Sida: el mundo está perdiendo la batalla
La peor epidemia de la historia se está expandiendo a un ritmo tan alarmante que podría desacelerar el crecimiento de las naciones. Cada día, 16.000 personas se contagian el virus y en países de Africa más del 20 por ciento de la población padece el mal. El riesgo de desestabilización mundial es cada vez mayor
Si no se conjuga en presente lo que vendrá, la peor epidemia de la historia acabará con el desarrollo. Esto es lo que advierte un reciente informe de las Naciones Unidas (ONU): por culpa del sida, "el futuro no es como hubiera sido".
Desbordado hace tiempo de la intimidad de los tubos de ensayo, y a pesar de esperanzadores avances terapéuticos y promisorios ensayos de vacunas, el sida está produciendo cambios en la esperanza de vida y alterando índices macroeconómicos, como el PBI, que en las naciones con una prevalencia mayor al 20 por ciento ya presenta una caída del 2,6 por ciento anual.
Tanto amenaza el sida la estabilidad planetaria, que hace pocos días un informe de inteligencia llegó a manos del presidente norteamericano George W. Bush. No advertía sobre terroristas ni petróleo, sino acerca del peligro del debilitamiento de potencias regionales -como Rusia o China- por obra y gracia de una enfermedad prevenible. The New York Times reflejó, en un editorial, el tono del informe: "El tejido mismo de esas sociedades podría deshacerse debido a la expansión del sida", alertaba.
Paradójicamente, el sida no es un mal desconocido. Mucho menos, un problema que no competa a todos: desde el inicio de la epidemia, a comienzos de los años ochenta, la enfermedad causó 20 millones de muertes -más del doble que la Primera Guerra Mundial (1914-1918)-, infectó a más de 60 millones de almas y dejó un saldo de 14 millones de huérfanos. Hoy, más de 40 millones de personas conviven con el virus en su sangre.
Arrebatando el bien más preciado de los países -las personas, precisamente-, "el sida merma la capacidad institucional que impulsa el desarrollo sostenible -afirma Peter Piot, director ejecutivo del Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el HIV/sida (Onusida)-. Disloca los mercados laborales, perturba la producción y el consumo, erosiona los sectores público y privado y, finalmente, reduce la riqueza nacional".
En números concretos: "El promedio de esperanza de vida en el Africa subsahariana es de 47 años. Sin el sida, habría sido de 62". Tambalea Botswana, que con el 38,8 por ciento presenta la tasa de prevalencia más alta del mundo en adultos. En ese país, la esperanza de vida cayó por debajo de los 40 años, retrocediendo a índices anteriores a 1950. No es todo: en los años venideros descenderán un 13 por ciento los ingresos familiares de los sectores más pobres, salpicando también al vecindario: en Burkina Faso, Ruanda y Uganda, el sida acentuará la pobreza extrema un 45 por ciento.
Ni la joven democracia de Sudáfrica, mejor posicionada económicamente en la región, estará a salvo. El número de defunciones entre las personas de 15 a 34 años crecerá 17 veces en relación con el que hubiera sido en ausencia de la epidemia. Cruzando el océano, en el continente americano, países como Haití o las Bahamas ya presentan una prevalencia en adultos del HIV del 6 y el 4 por ciento respectivamente, un signo de alarma para América latina y el Caribe, donde casi 2 millones conviven con el virus.
En términos económicos, la enfermedad golpea fuerte: la mayoría de los infectados tiene entre 15 y 49 años, la edad más productiva de la vida. El sida baja la eficiencia y aumenta el ausentismo laboral, que en los países más afectados representa entre el 25 y el 55 por ciento de los costos empresariales.
Tan extendido está el problema que, en octubre de 2001, la Organización Mundial del Trabajo (OIT) pasó a ser copatrocinadora de Onusida, en pos de impulsar mecanismos para que las empresas realicen programas de control de la epidemia, además de evitar la discriminación de los trabajadores que conviven con el HIV. Por su parte, la Food and Agriculture Organization (FAO) también tomó partido: "El sida ha dejado de ser un problema urbano, y un problema exclusivamente médico. Ya mató a más de 7 millones de trabajadores rurales en los 25 países más afectados de Africa".
Las peores consecuencias
Las proyecciones indican que de aquí a 20 años, en los 45 países más afectados se perderán 68 millones de vidas humanas en forma prematura. "En esos lugares, la principal razón por la que ahora la gente deja de trabajar no es porque se jubila -explicó a LA NACION el doctor Mario Pecheny, consultor de Onusida en el Cono Sur-. Es porque se muere de sida."
