Satélites rusos para conocer de cerca el reino del opio
VIENA.- Otoño de 1997, última semana de noviembre. En esos días, en Kandahar, capital de la provincia homónima, situada al sudoeste de Afganistán, los líderes de los talibanes se comprometieron solemnemente a erradicar los cultivos de adormideras (las plantas de las que se extrae el opio) en todo el territorio nacional con el fin de sustituirlos con campos alternativos de trigo, maíz o cítricos.
Se trató de una decisión fervorosamente reclamada por el ex senador italiano Pino Arlacchi, que se encontraba desde hacía pocos meses a la cabeza del Programa de la ONU para el control de la droga en el mundo. La primera etapa de dicho programa debía solucionar el caso de Afganistán, uno de los tantos países mayormente envueltos en el tráfico internacional de drogas. Convencidos de la aprobación que su líder supremo, Mohammed Omar, había dado al programa, y ansiosos de evitar la execración de todo el mundo por la enorme cantidad de droga de producción propia que invade todos los mercados, los talibanes adhirieron con excesivo entusiasmo a la propuesta de la ONU. De hecho, le aseguraron a Arlacchi, que por su parte proponía prudentemente un plan progresivo de erradicación de entre cinco y diez años, que eran suficientes doce meses para hacer desaparecer de todos los campos las "flores del mal".
Ya por entonces, Afganistán superaba la producción de opio respecto de la del llamado "triángulo de oro" de Birmania. Para combatir dicha primacía, Arlacchi había prometido, antes de dejar Kandahar, una importante financiación de dieciséis millones de dólares, destinados al proyecto piloto.
En tres años, por lo menos diez de estos dieciséis millones fueron directamente invertidos en el programa, pero los talibanes no mantuvieron la promesa. En estos días, Arlacchi acaba de presentar un informe detalladísimo ante las oficinas de la sede vienesa de la ONU, en el que se ve obligado a admitir que Afganistán sigue siendo el primer productor mundial de opio en el mundo y el "proveedor más grande de heroína".
Estadísticas tan precisas como alarmantes establecen que dicha producción pasó de 2700 toneladas en 1998 a 4600 en 1999. Respecto de la producción total de opio no refinado en el mundo (6000 toneladas en 1999), la de Afganistán representa el 75 por ciento.
El informe presentado en Viena pone de manifiesto los resultados extraordinarios de una operación de investigación, sondeo y espionaje, realizada por el Programa de la ONU con tecnología de avanzada. Los resultados ofrecen un mapa completo y minucioso de las actividades de los productores de droga en Afganistán: los campos de adormideras, localizados con precisión milimétrica por los satélites, los depósitos de opio no refinado, los laboratorios para la conversión del opio en heroína, los caminos y los medios de transporte de la droga más allá del límite con Tadjikistán, la identificación de la "mercancía" y de los traficantes, las bandas armadas en los pasos de frontera y a lo largo de las fronteras mismas.
El éxito de la operación se debe también a la notable contribución, en diciembre de 1999, de las tropas del ejército ruso que patrullan y controlan las fronteras entre Tadjikistán y Afganistán.
Los satélites de la compañía estatal rusa Rosvooruzhenie hurgaron, espiaron y fotografiaron los rincones más remotos de todo el territorio afgano y lograron localizar e identificar unos cuarenta depósitos de narcóticos, diferentes laboratorios, muchos de los cuales estaban distribuidos en los repliegues de la frontera con Tadjikistán. Si las cifras arrojadas por el informe son acertadas, de las bocas de estos hornos mortíferos salen cada año 240 toneladas de narcóticos, más 120 toneladas de heroína pura. Dicha heroína termina en los mercados de la Unión Europea, que consume 97 toneladas por año, y también en los Estados Unidos. Existen, por cierto, otros destinos, donde se halla una buena parte de los millones de ávidos drogadictos que hay en el mundo.
En menos de diez meses, el espionaje satelital realizado por la ONU, junto con una sofisticada e intensa actividad de inteligencia a uno y a otro lado de las fronteras, reveló la más vasta red de tráfico de heroína que haya sido identificada hasta ahora. Lo que resulta de los mapas es que el 90 por ciento de los territorios destinados al cultivo de las adormideras se encuentra bajo el control de los talibanes, quienes son prácticamente los dueños de todo el país. Ellos disponen, naturalmente, de la mayor parte de los depósitos y de los laboratorios descubiertos por la investigación.
A las fuerzas de la así llamada Alianza Septentrional, conformada por los mujahedin del presidente Rabbani y del comandante Massud, en el límite del valle del Panshir y del distrito periférico de Badakchán, no les queda sino una minúscula porción de la "torta". Ese 10 por ciento, sin embargo, es suficiente para no eximir a dichas fuerzas de la acusación de que la droga es la fuente de financiación de la lucha (más que legítima) que éstas han emprendido contra los invasores. En el informe no se ha podido estimar con precisión la cantidad efectiva de dinero que la explotación del narcotráfico aporta a las cajas de Massud. Sería legítimo concluir, teniendo en cuenta las desproporciones territoriales entre ambas facciones, que dicha cantidad no supera el 10 por ciento del tesoro de los talibanes, de aproximadamente unos 10 a 30 millones de dólares por año.
De cualquier manera, los unos y los otros juntan esas sumas de dinero a través de un idéntico sistema de tasación: 10 por ciento sobre los productos agrícolas, 20 por ciento sobre las ganancias de los narcotraficantes.
