Semana 08 de 2002
Nuestro verano 2002 lleva ya sesenta días de furioso taco y punta. Devoró cuatro presidentes y sigue ocupadísimo en la observación del quinto. Su servicio de limpieza se extiende de isla Redonda a La Quiaca y de isla Martín García a Villavicencio. No hay quien se salve: jueces de ocasión, gobernadores con sello feudal, banqueros retenidos en la aduana, diputados de yeso, senadores que "dibujan" la pesquisa de su propia corrupción y así, hasta que pasada la tantísima furia, el oxígeno retorne y reanime la vida social del país.
Pero, ¿cuándo? Por ahora no hay país: hay baldío. La crisis se ahonda. El Estado languidece. Las costumbres se relajan. El cucharón se hace martillo. El Gobierno se hace el tero. No recauda, ergo no financia, ergo no reactiva, ergo no gobierna. Duhalde vuelve a pedir dinero a los de afuera (viernes), no enfrenta los grandes nichos de evasión ni la fuga de capitales y tampoco reduce el aparato estatal a su tamaño justo. Intenta el poder, pero la realidad se lo quita: el dólar se le escapa, petroleras y privatizadas lo desconocen, no puede con el ansia electoral de De la Sota y Kirchner. Y a gobierno atascado, ciudadano airado. Cohabitan dos poderes. Uno (de forma) que recita en el gabinete y otro (de fondo) que reclama en la calle.
Entre tanto, el presupuesto 2002 sigue en carpeta y los partes del Indec resuenan como aldabonazos. Cada vez más potentes: ocho millones de argentinos sin agua potable y 14 millones de pobres (seis millones de ellos, indigentes, esto es, de vivir con menos de 60 pesos por mes).
Increíble: al país que se comió a su vaca lo auxilian con leche en polvo Italia y España. Increíble : el Gobierno no afronta la emergencia con la velocidad que requiere. En un marco semejante no sorprenden pancartas como "País de pobres, enfermos y desocupados. El fin del mundo queda en la Argentina", ni la advertencia de Cafiero padre: "Un día de éstos pueden linchar a un político".
En el azar del mundo, cada pueblo contiene un animal. No nos tocó ser toro (España), ni oso (Rusia), ni águila (EE. UU.), ni león (Inglaterra). Sólo aprendimos a sentirnos vaca. La próspera, la de estar en lo mismo, la de hacer la vista gorda y vegetar. El apacible animal sustentador. Claro objeto de nuestra gula. Canon de nuestra pasión inmóvil. Y víctima de nuestros vicios. Hoy nos toca asistir al velorio de esa vaca. Cacerolas, piquetes, graffiti, comunicados, estadísticas, encuestas, denuncian la muerte de la magna vaca que nos fuera dada en beneficio.
No supimos. No pudimos. Nos comimos la vaca. El nosotros que guardaba la vaca. Ahora, en el paisaje resaltan solitarias la sombra de esa vaca y nuestra inmensa culpa. Para volver al mundo habrá que amasar esa sombra y esa culpa. Y soñar de nuevo. Pueden salir hormiga, perro, cebra, comadreja, lobo o nuevamente vaca o nada. Ser lo que debamos ser. O no ser nada (según, sobradamente, nos fuera aconsejado cuando chicos).
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