Si bien es cierto que el Africa subsahariana se ha llevado la peor parte al enfrentar no sólo la tragedia del sida, sino también la del hambre (en las últimas dos décadas la enfermedad mató a miles de campesinos y redujo a la mitad la productividad agrícola), durante la reciente Cumbre Económica de Asia Oriental, del Foro Económico Mundial, Peter Piot advirtió que actualmente "la epidemia en Asia amenaza con llegar a ser la mayor en el mundo".
Lo escucharon en los Estados Unidos, según parece. De hecho, el flamante informe que ahora Bush tiene entre manos da cuenta de la preocupación que otras regiones suman a la ya crítica situación africana. Con un tema poco frecuente en su agenda, el Consejo Nacional de Inteligencia (NIC, sus siglas en inglés) se refiere a "la insidiosa expansión del virus, que podría extenderse en Rusia, la India y China -todas potencias regionales o mundiales- con peores consecuencias que en Africa central y del sur".
También con tema poco frecuente en su agenda se había parado Colin Powell, secretario de Estado norteamericano, frente al auditorio de la Asamblea General de las Naciones Unidas, en mayo de 2001, cuando por primera vez en su historia ese organismo se reunió para tratar un tema de salud pública. Después, los Estados Unidos recibieron severas críticas por adoptar posiciones tibias frente a los pedidos de colaboración de los países más pobres decididos a combatir la enfermedad.
Aunque sin peligro de flaquear por esta causa, ni los norteamericanos están exentos de la problemática. En términos de gastos del sistema, el Centro de Control y Prevención de Enfermedades (CDC, sus siglas en inglés) estima que a cada empresa un trabajador que convive con el HIV le ocasiona costos de entre 17 mil y 32 mil dólares quinquenales.
Sin embargo, a los norteamericanos parece preocuparlos otras cuestiones estratégicas: "La capacidad regional de liderazgo de los países que concentran más del 40 por ciento de la población mundial podría verse seriamente debilitada -prosigue el editorial de The New York Times, recogiendo datos del informe de inteligencia-. Además, Nigeria y Etiopía podrían ser devastados, perdiendo gran parte del gobierno y profesiones empresariales, más allá de la pérdida de inversiones extranjeras".
En Etiopía, por ejemplo, la desmovilización que siguió al fin de la guerra con Eritrea dispersó por todo el país a soldados y trabajadoras sexuales de los campamentos del ejército, sumando más casos a los ya expandidos después de la guerra civil de los años ochenta.
A los rusos no les va mejor: según el NIC, además de afectar la economía y producir cambios demográficos, el sida está diezmando al ejército. El 30 por ciento de los conscriptos potenciales convive con el virus del HIV, o el de la hepatitis, contagiado por compartir jeringas por abuso de drogas intravenosas, dice el informe.
Vivir y dejar vivir
Si la inacción en prevención y acciones que garanticen el acceso igualitario a las terapias es la principal causa de la expansión de la epidemia, en los últimos tiempos estas cuestiones se han visto agravadas por otras que, en parte, determinaron el crecimiento del sida en zonas que anteriormente no habían ocupado los primeros lugares.
Una de ellas, claro está, fue el movimiento de las poblaciones. De los 150 millones de migrantes que viven actualmente fuera de su país de origen, uno de cada diez puede ser refugiado. Y los refugiados, afirma Onusida, se incluyen entre los grupos más vulnerables a contraer el HIV. Por otra parte, estudios realizados en países como Filipinas demuestran que el 28 por ciento de las personas que conviven con el virus son obreros que regresaron a sus casas luego de trabajar en otros países.
Hay más: investigaciones realizadas sobre camioneros de Sudáfrica mostraron una prevalencia del 56 por ciento en este grupo, la más alta entre los adultos de ese país. Y en México, cuando comenzó a registrarse el avance del sida hacia las zonas rurales, se comprobó que gran parte de la mano de obra agrícola había trabajado anteriormente en los Estados Unidos.
Para los organismos que se ocupan del problema, el estigma y la discriminación no son temas menores a la hora de analizar el por qué del avance de la enfermedad. La semana próxima, el Día Mundial de Lucha contra el Sida se conmemorará con la consigna "Vive y deja vivir", que lanzarán Onusida y la Organización Mundial de la Salud (OMS) como eje de su campaña 2003-2004 para "focalizar que el estigma y la discriminación son los mayores obstáculos para la prevención y el cuidado efectivo de las personas con HIV/sida".
