Puerto Libre. Sobre la rebeldía y la democracia
Por Orlando Barone
Desgraciadamente hay gente que sobrestima la rebeldía de la cual participa y confunde intensidad gestual, capacidad dramática y protagonismo mediático con expansión popular. O con fuerza de masas. Puede pasarles a unos y a otros; no importan su karma, su ideología o su pertenencia.
La única rebelión que la democracia reconoce es la de las urnas; si éstas al abrirse no registran la rebelión prenunciada, es que no se trataba de una rebelión sino de un malestar o un rezongo de ímpetu limitado. O al menos más reducido que la sensación de amplitud que se transmite previamente y que difunde una creencia desmesurada o un prejuicio basado en una alteración óptica. El mundo mediático actual es capaz por propia naturaleza de excitación, de convertir un fósforo en un incendio inminente, y a un descomedido militante o protestón de barricada o de piquete, en un adalid de masas listo para demoler un imperio.
Pero así como el termómetro revela la exacta marca de febrilidad del paciente, son las urnas de la elección presidencial las únicas que legitiman el exacto número de mayorías y minorías y al presidente que se elige. Si después de contar y recontar su contenido el resultado desalienta a quienes pierden, eso no los autoriza a rechazarlo. O a negarlo. Tampoco a tratar de vulnerarlo día tras día como si la demonización de lo revelado por las urnas, convirtiera automáticamente en angélicos a los demonizadores. Hay resultados que no se procesan psíquicamente; que como todo resultado de competencia entre opuestos causan desazón o desconcierto en los perdedores. Es lo más difícil de la democracia: si uno está en el bando de los que no lograron elegir su candidato máximo en diciembre se ponen a prueba su capacidad de comprensión, su razón y tolerancia. Es como en el juego de las "tragamonedas": no es apropiado a las leyes azarosas del juego salir a patalear cuando se pierde y a reclamar porque la máquina pudo haber hecho trampas o el circuito electrónico sufrió un desperfecto que le arrebató el tesoro de las manos. El casino tiene sus leyes: Salomón no participa de su justicia. Oponerse siempre convierte al opositor en obtuso; no estar de acuerdo en nada lo desnuda intolerante. Descalificar como mentiroso y corrupto e ineficaz, todo junto, al gobierno elegido por la mayoría, es querer demostrarles a quienes lo eligieron que cometieron un desatino y que si no ven nada de eso es porque son iguales al gobierno. Discriminar razones según sea la educación o el look del reclamante es desconocer el sentido promiscuo y surtido de la condición humana.
La democracia resiste todo el barullo, la menesunda, el caprichismo y el cualunquismo de derecha y de izquierda, curvo, tangente y oblicuo que se cuadre: lo que no resiste es el estado de ánimo de refunfuño y malestar permanente. Las sobremesas gourmet, las del asado de marca y las de guiso a la cacerola, en concilíabulo permanente. Esa insatisfacción insatisfecha por ninguna satisfacción que provenga del adversario, aunque se la disfrute. En cuatro años que faltan no se prevé una reforma agraria, una expropiación de campos, una confiscación de bienes privados, y una persecución de gente indócil que no le sea afín al gobierno. Ni la puesta en vigor de cámaras de tormento. Da la impresión de que lo más malo que hay como amenaza es el gordito D Elía. Y no es para tanto.
Es malo dejar de ganar mucha plata o peor perder parte de lo que se presume debería ganarse. Pero peor es no ganar nunca lo necesario y suficiente. Es lo que le pasa a mucha gente que ni siquiera tiene un lote o una gallina.
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