Libros / Anticipo. Snowden, el hombre que reveló la política de vigilancia global de EE.UU.
En Sin un lugar donde esconderse (Ediciones B), el periodista Glenn Greenwald relata los pormenores de su encuentro con el contratista que mostró las acciones ilegales de la NSA
El jueves, ya el quinto día en Hong Kong, fui a la habitación de hotel de Snowden, quien enseguida me dijo que tenía noticias "algo alarmantes". Un dispositivo de seguridad conectado a Internet que compartía con su novia de toda la vida había detectado que dos personas de la NSA -alguien de recursos humanos y un "policía" de la agencia- habían acudido a su casa buscándole a él.
Para Snowden eso significaba casi con seguridad que la NSA lo había identificado como la probable fuente de las filtraciones, pero yo me mostré escéptico. "Si creyeran que tú has hecho esto, mandarían hordas de agentes del FBI y seguramente unidades de elite, no un simple agente y una persona de recursos humanos." Supuse que se trataba de una indagación automática y rutinaria, justificada por el hecho de que un empleado de la NSA se ausenta durante varias semanas sin dar explicaciones. Sin embargo, Snowden sugería que habían mandado gente de perfil bajo adrede para no llamar la atención de los medios ni desencadenar la eliminación de pruebas.
Al margen del significado de la noticia, recalqué la necesidad de preparar rápidamente el artículo y el video en el que Snowden se daba a conocer como la fuente de las revelaciones. Estábamos decididos a que el mundo supiera de Snowden, de sus acciones y sus motivaciones, por el propio Snowden, no a través de una campaña de demonización lanzada por el gobierno norteamericano mientras él estaba escondido o bajo custodia o era incapaz de hablar por sí mismo.
Nuestro plan consistía en publicar dos artículos más, uno el viernes, al día siguiente, y el otro el sábado. El domingo sacaríamos uno largo sobre Snowden, acompañado de una entrevista grabada y una sesión de preguntas y respuestas que realizaría Ewen. Laura se había pasado las cuarenta y ocho horas anteriores editando el metraje de mi primera entrevista con Snowden; en su opinión, era demasiado minuciosa, larga y fragmentada. Quería filmar otra enseguida, más concisa y centrada, y confeccionar una lista de unas veinte preguntas directas que yo debía formular.
Mientras Laura montaba la cámara y nos decía dónde sentarnos, añadí unas cuantas de cosecha propia. "Esto, me llamo Ed Snowden", empieza el ahora famoso documental. "Tengo veintinueve años. Trabajo como analista de infraestructuras para Booz Allen Hamilton, contratista de la NSA, en Hawai."
Snowden pasó a dar respuestas escuetas, estoicas y racionales a cada pregunta: ¿por qué había decidido hacer públicos esos documentos? ¿Por qué era eso para él tan importante hasta el punto de sacrificar su libertad? ¿Cuáles eran las revelaciones más importantes? ¿En los documentos había algo criminal o ilegal? ¿Qué creía que le pasaría a él? A medida que daba ejemplos de vigilancia ilegal e invasiva, iba mostrándose más animado y vehemente. Sólo denotó incomodidad cuando le pregunté por las posibles repercusiones, pues temía que el gobierno tomara represalias contra su familia y su novia. [...]
A las dos de la tarde del domingo 9 de junio, el Guardian publicó el artículo que hacía pública la identidad de Snowden: "Edward Snowden: el delator de ilegalidades divulgador de las revelaciones sobre vigilancia de la NSA". El artículo contaba la historia de Snowden, transmitía sus motivos y proclamaba que "pasará a la historia como uno de los reveladores de secretos más importante de Norteamérica, junto con Daniel Ellsberg y Bradley Manning". Se citaba un viejo comentario que Snowden nos había hecho a mí y a Laura: "Sé muy bien que pagaré por mis acciones? Me sentiré satisfecho si quedan al descubierto, siquiera por un instante, la federación de la ley secreta, la indulgencia sin igual y los irresistibles poderes ejecutivos que rigen el mundo que amo".
La reacción ante el artículo y el video fue de una intensidad que no había visto yo jamás como escritor. Al día siguiente, en el Guardian el propio Ellsberg señalaba que "la publicación de material de la NSA por parte de Edward Snowden es la filtración más importante de la historia norteamericana, incluyendo desde luego los papeles del Pentágono de hace cuarenta años".
