Qué quieren los que se movilizan por Macri
El alma de Durán Barba ya no está en el Gobierno. Su afición a las redes sociales y a los timbreos esporádicos ha desaparecido. Esos métodos construyeron un Macri lejano para la gente común, un rico rodeado de ricos. La campaña actual de Macri es muy distinta: salió a buscar multitudes en nombre de valores permanentes. Son valores tan fundamentales como la libertad, la convivencia, la lucha contra la corrupción y el tráfico de drogas y el respeto a la división de poderes.
Más sorprendente que la finitud del duranbarbismo o de la instauración de una nueva estrategia es que la gente de a pie (sobre todo la clase media) salió a respaldar al Presidente en movilizaciones realmente numerosas. Fueron así fundamentalmente en la Capital, en Tucumán, en Bahía Blanca y en Mendoza, aunque el oficialismo no se decepcionó en ningún lado. Macri, acostumbrado a actos quirúrgicamente programados, está eufórico después de conocer a multitudes desorganizadas que se acercan a la tribuna presidencial sin aparatos, sin transporte especial, sin la promesa de una contraprestación por su presencia.
Es la primera vez que la clase media ocupa la calle, territorio que estaba reservado al peronismo, a los sindicatos y a los movimientos sociales. Ese sector social predomina en las convocatorias de Macri, aunque también asisten exponentes de la clase baja. Los sectores medios solían salir solo para votar y regresar luego a casa, alegres o frustrados. La clase media, pero no solo ella, es sensible a temas que la clase alta desprecia. Los sectores bajos, la mayoría al menos, están razonablemente preocupados por las cosas que les faltan en la vida cotidiana. Pero la actual decisión colectiva que se observa alrededor de Macri indica que, a veces, la regresión es imposible para ciertos progresos sociales. Desde ya, estas movilizaciones habrían sido imposibles si frente a Macri no estuviera una propuesta que incluye a Cristina Kirchner. La expresidenta es considerada la expresión de una época intolerante, crispada y de persecuciones a opositores y críticos. Digan lo que digan, el macrismo significó la restauración de los valores antitéticos a aquella situación que tuvo su momento más jacobino en los últimos años de Cristina Kirchner. Ningún macrista fanático anda persiguiendo opositores por la calle como sí lo hacía el cristinismo. Volvió a hacerlo después de las elecciones de agosto, en las que el cristiperonismo ganó arrolladoramente. Está de más subrayar que Macri convoca en nombre de valores políticos y democráticos; obviamente nadie concurre a los actos para aplaudirlo por sus éxitos económicos. El acto multitudinario al que está convocando en la avenida 9 de Julio para el próximo sábado tiene como referencia el cierre de campaña de Raúl Alfonsín, en 1983, cuando el líder radical planteó la opción entre democracia y autoritarismo.
¿Esas concentraciones masivas anticipan un cambio en la abrumadora tendencia que establecieron las primarias de agosto? Además de las movilizaciones, sucedieron también las elecciones de Mendoza y Salta, donde el cristinismo perdió de manera desastrosa. Sin embargo, un pronóstico distinto de lo que sucedió en agosto sería temerario. La economía no mejora (al contrario, empeora) y el triunfalismo social da por seguro que Alberto Fernández será el próximo presidente. La votación de agosto fue también un reproche al Presidente, como si muchos argentinos le hubieran dicho que venían gritando que estaban mal y que él no los escuchó. Macri lo acaba de aceptar en esos términos y explícitamente en el spot en el que dice: "Tenés razón". ¿Podrá Macri cambiar la historia cuando los antecedentes políticos y sociales indican que esas situaciones son decisivas para que pierda el oficialismo y gane la oposición? Sea como fuere, el Presidente no solo recompuso su ánimo desde el abatimiento de la derrota de agosto; también es optimista ahora. Son pocos los optimistas: Macri, Elisa Carrió, Miguel Ángel Pichetto, Patricia Bullrich, Germán Garavano y pocos más. Son también los que hacen campaña. No son pocos los oficialistas que, en cambio, andan de campaña como patrullas perdidas de una guerra que terminó. O que ellos dan por terminada. Los optimistas esperan solo la oportunidad de una segunda vuelta con el peronismo. Necesitan que Alberto Fernández baje del 45 por ciento, porcentaje que lo convertiría automáticamente en presidente. Pero Alberto no perderá votos; al contrario, trabaja para superar ampliamente el 50 por ciento. La baja porcentual solo se podría dar por un aumento exponencial de la participación ciudadana en las elecciones (y que los nuevos votantes eligieran la boleta de Macri), que es lo que busca el oficialismo.
