Actualidad de Sarmiento. Riguroso en el pensar, incansable en la acción
Por Javier Fernández (para La Nación )
Fue la de Sarmiento una de las vidas más intensamente vividas en nuestro siglo XIX, una vida gastada en servir, como las de otros hacedores de patria, cuyo recuerdo parece hoy encapsularse con arañazos a sus intimidades, presuntas o reales. Fueron hombres de acción pública y por consiguiente es esa acción la que debe juzgarse, colocándola en su tiempo y en las opciones, a veces trágicas, de la historia.
Ninguno de ellos nació con el don del acierto infalible y Sarmiento no fue excepción. Pero quien lea su obra completa, además del inigualable placer intelectual, descubrirá el hilo conductor de un pensamiento civilizador que se adaptó a circunstancias diversas, aun cuando alguna de ellas lo llevara a modificar antiguas convicciones, sin rozar su ideal político de la República, sobre el que insistió una y otra vez, ni de la Constitución y las instituciones creadas por derivación de su texto.
A quienes lo han leído con displicencia, o a los que repiten lo que dicen que dijo, sin verificación de prueba, la multiplicidad de sus inquietudes, esa inmersión a fondo en cuestiones al parecer ajenas unas a otras, pero unidas por él con un firme sentido integrador, puede parecerles una especie de nomadismo intelectual, para reformar lo no formado. No hay tal: en el último volumen de sus Obras , se recogen, en más de trescientas páginas, los nombres de libros, personalidades, lugares que Sarmiento menciona a lo largo de los 52 tomos de ellas. Creo poder afirmar que, salvo contados errores de información, las referencias son exactas, y muestran el armazón de conocimientos sobre los que enriqueció sus reflexiones afirmadas por los dones de una intuición certera. Por ello, su sentido de lo hacedero, en la iniciativa y en el desarrollo, no tuvo casi fallas.
Todavía hoy se descubre su decisiva gravitación en aspectos antes poco observados: en los lineamientos de los edificios escolares, estudiados por Gustavo Brandariz; en el desarrollo de las telecomunicaciones, analizado por Horacio Reggini; en la política científica, la primera en el país, sobre la que Marcelo Montserrat, Vera Flachs, Riquelme de Lobos y Telésforo García Castellano han escrito artículos y libros iluminadores. Y, sobre todo, el ideal de República, con los invariantes endógenos que Sarmiento previó y que llegarían hasta un futuro presente, si la educación no armonizaba los derechos del ciudadano con los deberes que le son inherentes, como él había aprendido en su peregrinaje de estudioso de la tradición antigua.
Pero había otra tradición, que él conoció cuando, empleado de tienda, vio pasar a los gauchos, o como se los quiera llamar, de Facundo Quiroga: era un adolescente de libros y fragmentadas utopías frente a la barbarie, retenida desde entonces como una voz del destino y su ambicionada misión de combatirla. Esa visión marcó su futuro y dio origen a dos libros excepcionales: su Facundo , vigente durante más de un siglo y medio, insuperado como cuadro expresivo de una sociedad y de un arquetipo al que Sarmiento califica de "genio americano", y, como derivación del Facundo , Latinoamérica, las ciudades y las ideas , de José Luis Romero, recordado maestro de la cultura histórica.
La plegaria de Argirópolis
No es exagerado afirmar que Sarmiento contribuyó, como muy pocos, a definir y organizar la República: Natalio Botana lo ha probado con rigurosa objetividad. La experiencia de su viaje a los Estados Unidos fue decisiva para afirmar su ideal republicano y su exigencia de fijar la Constitución del país, que reclamaba desde su exilio en Chile. En uno de sus libros más notables y más nobles, definido por Aníbal Ponce como "la plegaria de Argirópolis ", él propuso, intuyendo la caída de Rosas, una síntesis de los problemas argentinos, en sí mismos y en su relación con Uruguay y Paraguay, no para restaurar el antiguo virreinato (que con verdad puede decirse que nunca llegó a formarse íntegramente), sino para establecer, por espontáneo consenso de cada uno de esos países, una comunidad o federación que, según Sarmiento, imponían la realidad política y geográfica y los intereses comerciales y de navegación.
Julio Irazusta, historiador de Rosas, afirma que Argirópolis es "el primer estudio sobre el desarrollo constitucional que se haya intentado antes de nuestra generación, interpretado a la luz de los hechos y no de las teorías. La parábola que va de la disolución del cuerpo nacional, en 1827, hasta la creación del Encargo de las Relaciones Exteriores por Dorrego está descripta en Argirópolis de modo que no ha sido superado por los mejores historiadores". Irazusta reconoce que no se puede negar la influencia que ejerció en los acontecimientos inmediatos, entre ellos la convocatoria de Urquiza al Congreso Nacional que debía dictar la Constitución, como ocurrió en 1853.
