¿Revolución socialista en los EE.UU.?
El candidato demócrata Bernie Sanders, rival de Hillary Clinton, enfrenta obstáculos coyunturales e históricos en su camino a la Casa Blanca
Debido a las características de la competencia interna demócrata en los Estados Unidos, una considerable porción del público interesado le ha prestado abundante atención al desempeño del socialista Bernie Sanders como candidato competidor contra (la aún favorita) Hillary Clinton. Su inusual perfil de candidato atrae tanto la admiración de aquellos que desean implementar un Estado de bienestar robusto en los Estados Unidos como el rechazo de quienes aseguran ver en él la destrucción de todo lo que el país ha significado desde su fundación.
Aunque razonable como ejercicio hipotético y aún una posibilidad genuina, una mirada sobria al panorama político de los Estados Unidos puede encontrar dos motivos principales por los cuales la mayor parte de este entusiasmo o preocupación por un revolucionario triunfo de Sanders parecen improbables.
El primer obstáculo es el proceso de primarias que se desarrolla en estos días. Aún en los sondeos más optimistas, el senador por Vermont se encuentra segundo debajo de Clinton a nivel nacional con alrededor de diez puntos de margen a favor de la ex secretaria de Estado, que posee el apoyo de todo el partido.
En segundo lugar, en términos generales, la coalición liderada por Sanders está constituida por votantes blancos y jóvenes, que abundaron en Iowa y en New Hampshire, pero serán una porción mucho menor del electorado en la mayoría de las posteriores contiendas, reemplazados por afroamericanos y latinos. El senador socialista, incluso luego de meses de campaña, debates y el establecimiento de una gran infraestructura de activistas, no ha hecho incursión en estos bloques de votantes, que favorecen a Clinton por márgenes grandes.
La vía a través de la cual Sanders hipotéticamente podría superar los dos obstáculos es el fomento de una revolución política que cambie los aspectos fundamentales de la política estadounidense contemporánea. Esta idea, a menudo sólo utilizada como un eslogan de campaña, es esencialmente la única forma que Sanders posee para romper las reglas que podrían condenar su proyecto presidencial a una derrota. La situación es complicada.
En primer lugar, el ala moderada del partido demócrata se encuentra satisfecha con Clinton y la administración Obama. Aprueban sus logros en materia de recuperación económica, ampliación de derechos civiles y política exterior. Esto implica que las críticas a su desempeño, sobre todo aquellas relacionadas a la falta de ambición de ambos actores, no son muy efectivas. Lo son inclusive menos con aquellos que tienen en mente el control republicano de ambas cámaras del Congreso.
En segundo lugar, aunque la capacidad de Sanders para atraer nuevos votantes es buena, difícilmente podría ser definida como revolucionaria. El senador ha logrado generar entusiasmo entre muchos estadounidenses, como evidencia el vasto número de donantes pequeños a su comité de campaña, pero el efecto de ello sobre la participación no es más que aceptable.
En último lugar, una mirada a las más recientes "revoluciones políticas" en los Estados Unidos indica que la mayoría de los factores que produjeron las anteriores no se encuentran presentes en esta ocasión.
Algunas de ellas, tales como la de Kennedy en 1960 u Obama en 2008, involucraron la posibilidad de que una porción importante de la sociedad pudiera ver a uno de sus miembros como presidente por vez primera. Otro grupo de ellas, como las de Franklin Roosevelt durante la Gran Depresión o Richard Nixon en 1968, dependieron de la incorporación masiva de votantes que solían pertenecer al otro partido.
Por desgracia para él, Sanders no encabeza un movimiento de reivindicación histórica comparable a las primeras. El candidato es un senador judío-laico oriundo de Brooklyn, que representa a uno de los distritos más ricos del país y lidera un movimiento de votantes progresistas cuyo bastión son los campus universitarios.
En cuanto al segundo tipo de revolución política, es aún más inalcanzable y ni Sanders ni ningún otro demócrata se encuentran en una posición para llevarla a cabo. El grado de polarización de la sociedad estadounidense está en el pico histórico de nuestros tiempos y el tránsito de votantes entre partidos es diminuto en comparación al de eras previas.
Es aún difícil percibir a Sanders como un candidato en camino a la Casa Blanca. Su falta de una coalición ganadora, la fortaleza de su adversaria y la ausencia de condiciones genuinamente transformadoras asemejan la campaña mucho más a un limitado experimento liberal que a una revolución socialista. De ocurrir, una victoria de Sanders probablemente obedecería más a las torpezas y fracasos de Clinton o los republicanos que a una verdadera insurrección progresista en los Estados Unidos.
El autor es politólogo (UBA) y director del Observatorio Político John F. Kennedy
Joaquín Harguindey