Reseña: Las arañas de Marte, de Gustavo Espinosa
Moderadamente omnipresente entre sus coterráneos, muy en particular luego de haberse hecho con el Premio Nacional de Literatura gracias a la hilarante Carlota podrida –transmutación literal del mucho más glamoroso “Charlotte Rampling” con que el mundo entero conoció a la célebre actriz–, el uruguayo Gustavo Espinosa (1961) es uno de esos autores que demuestra de un modo contundente que el estilo, o sencillamente la escritura, no es algo externo a eso que se cuenta, ni un mero decorado: es, por así decirlo, la cosa misma.
Las arañas de Marte, publicada en su país a continuación de Carlota podrida pero distribuida aquí recién por estos días, resulta una apuesta bastante más orgánica: una novela sin capitular, con escasas pausas, en que la escritura sin embargo es tan sosegada que por momentos pareciera recostarse –no adormecerse– en la letanía del recuerdo. Acaso uno de los logros medulares de Espinosa sea el de congeniar esa calma nostálgica, esa estructura espiralada que retorna una y otra vez a las mismas instancias, con la intensidad emocional de una historia que parece travestir el costumbrismo para revelar pronto pero gradualmente intenciones mucho más sanas y al mismo tiempo perturbadoras.
En rigor, la novela entera es el relato que un viejo amigo le hace a otro, escritor, en un inverosímil –el término es celebratorio– registro epistolar, de algunos hechos ocurridos cuarenta años atrás, una época en que ya transitaban una estrecha relación pero con características bien peculiares: uno, el escritor, inválido pero además alejado del mundo por convicción; el otro, guitarrista y cantor, militante en retirada, era el que vivía, aunque una suerte de pacto tácito obturaba en la charla una multiplicidad de recorridos, en esencia cualquiera que apenas rozara la sexualidad. El escritor le ha pedido ahora al cantor, quizás a causa de un período de sequía, el relato pormenorizado de aquella experiencia, esos meses de 1974 –inicios de la dictadura de Bordaberry– que el otro revisa en perspectiva, sintiendo que “había vivido algo así como el primer capítulo de lo que hoy llamaríamos una novela de iniciación”.
Quique Segovia, el músico, tiene diecinueve años entonces, y el carácter iniciático refiere al encuentro con dos personajes que lo dejarán marcado: Román Ríos, viejo cantante y tímido poeta, y Viali Amor, una femme fatale no demasiado bizarra. Espejándose en obras como la de Robert Walser o la del mismo Juan Carlos Onetti, Espinosa consigue llegar a lo sombrío –el contexto histórico no es gratuito– mostrando sus cartas de a poco, inesperada pero lógicamente. En ello radica su talento.
LAS ARAÑAS DE MARTE
Por Gustavo Espinosa
Hum. 167 páginas, $ 290