Reseña: La comedia literaria, de Cathreine Meurisse
Por culpa de un desamor que la tuvo toda la noche en vela, la mañana del 7 de enero de 2015 Catherine Meurisse (Niort, 1980) llegó tarde a la redacción, pero no lo suficiente como para evitar oír, al bajar del colectivo, los disparos que provenían de la redacción de Charlie Hebdo, la revista en la que trabajaba desde hacía diez años como ilustradora. La comedia literaria. De Roldán a Boris Vian es anterior a esta tragedia y manifiesta su amor incondicional por las letras francesas, un amor antiguo –estudió lenguas antes de licenciarse en artes gráficas– que le sirvió de sostén después del asesinato de sus maestros y amigos. Para ella Marcel Proust, además de su escritor favorito, es también un “acompañante terapeútico”.
El título La comedia literaria evoca indefectiblemente La comedia humana, el ambicioso proyecto narrativo con el que Balzac pretendió abarcar todas las clases sociales de su tiempo. Sin embargo, Mes hommes de lettres, el título original de Meurisse, no es pretencioso ni pretende ser exhaustivo. Rinde cuenta de una elección afectiva, el recorte de una subjetividad. Por eso, hacia el final y a modo de mea culpa, la autora agradece con humor a aquellos que quedaron afuera de su vasto panorama ilustrado de la literatura gala: “Este libro también habría sido posible con Dumas padre e hijo, Ronsard, Laclos, Baudelaire, Apollinaire, Malraux…”.
Reírse de los próceres de la pluma o excluirlos del canon son dos impertinencias de las que Meurisse sale ilesa porque hay en sus dibujos una ternura que se filtra, un querer las letras, conocerlas bien. Y pese a que la cronología se respeta a rajatabla, uno no tiene la sensación de estar siguiendo el índice de un manual escolar, sino el libro de alguien que, habiendo metabolizado su saber, se permite trastocar y recrear a modo de sátira la vida de los escritores, sin apartarlos por eso de la imagen que el común de la gente tiene de ellos.
Los cómics de Meurisse son muy conversadores, de ahí que las viñetas estén plagadas de globos de diálogo. Sus escenografías son pequeñas obras de arte: el interior del teatro donde se estrenó Hernani de Victor Hugo, la biblioteca familiar de Montaigne o el Café de Flore visto desde el otro lado del boulevard Saint Germain son algunos ejemplos. Las caricaturas de los escritores están muy logradas. Todo está simplificado sobre la base del prejuicio: Balzac y sus deudas, Flaubert y su simbiosis con Madame Bovary, Zola y su fascinación por la marginalidad, Proust y su magdalena, Victor Hugo y su ego.
No se trata de una sucesión de biografías, sino de un recorrido fluido. Meurisse tiene la habilidad de estudiar a cada autor y a sus obras desde un ángulo diferente. Renart, del Roman de Renart, cuenta, cual trovador, el origen de las lenguas. El personaje de Rastignac, obviamente, introduce a Balzac y despacha en un par de carillas la novela Papá Goriot con un poder de síntesis notable.
Si bien el libro no aburre, uno experimenta una leve ansiedad por dejar atrás la Edad Media y reencontrar a los viejos conocidos del siglo pasado, un período tan fecundo en individualidades que no sorprende que Meurisse se haya visto obligada a inventar una fiesta para ocuparse de varios escritores a la vez –Vian, Sartre, Beauvoir, Duras, Queneau, Ionesco–, ya que de abordarlos de a uno el libro hubiera quedado desequilibrado respecto de los siglos previos.
Si se observa con atención, cada cuadrito guarda sorpresas. Es como si tuvieran profundidad de campo. Por dar un ejemplo, en una viñeta en donde el foco está puesto en Georges Perec y la pérdida de una letra, un desconocido en el fondo del salón le insiste a Camus para que se quite el saco, haciendo alusión a esa foto del autor de El extranjero con las solapas levantadas, la mirada intensa y el cigarrillo ladeado, que recorrió el mundo e impuso la moda del intelectual seductor que de algún modo imitó Cortázar antes de su etapa cubana.
LA COMEDIA LITERARIA
Catherine Meurisse
Impedimenta Trad.: L. M. Todó, 144 páginas, $ 500