Decisión política
Si librado al azar el sida desestabiliza, debilita y mata, poniendo en jaque la seguridad, las economías, los sistemas sanitarios, el mercado laboral y los ejércitos, la mejor vacuna -dicen los expertos- es la decisión política de enfrentar el problema en forma sostenida.
Las Metas del Desarrollo del Milenio, de la Cumbre del Milenio de las Naciones Unidas (septiembre de 2000), incluyeron esta propuesta. En la Declaración de Compromiso firmada en 2001 en Nueva York también los dirigentes mundiales se comprometieron a que para 2015 haya más recursos y acciones para luchar contra el sida. Se estimó entonces que la inversión necesaria para ayudar a los países de desarrollo medio y bajo supere los 9 mil millones. Y se creó el Fondo Mundial para la Lucha contra el Sida, la Tuberculosis y el Paludismo.
Pero, ahora, esta organización -que tenía previsto invertir 2100 millones de dólares en los próximos cinco años- calcula que sólo en 2003 serán necesarios 2 mil millones adicionales. "Con el panorama actual -dice un artículo publicado recientemente en la influyente revista financiera The Economist-, el fondo no dará abasto, lo que se traducirá en menos medidas de prevención, menos drogas, más desamparo."
La Global Aids Alliance calcula que si, como está establecido, el 90 por ciento del dinero del fondo global debe ser provisto por los gobiernos nacionales (y el 10 por ciento restante por fundaciones), y la medida de las contribuciones se basa en el PBI de los donantes potenciales, los Estados Unidos deberían realizar una contribución anual de entre 200 y 1500 millones de dólares. Para The Economist, "habrá que ver cuánto caso le hacen a su informe de inteligencia".
Lo cierto es que en los sitios en que el sida ha sido prioridad, con empleo transparente de los recursos financieros y participación en la toma de decisiones por parte de las personas que conviven con el HIV (involucrando además a todos los sectores sociales en la lucha contra el sida), los resultados fueron alentadores.
Un buen ejemplo: Brasil. Destaca Onusida que "sus esfuerzos -ampliamente elogiados-, para proporcionar tratamiento y asistencia universales, junto con sus programas de prevención bien planificados, evitaron 234.000 hospitalizaciones durante el período 1996-2000".
Es sólo una pequeña muestra de que si al mundo el sida se le está escapando de las manos no es precisamente porque no sepa cómo retenerlo. Si el futuro ya no es lo que hubiera sido, la mayoría de los gobiernos está dejando para mañana -o nunca- lo que podría hacer ahora para evitar la hipoteca de su desarrollo.
Así las cosas, cada día y mientras tanto, 16.000 personas están contagiándose el virus. Un detalle: la mayoría de ellas no lo sabe.
La mayor catástrofe de la historia
La catástrofe del sida tiene hoy una magnitud que nadie esperaba cuando se inició la epidemia.
Según la Organización Mundial de la Salud, constituye la segunda causa de morbilidad en el mundo y provoca 16.000 nuevas infecciones por día, el 95 por ciento en países en vías de desarrollo, el 10 por ciento en chicos de menos de 15 años y el 80 por ciento, entre 15 y 19.
¿Qué están haciendo los principales líderes políticos para enfrentar esta epidemia que amenaza con quebrar las economías del mundo? La están dejando librada a su suerte.
Los países del Norte ya no tienen que ayudar a los menos desarrollados por el mero hecho de ser solidarios. Si no lo hacen, ellos también sufrirán las consecuencias de un colapso global. Desde el punto de vista poblacional, el sida afecta principalmente a los adultos jóvenes, los enferma y los mata de manera desproporcionada con el resto de la población. Esto hace que la clase productiva vaya desapareciendo, y que el número de huérfanos crezca de manera descomunal. Dada la precariedad de la infraestructura social y sanitaria no es sorpresa que la misma se quiebre ante este aumento desmesurado de la demanda.
El presidente norteamericano, George Bush, ha oído reiteradas veces a funcionarios muy cercanos, incluyendo al mismo Colin Powell, que públicamente ha advertido que es indispensable transformar el sida en una prioridad. Caso contrario, como también lo reconocen las Naciones Unidas, la epidemia se convertirá en el principal obstáculo para el progreso y un foco de desestabilidad global. Sin embargo, como a muchos otros, a Bush le resulta más sencillo conseguir votos hablando de guerra, que educando y previniendo.
