Libros en agenda. Risa y astucia
Silvia Hopenhayn Para LA NACION
La risa puede llegar a ser una fórmula de vida. Pero, justamente, la mejor risa es la que no se puede calcular, la que adviene por asombro. Una chispa que enciende la comprensión íntima de las cosas. No es tan fácil encontrarla, no aquélla que escapa a la carcajada burda.
Suele darse en el terreno de la amistad, donde la complicidad la garantiza o, al menos, la afina. Por eso, hay personajes que se vuelven amigos cuando nos hacen reír. Asterix es uno de ellos. Un pequeño galo bigotudo y astuto, que no duda en birlarle la corona de laureles al César para hacer un buen puchero. Sus peripecias son históricas, no sólo por la forma en que Goscinny recrea la época de los romanos, sino por los juegos de lenguaje que implementa para cada aventura: mezcla las lenguas distorsionando la etimología, rompe los códigos desconcertando a los más pacatos, hace del nombre un atributo caricaturesco, o vacía palabras como si fueran alcancías de monedas invaluables: las letras.
Quizá porque antes de aprender a hablar, Goscinny (1926-1977) dice haber ensayado todas las muecas posibles para hacer reír a los demás. Era más divertido el efecto de la gesticulación que su limitado balbuceo. Este afán (hacer reír) se convirtió en su modo de hacerse amar. Y no hay duda de que lo logró. Resultado de este amor es también el que sostuvo el editor argentino Leopoldo Kulesz por sus historietas, sobre todo Asterix , que lo llevó a publicar el flamante libro, Del Panteón a Buenos Aires , crónicas ilustradas, de René Goscinny.
En la cubierta, una foto del autor casi silbando de costado, como si hubiera hecho una picardía, esbelto y de zapatos demasiado lustrados, nos hace entrar en sus crónicas esbozando una sonrisa.
Antes de proseguir con sus textos, habría que mirar las otras fotos que el libro ofrece: en la solapa, Goscinny de niño (mezcla de Einstein con Eisenstein), los cabellos absolutamente erizados a punto de acometer la mueca más estruendosa; luego, al final del libro, hay un dossier con diversas fotografías familiares en Buenos Aires de los años 30, Mar del Plata, La Falda y Montevideo, que permiten completar el itinerario de su desopilante fisonomía.
Los textos son de diversos orígenes, los autobiográficos (quizá los más flojos) versan sobre su prolongada estada en Buenos Aires, donde pasó infancia y adolescencia en un colegio francés. Luego, se marcha con sus padres a los Estados Unidos, donde alcanza su vocación junto con Kurtzman, en la revista Mad , y de allí se vuelve a Francia, donde se convierte en uno de los historietistas más innovadores, al frente de Asterix (junto con Uderzo) y Lucky Luke (con Morris).
Los otros relatos que componen este libro revelan formas de reír por medio de inesperadas apreciaciones: un conjunto de pequeñas evidencias acerca de nuestra maldad irrefrenable; o la certeza de que el combate revolucionario conduce a los peores actos reaccionarios y, en el mejor de los casos, a la autodestrucción; o la dificultad de que tomen en serio a alguien que toda la vida fue comprendido ("Sé que no me toman en serio porque no hay nada para leer entre mis líneas"). La publicación cuenta, además, con dibujos intercalados, a la manera de un homenaje a Goscinny, realizados por algunos de los mejores ilustradores franceses.
La risa no es blanco fácil. Goscinny demostró tener gran puntería.
lanacionar