente Fox personificaba supuestamente al nuevo México moderno, transparente y competitivo.
Si sus promesas les hicieron temer que peligrara el México exquisitamente arcaico de los esforzados trabajadores de clase media que comen en la calle almuerzos comprados a vendedores ambulantes (que los sacan del baúl de un auto), manejan coches económicos y viven al día, tranquilícense. A juzgar por su primer presupuesto, aprobado días atrás por el Congreso junto con su tan prometida reforma fiscal, es improbable que México crezca y salga de la pobreza en un futuro cercano.
El mayor problema del presupuesto para este año es que, pese a cierta simplificación del código tributario para pequeñas y medianas empresas y cierta reducción del impuesto a las ganancias marginales, han creado tal cantidad de impuestos distorsivos, que la ganancia neta es ínfima. Y la mayor decepción para quienes abogan por políticas desarrollistas es que Fox no haya podido asegurar un IVA uniforme, recortado drásticamente.
El compromiso del gobierno de mantener la carga impositiva total es una consecuencia de su obsesión por el déficit fiscal, fuertemente impactado por la caída de los precios del petróleo. Pero, en sus esfuerzos por controlarlo inventando impuestos que reemplazaran a los antiguos, el gobierno pasa por alto el efecto de la elevada (y complicada) carga tributaria total sobre el crecimiento real y el pago de impuestos. La decisión del gobierno mexicano de aferrarse a la idea ortodoxa de que los impuestos resuelven los déficit es inquietante, ante el hecho de que una obsesión casi idéntica ha destruido prácticamente la Argentina.
México cabalga sobre una ola de popularidad inversora, más que nada gracias al Nafta y a un Banco Central que ataca la inflación en serio. El comercio entre México y sus dos socios norteños vive un ciclo expansivo desde 1994; la apertura y la estabilidad de precios han impulsado algunas reformas impresionantes, sobre todo en el ruedo político.
No obstante, aún debe invocar a fondo los principios democráticos modernos del gobierno limitado y el imperio de la ley. En 2001, el gobierno de Fox se hizo cargo de veintisiete ingenios azucareros para salvarlos de la quiebra y, con ellos, a un importante electorado de cañeros. No se ha avanzado en absoluto en la privatización de la electricidad o la petroquímica, para desilusión de los foxistas que confiaban en que el ranchero modernizaría el Estado. El gobierno sigue dependiendo desmesuradamente de su monopolio petrolero; los últimos aumentos tributarios reflejan su vulnerabilidad frente a la caída vertical de los precios mundiales. Todo esto demuestra que, aun bajo un nuevo presidente del Partido de Acción Nacional (PAN), la reforma efectiva todavía está muy lejana.
El techo del déficit fiscal para 2002 es el 0,65 por ciento del PBI, pero la cifra nominal "ajustada" del 4 por ciento, que incluye partidas extraordinarias, daría un panorama fiscal más exacto. Según el Ministerio de Hacienda, la mayor partida extraordinaria (que incrementa en un 1,5 por ciento el déficit fiscal ajustado) son deudas públicas contraídas durante el desarrollo, por el sector privado, de proyectos de inversión estatales como el petróleo y el gas.
Otro uno por ciento adicional del déficit ajustado proviene del costo del salvamento bancario, el programa de peajes (otro salvamento) y los programas de ayuda a los deudores originados por la crisis monetaria de 1994. De no producirse un crecimiento rápido, el nivel de endeudamiento total podría causar problemas. "Aun cuando mantuviésemos, por muchos años, un índice de crecimiento del 4 por ciento y un índice de interés real del 6 por ciento, las necesidades del sector privado, en cuanto a préstamos, son demasiado altas y provocarán una explosión de deudas", pronostica Manuel Sánchez, economista principal de BBVA-Bancomer en Ciudad de México.
Deuda y progreso
Sin embargo, también dice que la deuda sería sostenible si México alcanzara mayores índices de crecimiento. Los economistas ofertistas comparten esta opinión, basándose en que la deuda ayuda al progreso de los países en desarrollo, siempre y cuando éstos crezcan y manejen bien sus gastos. La dificultad estriba en que para soportar la deuda es preciso trazar políticas fiscales que estimulen las actividades dentro de la economía formal. En otras palabras, con estructuras tributarias bajas y simples que promuevan el crecimiento y el pago de impuestos, México puede atender fácilmente su deuda.
El problema está en que la "reforma" fiscal no proporciona nada de eso. Hay un nuevo impuesto salarial del 30 por ciento que, si bien grava al empleador, se trasladará a la población al rebajarse los salarios o crearse menos puestos de trabajo. Hay nuevos impuestos suntuarios (no se sorprendan si el contrabando se dispara) y sobre los teléfonos celulares. Hacienda espera que sus tres fuentes de ingresos más lucrativas sean los nuevos impuestos a los autos de lujo, las comidas en restaurantes y el consumo de bebidas alcohólicas en bares. Además, para ayudar a poner en orden su participación en los ingenios, el gobierno está aplicando un nuevo impuesto a las bebidas sin alcohol que no contengan azúcar, incluidas las dietéticas. No es de extrañar que para 2002 sólo se pronostique un crecimiento del 1,7 por ciento.
Al preguntarle si, a juicio de Hacienda, estos nuevos impuestos beneficiarían a México, el viceministro Agustín Carstens respondió: "Habida cuenta de las circunstancias, más vale tenerlos, porque necesitamos los ingresos. El paquete mantiene baja la necesidad de préstamos del sector público. Las tasas de interés permanecerán bajas y México podrá acceder a los mercados de capitales internacionales".
Se diría que, a ojos del gobierno, la única esperanza de una mejor perspectiva económica para México es el crecimiento vigoroso de Estados Unidos. Pero, como escribió en noviembre Tim Kearney, economista de Bear Stearns para América Latina: "El índice de crecimiento [mexicano] no depende únicamente del ciclo económico de Estados Unidos. La política fiscal mexicana afecta el crecimiento de modo marginal. Los impuestos altos refrenan el crecimiento no sólo con la rémora fiscal, sino también consumiendo el capital político y la atención del presidente Fox".
Sin duda, no podemos achacar a Fox la autoría exclusiva del presupuesto decepcionante aprobado el 31 de diciembre. Un Congreso populista, empeñado en exprimir a los ricos, alteró notablemente su propuesta original. Pero, como ejecutivo máximo de su país, él administra los fondos. Para lograr cualquier avance en su política fiscal y estructural, en el futuro tendrá que avenirse a gastar una parte de su capital político en resolver el problema de los impuestos altos y distorsivos. Hasta ahora, ha actuado como si su único objetivo a largo plazo fuese conservar a toda costa (para México) la popularidad que tenía el día de su elección, en 2000.
(Traducción de Zoraida J. Valcárcel)
Mary Anastasia O´Grady dirige The Wall Street Journal Americas .