En los años ochenta, la densidad de casos en Africa era muy baja. Actualmente, en algunos países, más del 20 por ciento de los habitantes convive con el virus. ¿Sucederá lo mismo en América latina, donde la situación es desgraciadamente propicia para el abandono de los limitados programas para combatir la epidemia? Para evitarlo es imperioso redoblar los esfuerzos para no caminar en dirección de lo que ocurre en el Caribe, la zona más afectada del continente.
Las Naciones Unidas calcularon que harían falta 9 mil millones de dólares por año para detener la epidemia. Si bien esto parece ser mucho dinero no es más que lo que se gasta anualmente en cosméticos en los Estados Unidos, o en helados en Europa. Y vale recordar que, sólo en armas, se gastan anualmente 800 mil millones de dólares.
Si los Estados Unidos pusieran tanto ímpetu en luchar contra un arma mortal real como el que ponen en su lucha contra Irak -una amenaza potencial-, todo sería diferente. Y si los compromisos internacionales asumidos por los países ricos en pos de colaborar con los más pobres se cumplieran, el sida podría detener su avance.
Los líderes políticos del mundo están actuando en forma negligente frente a un flagelo que podrían controlar.
Eso se llama genocidio.
El autor es argentino, profesor de Medicina y director de Investigaciones en Sida de la Universidad de British Columbia, Canadá
Un mal que la crisis agrava en la Argentina
Hasta mayo último, la Argentina registraba un total de 21.865 enfermos de sida, aunque las estimaciones por retraso en la notificación llegaban a 25.411. Oficialmente, la información obligatoria de pacientes que conviven con el HIV se inició en junio del año último, y por ello los casos notificados -4403- tienen baja representatividad debido a que el país no cuenta con estadísticas de años anteriores.
Sin embargo, los especialistas estiman que existen 130.000 argentinos que conviven con el HIV, aunque sólo 23.000 de ellos conocen su condición. En porcentajes, la mayor parte de las personas infectadas se concentró -entre 1988 y este año- en la provincia de Buenos Aires (47 por ciento), y el 27 por ciento en territorio porteño. Los siguieron grandes centros urbanos, como Santa Fe, Mendoza y Córdoba, y luego Tucumán y las demás provincias. Tomando únicamente los registros de 2001, la provincia de Río Negro se incorporó a este grupo de las más afectadas.
El doctor Mario Pecheny, consultor de Onusida y de la Organización Panamericana de la Salud (OPS), afirma que "los desafíos para el sistema de salud del HIV/sida en tiempos de crisis incluyen pensar más que nunca desde una visión estratégica a corto, mediano y largo plazo, involucrando la mayor cantidad de aliados en la prevención, el tratamiento y el apoyo a las personas viviendo con HIV/sida, con un fuerte liderazgo y responsabilidad del Estado".
Desigualdad
En América latina, la Argentina integra el grupo de países que provee oficialmente y en forma gratuita los tratamientos antirretrovirales. Sin embargo, esta política sólo contempla parte del problema: "Los pacientes presentan cada vez más dificultades para venir a la consulta porque no tienen dinero para tomarse el colectivo -afirma el doctor Pedro Cahn, jefe de Infectología del hospital Fernández y director de la Fundación Huésped-. Si continúan acentuándose la desigualdad y la pobreza, la epidemia se va a disparar".
Concretamente, "estamos viendo nuevamente un incremento de infecciones oportunistas que no observábamos desde 1996, cuando aparecieron los antirretrovirales que permitieron que las personas pudieran seguir conviviendo con el virus sin enfermarse".
Marcela Alsina, integrante de la Red Bonaerense de Personas Viviendo con HIV/sida, sostiene que "no sólo influye la situación económica en la dificultad que significa vivir con el HIV. Es una oportunidad para conocer los mecanismos más perversos de discriminación, abandono de personas, falta de oportunidades. Para la mayoría de los argentinos, éste sigue siendo un problema de otros".
Resulta complicado, en la Argentina actual, obtener datos oficiales de proyecciones acerca de cómo influirá el sida en el desarrollo futuro local. Lo cierto es que aquí, como en todas partes, para los pacientes el sida nunca ha sido sólo una cuestión de salud: "Vivir con HIV es un estigma. El sida es un problema social que va de la mano de la pobreza, la marginalidad, la violencia y la falta de información", dice Alsina.
Aunque en el contexto actual -agrega-, "se siente una gran diferencia entre ricos y pobres. No es lo mismo, lo puedo asegurar, tomar los medicamentos con el estómago lleno que hacerlo con el estómago vacío".