Proyección. Sólo una pausa en la fiesta de los emergentes
Aunque no atraviesan su mejor momento, los países en desarrollo seguirán creciendo en el largo plazo y provocando cambios estructurales en la economía global; la Argentina, caso aparte
Hace ya varios lustros se viene afirmando que el crecimiento acelerado de los países emergentes es transitorio. Bueno, todo en la vida humana lo es. Pero aquí se mezclan análisis más o menos fundados con apenas disimuladas envidias ante el raudo desempeño de las liebres emergentes en desmedro de las tortugas desarrolladas. Este año los crecimientos esperados de la economía de unos y otros estarán más cerca que en los últimos 12 años, con 5,4% y 2,1%, respectivamente, y por eso no pocos creen que la fiesta emergente llega a su fin.
Es claro que los emergentes no atraviesan hoy su mejor momento. Pero se trata de un fenómeno coyuntural que no invalida el cambio estructural que se está dando en la economía global por el desarrollo de los países emergentes liderado por Asia, ya con claros impacto en la geopolítica mundial y en la importancia relativa de las distintas culturas o civilizaciones.
Una faceta crucial de este cambio es la demografía social. Entre 2010 y 2040, la población mundial aumentará en 2122 millones de personas. Sólo 60 millones vivirán en los países desarrollados y 2062 en los emergentes: 75 en China, 360 en India y la friolera de 1627 millones de personas en otros países emergentes, sobre todo de África y Asia, y en menor medida de América latina. Si de culturas hablamos, sólo 260 millones de los nuevos seres humanos vivirán en países occidentales, apenas el 12,3%.
Con supuestos razonables, también puede afirmarse que, en el mismo período, la población no pobre o de clase media en los países emergentes puede quintuplicarse de 1000 a casi 5000 millones. Por esta dinámica demográfica y por su gran capacidad de crecer, los países emergentes en su conjunto serán los socios estratégicos de la Argentina y de América del Sur, tanto en alimentos como en otros bienes básicos, manufacturas y servicios. La misma demografía dará larga vida al modelo, principalmente asiático, de intensas migraciones rural-urbanas de trabajadores con bajos salarios al principio que se emplean en una industria manufacturera exportadora que migra a su vez a regiones más baratas cuando las primeras se encarecen. A esto se agrega una rápida expansión y mejora de la educación -visible, por ejemplo, en el creciente liderazgo de Asia oriental en las pruebas PISA- que ya se está plasmando en la producción de bienes con creciente contenido tecnológico.
Otro factor que beneficia a los productores de commodities es el abaratamiento de la tecnología, que permite un aumento incesante de la productividad. Una notebook costaba 20 toneladas de soja en 2000 y cuesta sólo 1 tonelada hoy, pese a tener unas diez veces más capacidad de procesamiento. Un último y decisivo factor es que desde hace varios lustros buena parte de los países emergentes han mejorado sus políticas económicas, con mayores equilibrios fiscales y externos, tipos de cambio administrados, baja inflación y atracción de inversiones. Enormes mercados internos, mano de obra abundante, barata y crecientemente educada, tecnologías cada vez más accesibles y políticas amigables hacia la inversión componen un conjunto de irresistible atracción para un desarrollo capitalista que tendrá rasgos idiosincrásicos en cada región.
En la década finalizada en 2012, mientras la fiesta estuvo en su esplendor, los bonos de países emergentes en moneda local superaron a los del Tesoro de Estados Unidos, rindiendo 205% en dólares, contra 58%, y el índice MSCI de acciones emergentes subió 261%, contra 69% en los países desarrollados (J. P. Morgan y Bank of America). En contraste, en 2013 los bonos de emergentes perdieron 6,3% y sus acciones 5%, pese a un rally del 24% del índice accionario global, la mejor performance en 15 años. Por esto los principales bancos de inversión recomiendan ahora recortar un tercio las carteras de activos de emergentes y advierten sobre los riesgos de los bonos en moneda local por los riesgos de devaluación en varios países (J. P. Morgan).
