Repitencia y deserción escolares
EL Ministerio de Educación de la Nación, con el acuerdo de los gobiernos provinciales y de la ciudad de Buenos Aires, está poniendo en marcha planes destinados a superar los problemas que generan la repitencia y la deserción dentro del sistema escolar. Esos programas intentan brindar distintos tipos de ayuda para lograr que la escuela pueda enfrentar estos problemas y atenderlos en la forma que corresponde.
La repetición y la deserción escolares son dos fenómenos que se caracterizan por haberse modificado profundamente en pocas décadas. Durante muchos años se observó que la escolaridad primaria promedio quedaba espontáneamente reducida, en las zonas más problemáticas del país, a unos cuatro o cinco años, y a veces menos. Este era, de alguna manera, el límite que naturalmente se asignaban muchas familias, cuyas expectativas no pasaban de lograr ciertos mínimos para sus hijos (leer, escribir, hacer cuentas), antes de dedicarlos al trabajo productivo, sobre todo en las zonas rurales.
La situación se alteró profundamente en tiempos más recientes. El cambio más significativo observado reside en la evidente intención de las familias de prolongar la educación de sus hijos, lo que ha impulsado un notorio y notable crecimiento de las matrículas, tanto en el nivel primario como en los demás. Esta transformación está marcada, sin lugar a dudas, por la convicción generalizada de que sin niveles cada vez más altos de escolaridad las posibilidades de sobrevivir en la sociedad se vuelven cada vez más esquivas.
Las estadísticas más recientes muestran que la deserción se ha vuelto realmente importante en la franja de edad de los 14 a los 19 años. En la región metropolitana, por ejemplo, el fuerte aumento de la matrícula se vio acompañado por un abandono de las aulas también en aumento. Esto equivale a decir que ha crecido mucho la población escolar en el nivel medio, pero al mismo tiempo se ha generado un importante fenómeno de abandono, particularmente antes de los 15 años.
Este fenómeno, a diferencia de lo que pasaba en otras épocas, es una consecuencia de la incapacidad económica de los hogares para sostener la concurrencia de sus hijos a la escuela. Los testimonios de las familias son, en ese sentido, de una unanimidad que asombra. Al desinterés de otras épocas ha sucedido una preocupante situación de insatisfacción y angustia que abarca a los padres, pero también a los hijos.
Como consecuencia de todo esto se ha incrementado seriamente una masa poblacional de difíciles características. Los adolescentes, en los tiempos actuales, no encuentran fácilmente ubicaciones laborales aceptables, en una sociedad que cada vez requiere menos de la mano de obra no especializada. No tiene nada de raro, entonces, que se vuelvan fáciles víctimas de todas las malas tentaciones o que se vuelquen, lamentablemente, al campo del delito. La combinación más desdichada de joven drogadicto no escolarizado y delincuente se está generalizando peligrosamente.
Este problema es de una gravedad inusitada, en la medida en que compromete no solamente el porvenir de niños y adolescentes sino la vida y la tranquilidad de toda la población. Para atacarlo hace falta, como pretenden las autoridades educativas, llegar a los hogares más castigados por la pobreza, a fin de sostener los esfuerzos educativos que ellos quieren realizar y para los cuales sus recursos suelen no bastar.
Puede observarse, a partir de estas referencias, el limitado sentido que hoy posee, pese a todo lo que se discute y se ha discutido sobre el tema, el concepto de obligatoriedad escolar. Las leyes educativas imponen la concurrencia a la escuela hasta la adolescencia. Los padres quieren mandar a sus hijos a clase, más allá de cualquier obligación legal, pero muchos de ellos no tienen los medios necesarios, lo que plantea un desafío al que la sociedad _y no sólo las autoridades del sector_ debe otorgar hoy atención prioritaria.
Están en juego valores de vital importancia para el futuro de los sectores más desprotegidos y, en un plano más amplio, para el destino de la comunidad en su conjunto, pues la convivencia social se resiente cuando hay franjas de la población que no tienen las herramientas culturales necesarias para acceder mínimamente a los circuitos del bienestar y la riqueza.