Utopismo constitucionalista, afirmó algún crítico, pero utopismo cabalmente realizado, que amparó el desarrollo argentino, en años de esplendor. Libro magistral, de lectura indispensable, según Emilio Ravignani, que destaca las intuiciones geniales de Sarmiento. Libro que no surgió de una inspiración sin asidero, sino de una honda reflexión, cuyo origen sea tal vez el capítulo "Presente y futuro" del Facundo , ramificado en muchos trabajos posteriores, de teoría y práctica del derecho y especialmente del constitucional. Libro impar, de los suyos el más limpio de pasiones contingentes, no es leído, a pesar de la edición facsimilar hecha en Europa por Félix Weinberg y alguna otra reciente.
Cuyano alborotador
La evocación de su obra se abre a una inmensa arboleda de interés actual: la política agraria, la inmigración, la autoridad del Estado, la distribución de la tierra, la coordinación de la navegación de los ríos, el conocimiento y gozo de la tradición histórica, las cuestiones del lenguaje, materia en la que Sarmiento, según la autoridad de Beatriz Fontanella de Weinberg, se adelantó en más de un siglo, en proyectos para adaptar la lengua a las necesidades de la vida contemporánea, incluyéndola en el plan de educación que proponía. Dígase de paso que su reforma ortográfica, que ha dado motivo a más de un guiño burlón, merece un importantísimo estudio de la eximia y malograda investigadora chilena Lidia Contreras, que en su libro Historia de las ideas ortográficas en Chile , dedica 130 páginas de las 320 que contiene a estudiar las ideas de Sarmiento, con admiración y sorpresa.
Todo ello y las innumerables propuestas y realizaciones de Sarmiento empinan su más alto ideal: la educación. Lo defendió con la pasión del convencido, del que, no sin cierta apacible petulancia, había aprendido por sí mismo extensos saberes, ahondados hasta la raíz.
Ricardo Rojas tituló "Cuyano alborotador" uno de los capítulos de su minuciosa biografía de Sarmiento, publicada hace más de cincuenta años. No es expresión que define un carácter, sino una etapa de su vida: la de su ingreso en Chile, con la perspectiva de un exilio largo y con la ambición de no ser uno más. Sin embargo esta etapa fue la de sus libros mejores, los mejor pensados, que no han perdido frescura ni oportunidad.
Más de una vez se le ha reprochado la agresividad con que señaló los males que entorpecían la marcha del país. Hay quienes piensan que la obligación del que influye, por palabra o acción, en la opinión pública es la de aprovisionar máscaras, recetas, modos de zigzagueo o fórmulas para "ir tirando". No podía pensar así Sarmiento, sobre todo en el campo de la educación, base del desarrollo del país.
El que nos enseñó a leer
Tenía su propia experiencia: a los quince años, fundando una pobre escuelita en San Francisco del Monte, de la que se conservan restos. Y en San Juan, años después, al crear el Colegio de Señoritas, escribe, y es su primer escrito, Prospecto del establecimiento, y poco después la Constitución del Colegio. En estos textos, poco leídos por la posteridad, está su ideal pedagógico, abierto al perfeccionamiento que aconseje la experiencia. El ideal incluye las características que debe tener el propio edificio escolar y la vestimenta de las alumnas, uniforme para evitar celos y envidias, dice el texto manuscrito de Sarmiento, y estimular sentimientos de benevolencia universal. Es decir, el entrañable guardapolvo blanco.
Muchas de sus iniciativas son hoy todavía vigentes. Gregorio Weinberg ha señalado que estamos en deuda con su ideal de la educación permanente (anticipado en más de un siglo), de la educación como inversión, de la educación para el desarrollo social y con la igualdad de condiciones.
Hace poco, un corto grupo de miembros de la Asociación Amigos del Museo Sarmiento y la propia directora de la institución asistimos al traslado de los restos de Sarmiento del centenario féretro donde reposaba, carcomido por el tiempo, a uno nuevo capaz de vencer el tiempo futuro. Fue oportunidad de contemplar esos restos, con la sobresaliente cabezota que parecía irradiar destellos admonitorios. Algunos la tocamos. Al intentar abonar al jefe de la cuadrilla que se había encargado de trasladar y acomodar el túmulo de mármol donde se encuentra el cajón, nos dijo con natural sencillez: "Ah, no, por ése no, ése nos enseñó a leer". Una lección.
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