Sólo en los primeros días, centenares de miles de personas incluyeron enlace en su cuenta de Facebook. Casi tres millones de personas vieron la entrevista en YouTube. Muchas más la vieron en el Guardian online. La abrumadora respuesta reflejaba conmoción y fuerza inspiradora ante el coraje de Snowden.
Laura, Snowden y yo seguíamos esas reacciones juntos mientras hablábamos al mismo tiempo con dos estrategas mediáticos del Guardian sobre qué entrevistas televisivas del lunes por la mañana debía yo aceptar. Nos decidimos por Morning Joe, en la MSNBC, y luego por The Today Show, de la NBC, los dos programas más tempraneros, que determinarían la cobertura del asunto Snowden a lo largo del día.
Sin embargo, antes de que me hicieran las entrevistas, a las cinco de la mañana nos desvió del tema la llamada de un viejo lector mío que vivía en Hong Kong y con el que había estado periódicamente en contacto durante la semana. En su llamada, el hombre señalaba que pronto el mundo entero buscaría a Snowden en Hong Kong, e insistía en la urgencia de que Snowden contase en la ciudad con abogados bien relacionados. Decía que dos de los mejores abogados de derechos humanos estaban listos para actuar, dispuestos a representarlo. ¿Podían acudir los tres a mi hotel enseguida?
"Ya estamos aquí", dijo, "en la planta baja de su hotel. Vengo con dos abogados. El vestíbulo está lleno de cámaras y reporteros. Los medios están buscando el hotel de Snowden y lo encontrarán de manera inminente; según los abogados, es fundamental que lleguen ellos hasta él antes que los periodistas." [...]
Laura, que ahora se alojaba en el hotel de Snowden, estaba segura de que sólo era cuestión de tiempo que los reporteros los localizaran también a ellos. Snowden estaba ansioso por marcharse. Hablé a Snowden de los abogados, que estaban listos para acudir a su habitación. Me dijo que tenían que ir a recogerle y llevarle a un lugar seguro. Había llegado el momento, dijo, "de iniciar la parte del plan en la que pido al mundo protección y justicia". "Pero he de salir del hotel sin ser reconocido por los reporteros", dijo. "De lo contrario, simplemente me seguirán dondequiera que vaya". Transmití estas preocupaciones a los abogados. "¿Tiene él alguna idea de cómo impedir esto?", dijo uno de ellos. Le hice la pregunta a Snowden. "Estoy tomando medidas para cambiar mi aspecto", dijo, dando a entender que ya había pensado antes en eso. "Puedo volverme irreconocible." [?]
Lo primero que hice fue entrar en Internet con la esperanza de saber de Snowden. Apareció online a los pocos minutos. "Estoy bien", me dijo. "Por el momento en una casa segura. Pero no sé hasta qué punto es segura ni cuánto tiempo permaneceré aquí. Tendré que moverme de un sitio a otro y mi acceso a Internet es poco fiable, así que no sé cuándo ni con qué frecuencia estaré online." Se evidenciaba cierta reticencia a darme detalles sobre su emplazamiento y no quise preguntar. Yo sabía que mi capacidad para averiguar cosas de su escondite era muy limitada. Ahora él era el hombre más buscado por el país más poderoso del mundo. [...]
Tras algunos días más de entrevistas, decidí que era el momento de abandonar Hong Kong. Ahora iba a ser sin duda imposible reunirme con Snowden, o por demás ayudarle a salir de la ciudad, había llegado un punto en que me sentía, en un sentido tanto físico, como emocional y psicológico, totalmente agotado. Tenía ganas de regresar a Río.
Pensé en hacer escala un día en Nueva York con el fin de conceder entrevistas? sólo para dejar claro que podía hacerlo y tenía intención de hacerlo. Pero un abogado me aconsejó que no lo hiciera alegando que era absurdo correr riesgos jurídicos de esa clase antes de saber cómo pensaba reaccionar el gobierno. [...] Así que pedí al Guardian que reservara mi vuelo para Río con escala en Dubai, bien lejos de Norteamérica. Por el momento, discurrí, ya había hecho bastante.
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