La semana política I. ¿Reforma o regresión laboral?
EL justicialismo logró imponer la reforma laboral en la Cámara de Diputados. ¿Cuánto tiene de reforma, sin embargo, la reforma laboral?
Hay dos sistemas laborales. Uno es el sistema norteamericano. Otro, el europeo. En el sistema laboral norteamericano, el trabajo es tratado como cualquier otro bien o servicio sometido a la ley de oferta y demanda del mercado. Si sube la demanda laboral, suben los salarios y el empleo. Si la demanda baja, ocurre lo contrario. Se toman y se despiden trabajadores con entera libertad. Esta extrema flexibilidad del empleo le otorga al sistema norteamericano su vertiginosa movilidad. Cuando la economía crece, los empresarios no temen tomar trabajadores porque saben que los pueden despedir. Como hay una puerta de salida, hay una puerta de entrada.
En el sistema norteamericano, la "teoría" del empleo parece inhumana. ¿Cómo es posible que las personas sean tratadas igual que cualquier otra mercancía? Sin embargo, el sistema norteamericano tiene en la "práctica", en tiempos de crecimiento económico, una altísima tasa de empleo, atrae inmigrantes de todo el mundo y se traduce en altos salarios.
En el sistema europeo, el trabajo es protegido por razones sociales del vaivén de las variables económicas. Cuando la economía decrece, no hay tantos despidos como en el sistema norteamericano, porque despedir tiene un alto costo para los empresarios. A la inversa, cuando la economía crece no se toma tanta gente porque el empresario, temeroso de lo que tendrá que pagar en caso de despido debido al sistema rígido del empleo, prefiere aumentar las horas extras de los empleados que ya tiene. De ahí resultan dos categorías de trabajadores: los empleados, con alta protección, y los desempleados, que no consiguen entrar en el mercado laboral.
La coherencia de Perón
En tiempos de Perón, la Argentina ingresó de lleno en el sistema europeo. A cincuenta años de distancia, todavía sigue en él. Por eso estos últimos años de alto crecimiento económico no se han traducido en la creación equivalente de nuevos empleos. De 1991 a 1998, tuvimos una fantástica cifra de crecimiento económico: el 6 por ciento anual, algo que no ocurría desde los años veinte. Pero también tuvimos una fantástica tasa de desempleo: entre 18 y 13 por ciento, la más alta de nuestra historia. La economía creció. Los empleadores, no emplearon.
Se dirá: pero en esa Argentina "europea" de Perón hubo pleno empleo. Es cierto. Perón fue coherente. Si su sistema social era la protección del empleo, su sistema económico era la protección de las empresas. Las empresas estatales o privadas podían darse el lujo de emplear trabajadores excedentarios porque estaban eximidas de la competencia. En una economía cerrada es posible conservar al mismo tiempo el pleno empleo y la ineficiencia empresaria. Esto, hasta que estalla la hiperinflación.
En la Argentina, la hiperinflación estalló en 1989. Perón era coherente porque sabía que, mientras él viviera, la doble protección del empleo y de las empresas nacionales se mantendría. El costo inexorable de su fórmula económica y social vendría suficientemente tarde como para no alterar lo único que verdaderamente le importaba: no la ecuación económica del crecimiento, sino la ecuación política del poder.
Incoherencia de los noventa
Pero de 1991 en adelante, la economía argentina se abrió para competir. Por lo tanto, si una empresa mantiene trabajadores excedentarios, va a la quiebra.
Habiendo ingresado en los años noventa en el sistema de alta competencia propio de la economía de mercado, la Argentina sigue adhiriendo al sistema europeo del empleo protegido. En lo económico, ha dejado el socialismo en busca del capitalismo. En lo laboral, continúa siendo socialista. Desde el punto de vista económico, es "norteamericana". Desde el punto de vista laboral, es "europea". La Argentina de los años noventa es incoherente.
Por eso, a la Argentina le pasa hoy lo mismo que a Europa. La economía crece. Con ella crece el desempleo. Hay dos clases de trabajadores. Aquellos a quienes protege la CGT, conservan sus empleos gracias a la prolongación indefinida de los convenios colectivos de trabajo. Aquellos a quienes no protege la CGT, no consiguen empleo. Han sido arrojados afuera del sistema.
Más de dos millones de personas buscan empleo sin encontrarlo pese a una economía que crece impetuosamente, sin que ni siquiera el Estado los compense, como en Europa, con un subsidio al menos modesto. Los desempleados y sus familias sufren la angustia de la injusticia. El país se priva de la inmensa energía de tantas mentes, de tantos brazos, forzosamente inactivos.
Cuando el equipo económico de Roque Fernández planteó la necesidad de una reforma laboral y de una reforma tributaria, tenía en mente que las empresas necesitan, para competir, bajar su costo laboral. Esto se logra de dos maneras. Mediante la reforma tributaria, eliminando los irracionales impuestos al trabajo. Mediante la flexibilización laboral, permitiendo que la masa de desempleados ingrese en el mercado del trabajo con salarios y condiciones inferiores a las de los trabajadores sindicalizados, a la espera de que el desarrollo económico aumente la demanda laboral, curvando hacia abajo la tasa de desempleo y hacia arriba el nivel de los salarios.
Esta hubiera sido la verdadera reforma laboral. Algunos pasos, como los contratos temporarios, se habían dado en este sentido. Pero el Gobierno hizo aprobar el miércoles último en Diputados una "reforma" que es en verdad una regresión laboral: el mantenimiento de los viejos convenios colectivos y poco menos que la anulación de los contratos temporarios de trabajo que habían sacado del desempleo a un millón de trabajadores cuyo destino será, ahora, volver a la calle.
Alejados cada día más de la masa de los trabajadores a quienes dicen representar, los dirigentes de la CGT se interesan únicamente en retener dos monopolios: el de las obras sociales y el de los convenios colectivos de trabajo.
Como consecuencia, tenemos una medicina social tan costosa como inoperante, el alto desempleo de los que quedan afuera -sobre todo, los jóvenes- y, aunque parezca paradójico, la precarización del empleo de los propios afiliados sindicales.
Porque, diga lo que dijere la ley, las condiciones laborales no mejoran en el mundo real sino por la presión del pleno empleo. Cuando la demanda laboral exceda la oferta de empleo, veremos mejorar las condiciones laborales. Pero, mientras subsista entre nosotros el vasto "ejército de reserva de la mano de obra desocupada" que en su tiempo denunció Marx, presionará sobre los que tienen empleo obligándolos a admitir clandestinamente, mediante empleos en negro, el deterioro de sus condiciones laborales.
Menem, ese gran innovador, se ha detenido allí donde se alza el muro de los privilegios sindicales. En tiempos de Perón y de sus sucesores, fuimos un país económica y laboralmente socialista. Ahora somos un país económicamente capitalista y laboralmente socialista. Un país incoherente. En el horizonte, aún nos espera el pleno empleo del capitalismo ascendente, junto a un Estado que se concentre en cubrir las inevitables carencias del mercado: la educación pública; los salarios públicos dignos de maestros, policías y jubilados y, mientras sea necesario, el subsidio al desempleo. Un horizonte que, gracias a la CGT, Erman González, los diputados justicialistas y el incomprensible Claudio Sebastiani no es posible, todavía, vislumbrar.
lanacionar