Pero si es cierto que las dos fuerzas enfrentadas sacan sus ventajas del narcotráfico en diferente medida, sería un error suponer que son ellas mismas las que lo dirigen y lo controlan. La investigación realizada por la ONU expone con claridad que la dirección y el control del narcotráfico se hallan en manos de verdaderas organizaciones criminales, totalmente ajenas a estímulos ideológicos o políticos, que se fueron asentando poco a poco en el país. Estas organizaciones "se han repartido" las distintas zonas, sobre las que cada una ejerce su propia autoridad sin que ello mine el objetivo común: asegurarse que el flujo del narcotráfico siga su propia ruta sin disturbios y llegue en forma acabada a destino. Sus ganancias alcanzan, sólo por la mercadería embalada en el Tadjikistán, los 80 millones de dólares por año para cada una.
Es evidente que estas organizaciones criminales, a su vez dueñas de los depósitos y de los laboratorios más grandes, tienen el control absoluto del flujo del contrabando. Seguramente cuentan con la colaboración de aduaneros y gendarmes, a quienes les permiten trabajar por cuenta propia, de modo casi "artesanal", en los pequeños laboratorios de los que éstos disponen con el consentimiento de las mismas organizaciones. A esta altura ya no es posible negar la participación directa de talibanes y mujaheddin de la Alianza en la red internacional de tráfico de estupefacientes. El informe presenta un largo listado con nombre, apellido, función y grado de las autoridades civiles, funcionarios y jefes militares (del Regimiento de Infantería Nº 1007, por ejemplo), destinados a los puestos de frontera.
En el período 1998-1999, los cultivos de las adormideras se extendieron a 91.000 hectáreas de territorio, un aumento que -según informa el sondeo más reciente- alcanza el 43 por ciento en un solo año. Las cosechas más importantes tuvieron lugar en la provincia de Hilmand y Nangarhar (49 y 26 por ciento, respectivamente). Las flores del mal crecen casi en todas partes, abriendo llamativas manchas rojas en el verde de los campos, gracias al cuidado de doscientas mil familias de campesinos que no conocen otros cultivos. De las 7541 aldeas diseminadas en 121 distritos, que los expertos de la ONU inspeccionaron en los últimos meses, 6645 "viven del opio".
El transporte de la droga en Tadjikistán no presenta excesivas dificultades cuando las zonas que deben ser atravesadas son llanas, como la que de Kunduz, en el norte de Afganistán, se extiende hasta Pyani y Mokovski, o junto al río Amu Daria (el otrora mítico Oxus), que marca el límite entre ambos países. Una discreta red de carreteras permite llegar hasta el río con camiones, furgones y jeeps. Este sería el itinerario directo y más fácil; por allí, de hecho, pasa el 60% de la mercadería. Otra historia muy diferente es si la caravana tiene que partir de Faizabad, en el Badakchán, zona dura, montañosa y fría, con pasos inaccesibles, por donde quizás hace 800 años el mismo Marco Polo debió pasar para llegar hasta China. Allí, si todo está bien, hay que atravesar con mulas; si no, llevando la carga sobra la espalda, como los más comunes contrabandistas. Las operaciones de contrabando a lo largo del río -detalla el informe- están protegidas por una veintena de bandas armadas, las más grandes con cincuenta hombres, equipados con Kalashnikov, ametralladoras pesadas y lanzacohetes, que patrullan continuamente la zona desde sus jeeps Uaz, made in Russia o en Uzbekistán. Los contrabandistas, de una y otra orilla, se encuentran comunicados permanentemente a través de una radio mientras que los grandes narcotraficantes recurren al teléfono satelital para definir los últimos detalles de la entrega y para asegurarse que todo tenga lugar según los términos preestablecidos. En fin, un crimen que se consuma no tan clandestinamente y que se realiza, como en una normal transacción comercial o industrial, con el auxilio de las tecnologías más avanzadas.
El informe presentado en Viena suena como un preludio a una declaración de guerra contra el ejército del narcotráfico en Afganistán, esta vez difícilmente susceptible de ser aplazada. La cooperación de las tropas de frontera rusa en Tadjikistán induce a esperar que el innoble y vertiginoso tráfico de heroína en la región sea en breve tiempo derrotado definitivamente. ¿O se trata más bien de una ilusión? "Ahora que hemos logrado poner al descubierto la red del narcotráfico en Afganistán -confiesa Pino Arlacchi-, el objetivo final no puede ser sino el desmantelameinto de los depósitos y laboratorios ya identificados, así como la destrucción de todas las reservas de narcóticos acumuladas. El objetivo de toda la operación era, por otra parte, poner a los talibanes contra la pared y recordarles sus responsabilidades."
La gran fábrica afgana produce heroína sin parar, heroína que aviones, barcos, trenes, camiones y automóviles descargarán a miles de kilómetros de distancia, en Londres o en Moscú, en París o en Estambul, en Francfort o en Nueva York. Las rutas del narcotráfico internacional son infinitas: la western route, la eastern route, la northern route, la ruta del Cáucaso, la de los Balcanes, la de Asia Central, etc.... Y al final del trayecto están siempre los chicos y las chicas que gastan la plata que les queda a cambio de un sobrecito de "merca", para terminar después en nuestros hospitales, nuestros manicomios y nuestros cementerios.