Rigurosamente incierto. Susurros de trasnoche
Primer acto. "Eh, José, despertate... Son las 4 y media de la mañana y Laurita, tu hija, no está en casa. ¿Sabés dónde está?" El hombre abre apenas un ojo, francamente irritado porque han osado interrumpirle el sueño, y algo gruñe. No, no sabe exactamente dónde puede estar su hija, que tiene 16 años, pero en medio del sopor recuerda que ha salido con su barrita de amigos. A bailar, supone, como todos los sábados. "Salió pasada la medianoche y todavía no ha vuelto. ¿No te preocupa, José? ¿Quiénes son los chicos que forman su barrita de amigos? ¿Los conocés?" El hombre pierde la paciencia, aun cuando procura que la bronca no lo saque de las casillas. Del otro lado de la cama su patrona duerme como bendita, ajena al diálogo que José mantiene con ese intruso fastidioso, siempre inoportuno. Maldición, ¿no podía haber elegido mejor momento para descerrajarle tan ridículo interrogatorio? A regañadientes reconoce que no tiene la más remota idea de quiénes son los amigos de Laurita. Chicos del barrio, del colegio, del club, seguramente. Ya se sabe, a la muchachada le gusta divertirse, trasnochar, ¿qué tiene de malo?
"Mirá, José, tiene de malo que vos no ejercés siquiera un relativo control sobre tu hija, que es menor de edad y naturalmente inmadura y expuesta a calamidades que sufren las mejores familias. El alcohol, la droga, el sexo irresponsable... Vos me entendés." El hombre lanza un bufido. Se levanta, se bambolea hacia la cocina, abre la heladera y embucha un trago de soda. De nuevo entre las sábanas masculla unas palabrotas y, empeñado en recuperar el sueño, no quiere oír más. Lo acuna, sin embargo, un grave reproche: "Me parece, José, que poco te importa educar a tu nena para que sea respetuosa de sí misma, para que sepa elegir amigos y lugares en donde divertirse."
La conciencia de José se bate en retirada, ofendida una vez más.
Segundo acto. "En realidad -piensa Laurita-, finjo divertirme. Este boliche es un desastre. Ruido de locos, una humareda irritante, gente amontonada como si fuese ganado... Pero debo seguir a la manada. Debo aparentar que esto me gusta porque, ¿la verdad?, no quiero quedar al margen de la manada. ¿Qué sería de mí fuera de la barra? Me considerarían una tonta, una pavota. Y, para peor, mi voluntad no es tanta como para ir en contra de la corriente. Pucha, ¡cuánto lamento que mis viejos y yo tengamos tan escaso diálogo! Quizás, a lo mejor, podrían enseñarme que existen otras corrientes."
Tercer acto. La culpa, toda la culpa, la tienen Aníbal Ibarra, sus inspectores, los bomberos, las autoridades policiales, el destino.
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