Sin respeto a la ley ni a la Justicia
Las recientes apariciones por los tribunales de justicia de distintos funcionarios públicos de la administración anterior (desde la ex presidenta hasta algunos de sus ministros) para ser interrogados por su rol en diversos episodios cuyo común denominador es el abuso de autoridad y la malversación de fondos públicos deben llamarnos a más de una reflexión.
Desde ya, es saludable que varios integrantes del Poder Judicial hayan abandonado la morosidad con la que se condujeron durante la mayor parte del período en que el Frente para la Victoria condujo los destinos del país. Es claro que esa falta de actividad atentó seriamente contra uno de los pilares básicos en que debe asentarse un país sano, como es la igualdad ante la ley. Pero no es sobre esta realidad -a la vista de cualquiera que quiera verla- que deseo llamar la atención, sino sobre otra que, si bien se encuentra emparentada con ese desprecio por la igualdad, constituye también otra faceta de la enfermedad que tiñe nuestra república.
Me refiero al clima de fiesta pública que acompaña cada una de las visitas de estos ex funcionarios para rendir cuentas de sus actos, y al hecho de que, para muchas personas -que van desde militantes hasta políticos en actividad, ex funcionarios y personas del mundo de la cultura y del ambiente artístico-, esas apariciones constituyan una adecuada oportunidad para mostrar simpatías y adhesiones a los convocados, e incluso sus rechazos a la política económica del actual gobierno.
Desde ya que cualquier ciudadano, siempre que con ello no les haga la vida imposible a sus congéneres, tiene derecho a manifestarse en favor de cualquier causa que considere justa, especialmente si son sus propios derechos los que entiende están siendo afectados por una política estatal. Es cierto, además, que una citación a la Justicia puede también ser el vehículo por el cual un poder arbitrario lesiona los derechos de clases sin representación política, como ocurría en los Estados Unidos con las frecuentes detenciones de líderes tales como Martin Luther King. Y en ese caso, las airadas protestas y manifestaciones de sus seguidores deben haber sido el único vehículo a su disposición para reclamar justamente por ese valor de igualdad tan mancillado en ese período de la historia.
Pero buena parte de los encumbrados ex funcionarios del Frente para la Victoria distan bastante de ser esos modelos de moralidad. A la vez, las sospechas sobre su participación en maniobras de sobreprecios en la obra pública, la falta de inversión en infraestructura para algo tan elemental como que un tren frene al llegar a una estación, o el deseo de privar a un gobierno recién elegido de los recursos necesarios para paliar la crisis económica que esos mismos funcionarios generaron constituyen hechos demasiado graves como para adoptar, frente a la convocatoria de la Justicia, una actitud cercana a la arrogancia y el jolgorio.
Mientras nuestros funcionarios, pasados, presentes y futuros, e igualmente los simpatizantes del partido que sea, no adviertan que la ley es un instrumento, no sólo necesario para igualar derechos y oportunidades, sino que debe además inspirar temor por su quebrantamiento, el orden republicano que nos debemos como sociedad seguirá siendo una meta lejana.
Abogado, especialista en derecho constitucional