Reseña: No a mucha gente le gusta la tranquilidad, de María Teresa Andruetto
No a mucha gente le gusta esta tranquilidad, el nuevo libro de cuentos de María Teresa Andruetto (Córdoba, 1954), pone en escena personajes que, como si fueran protagonistas de un film de Éric Rohmer, tienden a la quietud, aunque no por eso resultan menos aturdidos o conflictuados.
En los ocho relatos de Andruetto –que en su carrera recibió, entre otros, el Premio Hans Christian Andersen, considerado el Nobel de la literatura infantil–, hay una fuerte presencia femenina: el universo narrativo gira en torno de las mujeres y es a partir de ellas que se puede desentramar una porción del mundo. Se lee en el cuento que da título al volumen: “Pese a todo, ella (Beatriz Estela) había soñado muchas noches con el muchacho, soñaba que volvía a buscarla, vestido de soldado y se la llevaba a tropezones por el campo, pero después con los años, aunque su padre ya no estaba, también los sueños se diluyeron”.
La escritura surge del deseo de comprender algunos aspectos de la vida, como los prejuicios o el machismo. Y es esa vida –alguna imagen o escena que la autora vio y recuerda, una frase que alguien dijo al azar– la que se filtra con extraordinaria sutileza y obstinada labor en sus ficciones.
Los comportamientos sociales frente a la violencia, la represión y las secuelas de migrar de un sitio a otro son también un foco de interés. No es de extrañar que Andruetto se valga de giros del Piemonte, tan adoptados en pueblos del interior, para sacarlos a la luz. En cuentos como “Gina” se retrata el desarraigo inmigrante, el dolor, camuflado a veces en ira o en alcohol, en abandono o disfrazado tras el dinero. “Era enfermera en un consultorio médico, pero también trabajaba a domicilio; iba en motoneta, con frío o calor, con su caja de inyecciones que ponía al fuego directo, como se estilaba entonces, con las jeringas de vidrio bruntulando en el agua, para esterilizarlas de modo casero”.
Andruetto es de esas escritoras que se detiene a mirar y a escuchar, tal vez el mejor antídoto posible contra los lugares comunes. Sus personajes están atravesados por el amor o, más bien, por la necesidad de amor de cualquier orden, por otras personas o por la vida misma. Qué hacer con esa necesidad. La narradora va en búsqueda, no de un amor ideal, sino de algo verdadero, de una verdad personal, no la suya sino la del personaje que la convoca.
En estos cuentos se construyen escenas, diálogos, apuntes de costumbres de otra época. Allí también está volcada la empatía de la autora con los otros, con quienes se vincula y a quienes intenta comprender, aunque no comparta sus modos de pensar y de sentir. En los cuentos hay rastros de esos vínculos, como si literatura y vida fueran juntas motivo de aprendizaje.