Señor Presidente, que no se nos enoje Björn Borg
De los boxeadores se dice (parece que no hay una norma escrita, pero sí un viejo fallo que sentó jurisprudencia) que tienen "la mano prohibida". Es decir, les está vedado, abajo de un ring, andar solucionando sus pleitos a las trompadas. Lógico: sin guantes que amortigüen y sin la capacidad de sus oponentes de recibir el castigo de un profesional de las piñas, la cosa puede terminar muy mal. Pues bien, la comunidad internacional, las Naciones Unidas, Amnistía u otras organizaciones podrían decidir, en cualquier momento, que a ciertas personas convendría prohibirles no los puños, sino la palabra. Una legislación pensada para Alberto Fernández.
Que el presidente argentino pase a tener "la palabra prohibida" no sería solo una forma de mantener la paz y la amistad en el concierto de las naciones, sino, en primer lugar, una forma de protegerlo a él. Porque cada vez que abre la boca para hablar de otros países hace un estropicio, del que después suele arrepentirse. La víctima ahora fue Suecia, al que le cuestionó, durante la conferencia de prensa del viernes, su estrategia soft (sin cuarentena) en la lucha contra el coronavirus, que ya se cobró allí 3000 vidas.
Se metió en el hormiguero. Otra vez. El gobierno sueco le respondió hoy que las comparaciones pueden llevar a error, porque sus tasas de mortalidad son "más altas que algunos países que han impuesto la cuarentena, y más bajas que otros países que también han impuesto la cuarentena". Se metió en la cueva de las hormigas, o de los leones, porque la política de Estocolmo contra el virus es, por estos días, motivo de una fuerte controversia entre epidemiólogos y sanitaristas de todo el mundo. ¿Para qué complicarse en debates muy sensibles que ni siquiera están resueltos? ¿Creerá tener ya mismo, con apenas dos meses de virólogo, autoridad para discutirles a los expertos y juzgar lo que hacen otros gobiernos? La prudencia indicaría que no es bueno que esté dando grandes lecciones alguien que hacia mediados de marzo recomendó enfrentar la pandemia tomándose un té bien calentito.
Como quien no aprende la lección, el viernes el Presidente volvió a decir, mediante la proyección de gráficos, que la Argentina está obteniendo mejores resultados que Chile (y también que Brasil y Ecuador). Con Chile ya lo había hecho semanas atrás y le costó una réplica de Santiago que no hacía esfuerzo alguno por disimular su sorpresa y contrariedad. Ahora comparó la cifra de infectados y muertes, y también le llegó el contragolpe. Más que odiosa, en este caso la comparación es arbitraria, y hasta falaz. Acá se hacen 1230 tests por cada millón de habitantes; en Chile, 9000. Obviamente, su número de "positivos" va a ser mucho mayor. En muertes las cifras son prácticamente iguales, aunque, claro, la población argentina es muy superior a la chilena (45 millones contra 19 millones).
Fernández (Alberto) tiene un problema parecido a Fernández (Cristina): cierta ligereza, desaprensión y falta de frenos inhibitorios a la hora de exponer. Si bien habla mucho menos que ella (en realidad, pronuncia menos discursos, pero no hay día en que no pasee por radios y canales de televisión), su colección de frases o conceptos imprecisos, poco felices o directamente desafortunados no guarda proporción ni con la autoridad de su cargo ni con el breve tiempo que lleva como presidente. Seguramente alguien con mala espina debe de estar llevando un prolijo registro de esos deslices y en cualquier momento los dispara.
Cuando la cosa queda fronteras adentro, el alboroto y las consecuencias de esa verba descuidada suelen ser menores. Pero en materia internacional conviene pisar sobre seguro, sujetar la lengua, huir de las polémicas. Un presidente bien presidente dice que "los resultados muestran claramente que la Argentina obtiene mejores resultados con su cuarentena estricta que otros países que han optado por no recurrir a la cuarentena". Dice "otros países", no se mete con Suecia ni con los suecos.
Lo único que falta es que se nos enoje el bueno de Björn Borg.