Rercursos anímicos para pasar la cuarentena
"La paciencia empieza cuando se termina la paciencia" decía un viejo jardinero japonés años atrás. No era famoso ni era un gurú, solamente era un jardinero que pronunció esas palabras frente al niño que lo miraba trabajar, en una de esas escenas entrañables que la vida ofrece y quedan para siempre.
Lo anterior viene al caso ya que la paciencia es una casi olvidada virtud que deberá reverdecerse a la hora del duro "parate" que hemos sufrido por el coronavirus, con cuarentena y restricciones imposibles de imaginar pocas semanas atrás.
De repente, los chicos están en casa, los padres están en casa, los abuelos están en casa…. todos juntos, reunidos en montón, en escenarios domésticos que van desde el reducido monoambiente de un barrio de escasos recursos económicos hasta la amplia casa, con jardín incluido, de un country suburbano.
El peligro está afuera, pero adentro el mundo se hace complejo, por aquello del encierro compartido.
No se trata de "analizar" solamente, a modo de descripción descarnada y lejana, lo que pasa psicológicamente durante una cuarentena. De hecho, se necesitarán años de literatura, cine, obras de teatro, relatos en mesas familiares, etc. para poder elaborar la cantidad enorme de escenarios y complejas vivencias que se irán dando por estos días en las casas de todos.
Los relatos de abuelos y bisabuelos, así como la literatura y el cine, fueron contando sobre las antiguas dificultades que atravesaron poblaciones enteras en la Europa en guerra de décadas pasadas, o el conocimiento de las penurias de quienes en nuestro país supieron atravesar situaciones terribles, pestes incluidas. Esos relatos tienen el valor de "tesoro" que, cuando hace falta, viene al auxilio para recordar lo que es valioso en una situación difícil como la actual.
Todos provenimos, por estirpe, de una familia en la que hubo gente que la pasó mucho peor dejando su legado, y que con su resiliencia (y sin saber que lo suyo así se llamaba) permitió que hoy estemos acá, hechos de la misma madera, aunque eso pueda haberse olvidado.
Señalar lo antedicho es una manera de decir que no es solamente con frases hechas que se enfrenta la dimensión anímica de una situación como la que estamos atravesando. Hay que bancársela, y para ello debemos saber con qué contamos allí, en el fondo del alma.
Es oportuno entonces manifestar lo que todos de alguna manera ya experimentamos en una cuarentena impuesta por una realidad implacable. En una primera etapa los sentimientos dominantes, entre otros, son incredulidad, irritación, enojo, sorpresa, extrañamiento y, sobre todo, miedo y ansiedad.
Los ritmos se modifican sin piedad alguna y parece que se entra en una suerte de largo fin de semana onírico, con la presión de los chicos inquietos ante la tensión que perciben, la incomodidad física de la situación, la preocupación por los familiares mayores y la angustiosa evaluación de las pérdidas laborales y económicas del caso.
Las pantallas serán refugio y lazo para seguir sintiendo pertenencia grupal, los memes harán furor, y el poder sentir los afectos vía la web será algo anhelado, tanto como los abrazos y los besos que ahora no se pueden compartir, prohibidos como están por la distancia y por las sabias directivas del Ministerio de Salud.
Al pasar los días, podemos pensar que en una segunda etapa del "fenómeno cuarentena", las pantallas cansaran un poco o mucho, o serán un narcótico hipnótico que habrá que regular, matizándolo con lecturas, conversaciones y en lo posible ejercicios al aire libre o en casa. El espacio físico se siente distinto en este segundo tiempo del aislamiento: los territorios pueden llegar a ser disputados, el ánimo puede caer poco o mucho, los sonidos antes pintorescos irritan, y es cuando empezamos a recordar aquello de que es importante ser corteses y considerados, porque si no, la batalla empieza.
Todos por momentos estaremos asustados, impacientes, ansiosos, tristes y hasta algo deprimidos o con miedo a enloquecer quizás… También tendremos momentos para odiar a los que más amamos porque dejaron en el lugar equivocado la toalla, así como instancias en las que seremos héroes o villanos en la interna doméstica. En lo que a padres con hijos más chicos refiere, pensar en el frente externo (los riesgos, la economía, las proyecciones a futuro, la preocupación por familiares mayores, etc.) suma a la inmensidad de los microdetalles que hacen a la vida compartida dentro de un lugar físico, la casa, a la que a veces se venía solamente a dormir.
Por eso, es importante respirar hondo cuando la ansiedad arrecia, no pensar más allá de lo que el horizonte permite ver. Reducir la incorporación de noticias para saber lo que hay que saber, pero no más.
El hecho de que los hijos miran a sus padres para entender un mundo que se les escapa puede generar dos efectos diferentes en estos: tonificar el coraje y la fuerza en los progenitores para pasar el momento, o generar una gran presión difícil de soportar. Por tal motivo es bueno "turnarse" para prestarse apoyo junto a otros adultos (parejas, amigos, padres propios, etc.) y alternar los roles del "bancador" con el del "bancado" evitando un exceso de "heroísmo", sabiendo que acompañar al otro no es ser un mero depósito de la angustia ajena, sino un referente que permite que ésta circule, se oxigene y no abrume al estar estancada en el pecho y en la mente.
El consejo también es vestirse, bañarse, sentir que se está en funciones, no "encuevado" de manera claudicante. Y a los chicos mantenerlos ordenados en ese sentido. Ritmos, disciplina, respeto… en la dureza del encierro esas palabras tendrán una fuerza amorosa y salvadora ya que, librados a la suerte de los impulsos, las cosas se pondrán difíciles para ellos y para los grandes también.
La cuarentena tendrá una última etapa en la que deberá apelarse más que nunca a las palabras pronunciadas por aquel jardinero japonés: "la paciencia empieza, cuando se termina la paciencia". La incertidumbre no nos permite decir mucho al respecto de esta etapa última, salvo que será la última y que, sobre todo, será, aunque haya que esperar mucho.
La situación nos abre a la oportunidad de conocer capacidades que no conocíamos de nosotros mismos. En medio de tanto miedo y angustia, eso no es poco. Es que, cuando creemos que no damos más, es allí que empieza aquello que amplía la frontera de nuestra capacidad, aquello que antaño se llamaba coraje, y que es patrimonio de todos nosotros, siempre que estemos dispuestos a honrar esa posibilidad.
El autor es psicólogo, especialista en vínculos