Qué hay de nuevo
BREST, Francia.- En los eventos deportivos, los espectadores también son un espectáculo. Los simpatizantes reabren una suerte de tiempo de carnaval con sus ingeniosas máscaras, carteles, pelucas o improvisaciones líricas de tribuna. Pero el Tour de Francia, esa icónica y veloz carrera de bicicletas francesa, sin duda, cuenta con los fanáticos más extremos en ese arte. ¿Será por el producto del fértil terruño de Borgoña o por el eco de las performances callejeras dadaístas, aquellas que, plenas de absurdo, buscaban escandalizar a la encorsetada burguesía parisina de principios del siglo XX? "¡Mírenme bien! Soy idiota, soy un farsante, soy un bromista. ¡Mírenme bien! Soy feo, mi cara carece de expresión, soy pequeño. ¡Soy como todos ustedes!", podría estar burlándose el conejo, citando al poeta Tristan Tzara, figura central del dadaísmo. Y nadie se enojaría, porque, ciertamente, "Dadá no significa nada".