Sherezades de la política
Las mujeres legisladoras han ido desterrando viejos sectarismos; ahora, la reciente ley de paridad debería incidir de forma cualitativa en los debates
¿Las mujeres en la política somos sombra, metáfora o imitación del poder masculino? Es lo que me pregunto desde que acepté participar en política, favorecida, paradójicamente, por algo que cuestioné en su inicio: la obligación de una candidata mujer cada tres en las listas electorales. La llamada ley de cupo. Mis argumentos en la época: si al confeccionar las listas se sigue poniendo a las esposas, las amantes o las amigas, ¿alcanza con que seamos mas mujeres legisladoras?
La vida se burló de mi arrogancia. Debí pedir disculpas públicas a todas las mujeres que con auténticas astucias políticas le arrancaron a Carlos Menem la ley 24012, resistida por la mayoría masculina y muchas mujeres que, como yo, no reconocían que sin ese impulso democratizador las mujeres en la Argentina habríamos demorado mucho mas tiempo en acercarnos a la equiparación política entre hombres y mujeres.
Entre aquella resistida ley de cupo y la de paridad, sancionada el año pasado, han pasado solo 27 años. Un suspiro, en términos históricos. Aún cuando las mujeres todavía llegan a las bancas por el soplo de una costilla poderosa, la Argentina está entre los países con mayor representación femenina en el Parlamento. Resta indagarnos sobre la influencia y el impacto de esa feminización parlamentaria. ¿Surgieron ya liderazgos autónomos? ¿Cuál es el aporte novedoso de las mujeres a la política?
Si en los años 70 las feministas en Europa lanzaban sus corpiños en la plaza pública como símbolo de rebeldía e ironizaban que "la verdadera igualdad iba a existir cuando las mediocres también fueran ministros", en la Argentina los muchachos peronistas cantaban en las marchas: "Mujeres son las nuestras, las demás están de muestra". Las "nuestras" eran las chicas peronistas; las que estaban de "muestra", "las burguesas" y las "troskas". Un sectarismo anacrónico en tiempos democráticos, que las legisladoras mujeres han ido desterrando con los consensos que unen a todas en torno a las llamadas leyes de género. Tal como sucedió con la recién sancionada ley de paridad, que logró el apoyo transversal de todos los partidos representados en el Parlamento.
Sin embargo, no siempre las leyes vinculadas a consagrar los derechos de las mujeres corren la misma suerte. Sobre los 2820 proyectos de ley presentados en los últimos dos años en el Senado de la Nación, un porcentaje muy bajo, el 6%, están vinculados a los derechos de las mujeres. Dentro de ese porcentaje se destacan los que se refieren a la violencia contra las mujeres y los delitos contra la integridad sexual, reclamados por el movimiento Ni una menos, que llegó a las puertas del Congreso con sus demandas. Una sintonía que sin embargo no se tradujo en resultados concretos: de los 58 proyectos presentados solo se aprobaron dos, referidos en ambos casos a la modificación del Código Penal para que se cumplan de manera efectiva las condenas por delitos contra la integridad sexual.
Si bien esos números advierten sobre la real incidencia de las mujeres en la agenda legislativa cuando se trata de los derechos de las mujeres, es innegable que las dirigentes mujeres que marcaron fuertemente la política contemporánea en nuestro país aparecieron a la vida pública mediática desde la tribuna de una banca del Congreso con un verbo potente y valiente, el de la denuncia.
Aun cuando el decir público todavía sigue el molde masculino, el de la elocuencia o el insulto, las mujeres políticas más destacadas fueron creciendo desde la tribuna parlamentaria y las cámaras de la televisión. La sociedad las fue incorporando naturalmente y les confió el voto. Como Sherezades de la política, hicieron de la palabra una fuerza de sobrevivencia. Poderosas y autorizadas voces de comunicación que más de una vez descolocaron a hombres que no supieron qué hacer con la irrupción de las mujeres, especialmente las desobedientes.
Desde las próximas elecciones, la representación parlamentaria estará integrada igualitariamente por hombres y mujeres. Un impulso democratizador que debería incidir cualitativamente en la política. Siempre y cuando surjan modelos democráticos, mujeres ciudadanas que no se victimicen y aporten a la política la mejor índole femenina, la del cuidado, la solidaridad y la amistad. Sin odios. Fundamento de la política. Ni sombras ni imitación del mando y el poder autoritario que tanto daño nos han hecho. Tan solo, mujeres .