Terminar con las barras bravas
Si privara el sentido común en nuestra dirigencia política y no prevalecieran espurios intereses entre los directivos de los clubes, los próximos campeonatos de fútbol locales no deberían dar comienzo si no se sancionase y reglamentase antes una adecuada legislación que tipifique a las barras bravas como lo que son, verdaderas asociaciones ilícitas, y endurezca las penas contra los integrantes de esta auténtica lacra.
Resulta lamentable que hayamos tenido que sufrir los patéticos acontecimientos del fin de semana último, que frustraron la realización del clásico River-Boca y que siguieron a los violentos hechos protagonizados días antes por barrabravas de All Boys, para que las autoridades nacionales volvieran a ocuparse de una cuestión prioritaria.
Por supuesto, corresponde apoyar enfáticamente la inclusión por parte del Poder Ejecutivo Nacional en el temario de sesiones extraordinarias del Congreso de un proyecto de ley para endurecer las penas por los delitos cometidos en el ámbito de un espectáculo deportivo, incluida la venta de entradas falsas. Pero es de lamentar que una iniciativa semejante, que había sido presentada dos años atrás en el Senado, no hubiera sido tratada debidamente durante todo ese tiempo y que perdiera estado parlamentario. Como si se tratara de un tema menor o irrelevante.
Cabe preguntarse por qué hubo que esperar a que los ojos del mundo se posaran sobre la Argentina, como ahora, para tomar el toro por las astas y avanzar en una legislación que permita ir a fondo contra estos grupos de violentos y mafiosos, vinculados con el alquiler de fuerza bruta, las extorsiones, el tráfico de drogas y otro tipo de negocios ilegales.
También debemos preguntarnos por qué los forajidos detenidos durante los actos de barbarie en los alrededores del estadio Monumental fueron liberados al día siguiente y cómo es posible que, hasta hoy, no sepamos quién o quiénes le hicieron llegar centenares de entradas a uno de los líderes de la barra brava de River.
La respuesta para explicar tanta desidia no es difícil: durante demasiado tiempo, estos grupos de energúmenos han sido apañados no solo por buena parte de los dirigentes de los clubes, sino también por políticos y sindicalistas que han utilizado los funestos servicios de estos mercaderes de la violencia.
En los últimos días, la Argentina ofreció al mundo una muestra acabada de cómo ha perdido el rumbo y de cómo la irracionalidad de los violentos y la corrupción de sus cómplices están ganando una nueva batalla.
Es hora de abandonar las actitudes pasivas y de terminar con la sensación de impotencia frente a los violentos de siempre, de poner fin a un Estado ausente frente a la presión y el chantaje. Más que nunca, ha llegado el momento de decirles basta a las barras bravas y a quienes las financian y utilizan, tal como muchos países han podido hacerlo.