Simón Díaz, el músico que logró unir a Venezuela
En pleno desarrollo de la crisis venezolana, el pasado 19 de febrero, mientras las manifestaciones oficialistas y opositoras asolaban Caracas y otras ciudades, hubo un viejo cantor y compositor que con su muerte física pudo reunir a los dos bandos, excepcionalmente, en su homenaje. El presidente Maduro se dio su tiempo para encabezar las honras fúnebres de esta figura de la cultura y el mundo civil; el líder opositor Leopoldo López también lo despidió con emoción.
Simón Díaz era, quizás, el mayor exponente vivo de la tradición folklórica de su país, y en especial de aquella música llanera que representa a su manera -tan diferente y sin embargo con algunos rasgos comunes con nuestra expresión pampeana- la vida de las planicies venezolanas y los cantos de trabajo y de fiesta de sus pobladores.
Había nacido en Barbacoas, Urdaneta (estado de Aragua), el 8 de agosto de 1928. Aprendió muy joven a tocar el cuatro, la pequeña y expresiva guitarra de su tierra. A partir de 1940 vivió en San Juan de los Morros (Guárico) y más tarde se radicó en Caracas, donde completó su formación musical. En algún aula coincidió con José Antonio Abreu, el creador del programa de las orquestas juveniles cuyo retoño más prestigioso es hoy el director Gustavo Dudamel.
En la década de 1950 se hizo conocer y consolidó su popularidad con un programa radial, El llanero , que más tarde sería sucedido por éxitos aun mayores en apariciones televisivas, en especial una dedicada al público infantil, Contesta por tío Simón . En adelante sería el Tío Simón para los chicos venezolanos. Trabajó también como actor en varias películas. Al mismo tiempo, una fecunda asociación con el compositor y productor Hugo Blanco le permitió iniciar su larga carrera discográfica, con especial consagración a la canción llanera, y sobre todo al rescate de la tonada, a la que enriqueció con decenas de títulos.
En América latina conocemos poco, demasiado poco, de las creaciones artísticas y culturales de nuestros vecinos; menos, en todo caso, que de la vida y pasiones de los astros hollywoodenses. Entre quienes nos han enseñado algo en medio de esta indiferencia hay que mencionar a dos mujeres que, cada una en su espacio, merecen el más justo aplauso: una, Isabel Aretz, argentina, etnomusicóloga que vivió muchos años en Venezuela y cuyos trabajos académicos sobre el conjunto de la música latinoamericana siguen siendo ejemplares, y otra, Cecilia Todd, venezolana, notable cantante e investigadora, que estuvo entre nosotros en buena parte de la década de 1970, que completó sus estudios vocales con Susana Naidich, que cantó canciones de Simón Díaz, que fue amiga de Mercedes Sosa y que nos hizo conocer el "Pajarillo verde", aquel joropo (principal género llanero) después tantas veces escuchado.
Simón Díaz también tuvo (y mantiene) su canción insignia: "Caballo viejo", a la que hay que agregar, entre muchos otros títulos, "El becerrito", la "Tonada del cabrestero", "Sabana", la "Tonada de luna llena" (Almodóvar la incluyó, cantada por Caetano Veloso, en su película La flor de mi secreto ) y "Mi querencia". Se ha dicho de "Caballo viejo" que, junto a la clásica "Alma llanera" de Pedro Elías Gutiérrez (que cumple un siglo en este año), es el emblema de la canción popular venezolana; en todo caso, es la más grabada, con más de 350 versiones en 12 idiomas y por intérpretes como Julio Iglesias, María Dolores Pradera, Rubén Blades, Opus Cuatro, Armando Manzanero, Martirio y Plácido Domingo.
¿Cuál es el valor de este viejo cantautor que, muriéndose, consiguió reunir, al menos por un instante, a gobernantes y opositores separados por un duro tumulto político? Tal vez, haber sido, junto a creadores como Atahualpa Yupanqui, Violeta Parra o Chabuca Granda, constructor de una nueva escena musical, a pesar de sus orígenes y de influencias llegadas de Europa y África. Somos distintos. Y Simón Rodríguez, el maestro de Simón Bolívar (los padres de los Simones que siguieron), lo sostuvo, allá por 1840, al referirse a nuestro continente: "La lengua, los tribunales, los templos y las guitarras engañan al viajero... Se habla, se pleitea, se reza yse tañe a la española, pero no como en España".
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