Las encuestas sirven de poco. Las que hay señalan que las cosas no han cambiado desde las primarias de agosto; esto es, ganará Alberto Fernández. Pero ninguna explica las cosas serias que suceden en una sociedad extraña y cautelosa. En las encuestas presenciales, más de la mitad de las personas prefieren no responderlas o no responden la pregunta sobre a quién votarán. Los encuestadores rezan para que los que responden representen realmente a los que no contestan. Es un rezo, no una certeza.
De todos modos, y suceda lo que sucediere el 27 de octubre, lo cierto es que Macri demostró que es el único líder no peronista en condiciones de reunir esas multitudes en nombre de principios cívicos y no de promesas económicas. Hay unanimidad entre encuestadores en que el Presidente aumentará su caudal de votos. ¿El 36 por ciento? ¿El 38? Aun cuando perdiera las elecciones, Macri se convertirá en un líder insoslayable de una oposición importante en porcentaje de votos. Cambiemos no dejará de existir. El radicalismo no tiene vida fuera de una coalición no peronista, aunque a algunos radicales les guste más Cristina Kirchner que Macri. Carrió ya anticipó que estará en esa alianza frente al peronismo. Y Pro necesita de la coalición para mostrar que es un partido chico con líderes grandes (Macri, María Eugenia Vidal, Rodríguez Larreta), al contrario que el radicalismo, que es un partido grande sin líderes. En definitiva, el esfuerzo personal de Macri este mes puede servir tanto para las elecciones que vienen como para los próximos años, si estos lo encontraran fuera del poder.
Esas movilizaciones significan también un mensaje para Alberto Fernández. Difícilmente podría gobernar, si accediera a la presidencia, olvidándose de que existe tal preocupación en amplios sectores por valores esenciales de la república. Esas manifestaciones son también un reclamo por la preservación de cierto clima de modernización que se vivió en los mejores tiempos de Macri. ¿Se puede volver a la pesificación de las tarifas de los combustibles y destruir el futuro de Vaca Muerta? ¿Se puede regresar al cuasi monopolio de Aerolíneas después de que millones de personas volaran gracias a la liberación de la rutas aéreas? ¿Algunos sindicalistas podrán ser de nuevo referentes del peronismo luego de que los expusieran como jefes de sistemas corporativos que privilegian sus propios negocios? ¿Se podrá volver al aislamiento internacional después de haber conocido la reinserción del país en el mundo? ¿Se podrá seguir excitando los derechos con la receta de que el Estado puede hacerse cargo de todo? ¿Se podrán ignorar las obligaciones?
Alberto Fernández no habla de estas cosas porque, con razón, se ciñe solo a la crisis económica, que es el lado más débil del Presidente. El candidato peronista comete escasos errores políticos; es un especialista en campañas electorales. Solo derrapa, a veces, cuando habla de sus propuestas económicas, porque va definiéndose al ritmo de los micrófonos. Luego, debe rectificarse, como sucedió con el aumento del impuesto a los bienes personales.
La mejor propuesta de Alberto Fernández consistiría en prometer que superará la opción que planteó el peronismo desde su nacimiento entre la justicia o la libertad, entendidos estos como grandes conceptos. Justicia social o libertades públicas. A esa opción innecesaria aludía Pichetto cuando hablaba, como peronista, de la "tara autoritaria" del peronismo