Por debajo de estas desconfianzas financieras hay deterioros reales que llevan a algunos bancos a decir que los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) se rezagarán, tanto por el cambio de la política monetaria en EE.UU. como por haber perdido competitividad en los últimos años (Morgan Stanley); otros pronostican que el desempeño de los emergentes será pobre por los próximos diez años (Goldman Sachs). Por un lado hay varios países emergentes grandes con elevados déficits fiscales, externos o ambos. Egipto marcha a la cabeza con déficit externo de 2,5% del PIB y fiscal de 13,7%, pero también preocupan Sudáfrica (6,5% y 4,8%), Turquía (7,4% y 1,5%), India (3,0% y 5,1%) y, algo menos, Indonesia (3,8% y 3,3%), Venezuela (superávit externo pero déficit fiscal de 9,5%) y también Brasil (3,7% y 2,7%). Todos ellos dependen de entradas de capitales aún abundantes pero menguados por los mayores rendimientos esperados en activos de los países desarrollados. Detrás de estos números se esconde el fantasma de que si alguno de ellos tiene problemas de financiamiento, el contagio puede extenderse al mundo emergente, al estilo de lo ocurrido con las crisis de Asia en 1997 y Rusia en 1998. La salida de capitales de Brasil el año pasado, récord en diez años, no preocupa tanto en sí, pero subraya la realidad de la amenaza. En escala algo menor preocupan potenciales problemas con los bancos chinos, en parte por una explosión del 70% en tres años de las deudas de los gobiernos locales.
Como casi siempre, a los problemas financieros subyacen causalmente otros de la economía real, tales como una excesiva apreciación de las monedas, ahora en proceso de corrección, la "primarización" de las exportaciones, una excesiva presión fiscal, la baja eficiencia, especialmente en el sector público, y el magro crecimiento de la productividad. Cada caso en su medida, esto puede verse desde la Argentina, Brasil y Uruguay hasta la India, pasando por Turquía, algunos países de Europa oriental, el Medio Oriente y África, y aun China, en menor medida. El peso de estos problemas se acentúa en los países productores de las commodities, por la pausa que encontró en 2013 el auge de su demanda y de sus precios iniciado en 2002. Ellas han sido la principal correa de transmisión del motor que, encendido en el Lejano Oriente, dio el impulso inicial al resto de Asia, a África y también a América latina. Por eso la gran pregunta es si la caída de los productos básicos será breve o duradera. Quienes vemos el crecimiento de los emergentes como un proceso de larga duración no dudamos de que las commodities "volverán" y, aunque nadie sabe cuándo ni cuánto, lo más probable es que si no hay accidentes macroeconómicos, la desaceleración de los emergentes no se extienda más de dos años. Y si crisis y contagios llegaran a ocurrir, llevará algo más de tiempo recuperar la tendencia, pero ella no se interrumpirá. Conviene recordar los equivocadísimos pronósticos agoreros que se hicieron cuando la crisis de Asia en 1997, indicando que su recuperación llevaría una década.
Hay que lamentar que la gran mayoría de los países latinoamericanos seamos sólo actores de reparto de esta fabulosa historia. No sólo es claro que Asia, especialmente su región del Pacífico, es y seguirá siendo líder del crecimiento global. También África cuenta hoy con la esperanza más fundada de su historia de salir de la pobreza estructural; para empezar, su ingreso por habitante está creciendo más que el de América latina desde hace quince años. La mayoría de los países de la región no aprovechó lo suficiente ni la década del viento a favor de las commodities ni los últimos cinco años de política monetaria blanda de los EE.UU. Hay sí crecientes evidencias de que el grupo de países del Pacífico latinoamericano integrado en orden de logros por Chile y Perú, en menor medida Colombia y luego México más bien como promesa ha apostado con mayor clarividencia a prever el futuro, a la inversión y a una integración global con el área por lejos más dinámica del planeta. Le llevan en esto ventaja no sólo a Bolivia, Ecuador y Venezuela, sino también a Brasil y Uruguay.
La política oficial de la Argentina oscila entre estos dos grupos, pero con mayor propensión hacia el primero. Pero cualquier análisis sincero de nuestra realidad de hoy llegará fácilmente a la conclusión de la falacia de hablar de "década ganada". Muy pocos países emergentes grandes tienen una lista de "pendientes" tan abrumadora como la nuestra, que compromete el futuro y también los logros del pasado reciente. Y en 2013 la Argentina es, después de Venezuela, el país sudamericano con peor desempeño combinado en inflación, desempleo y crecimiento. Sin que eso impida ver con esperanzas 2015, lo cierto es que el bienio por transcurrir hasta entonces será de difícil tránsito y en un marco global menos favorable que el de los últimos doce años.
© LA NACION
lanacionar