Semana 34 de 2001
El miércoles por la noche, tras maquillarse mediáticamente, el primer mandatario tomó impulsó y sacó de su desangelado yo el más desgarrador mensaje de optimismo que pudo dar. Nos dijo entonces que el mundo entero hablaba de nosotros pues tras pujar doce días, con apoyo de albañiles y plomeros USA, y por cesárea, habíamos conseguido alumbrar un nuevo préstamo. Peso del engendro: 8 mil millones de dólares.
De la Rúa retrasó su aparición hasta las 22.30, hora en la que recobrándose de las esquirlas de los noticieros y bajoneada por el Loto vacante la población semidormía. Abogó por globalizar el déficit cero fiscal y adelantó que, tras octubre, una consulta popular debería expedirse sobre reformas varias (que, después se supo, contemplan recortes de gastos, sistema de Cámara única, cambios en la Justicia, en los sindicatos, etc.) Un raro júbilo le encendía el rostro. Y descerrajó la frase: "Si fracasamos, pasarán muchas décadas hasta que tengamos otra oportunidad". Glup.
No hubo encuestas sobre si el país soñó esa noche con Scheherezade, Fidel Pintos o Peter Sellers "en el jardín". En mi caso, me invadió "Blade Runner" y desperté épico, dispuesto a salir a buscar evasores y hacer patria. Pero no pude cumplir la orden presidencial: 1) desperté en la Argentina y 2) mi mujer (que además es mi conciencia) me contuvo en la cama: "Es cosa del gobierno, no tuya. Siguen papando moscas. Dormí".
Antes que el dinero, llegaron palabras. Sustentable, la primera. Dudas: ¿significa sostenible (país que se sostiene) o pagable (país que puede pagar)? Cavallo acentuó su look sombrío: de Gioconda en marzo a Lady Macbeth en agosto. ¿La reactivación? Pues reabrieron dos fábricas de alpargatas en Catamarca, Indonesia dispuso recibir nuestros productos, redujimos de 1502 a 800 los focos de aftosa, y como primeros carameleros del mundo (Arcor mediante) vamos camino de ser los reyes del pochoclo: vendemos popcorn a 57 países. Y estamos más atentos. También se motivó el Senasa: rechazó salchichas brasileñas "desconocidas" (como las llamó) y mortadelas de animales esotéricos. Basta.
Otro argentino mostró su cara y su estado de situación (y de algún modo, el nuestro). Fue en la noche del martes, cuando para calmar a sus fans que le vivaban el cumpleaños, el incandescente Sandro se elevó ocho metros en escalera, asomó su cabeza sobre el muro de su casa conventual y, medio en broma medio en serio, agitó la máscara de oxígeno que lo sostiene.
De la Rúa, en cambio, insinuó que está mejor que Sandro. Muestra tener aire, empaque y optimismo a prueba de Fondo. Para él, sólo se trata del simple trámite de pagar 136 mil millones de dólares. Suma que supera lo humano y resuelven los dioses. Dioses tan querendones que telefonean a Buenos Aires y así, de sopetón, lo asombran con un "Hola amigo Fernando, ¿cómo estás?" ¿No es para ser feliz?