Testigo del odio racial
George Holliday, el norteamericano que se crió y pasó su juventud en la Argentina, fue el autor del film que mostró cómo cuatro policías blancos apalearon al negro Rodney King, y que terminó por provocar el último gran estallido social en Estados Unidos. Hoy cuenta su ascenso a la fama, las desdichas comerciales y el regreso a su antigua profesión: la de plomero
lanacionarCasi 10 años después de filmar el video que dio la vuelta al mundo y que provocó el último gran estallido social de los Estados Unidos, George Holliday ha vuelto a ser un oscuro plomero que le escapa a la publicidad y que no olvida sus raíces argentinas, país donde pasó toda su infancia y adolescencia.
"Cada tanto leo La Nación por Internet para saber cómo anda la Argentina", dijo con perfecto acento porteño durante un diálogo telefónico esta semana.
Holliday filmó, desde el balcón de su casa, la famosa paliza que cuatro agentes blancos de la policía de Los Angeles le propinaron al ciudadano negro Rodney King en una playa de estacionamiento detrás del complejo de edificios donde vivía el improvisado cineasta.
Durante 81 inolvidables segundos, el video mostró a cuatro uniformados pegándole 56 bastonazos y 6 patadas a un hombre de color que yacía indefenso, desparramado sobre el asfalto.
Holliday tardó bastante tiempo en comprender lo que había filmado. Venía de la Argentina y no le llamó la atención el comportamiento de los policías. Además, según cuenta una persona que estuvo con él el día del video, Holliday tenía su cabeza en otra cosa.
Renard Bizzanelli, un artista argentino que integraba la cuadrilla de plomeros de Holliday y que todos los días después del trabajo iba a la casa de su jefe y amigo a tomar el té, recuerda el 3 de marzo de 1991 como si fuera hoy: "George acababa de comprar la cámara de video y la había instalado en el balcón para probarla. La había adquirido para filmar su cuadrilla, para que sus jefes la usaran como video de entrenamiento. Yo estuve con él hasta 40 minutos antes de la filmación. Después me contó que escuchó el ruido de las sirenas y se asomó al balcón. Al ver el operativo de la policía se le ocurrió filmarlo para entregárselo a la policía de Los Angeles, para que lo usaran ellos como video de entrenamiento. Pero en el departamento de policía no le prestaron atención. Le devolvieron el video al día siguiente, diciendo que no lo necesitaban. Entonces fue al Canal 5, donde los periodistas no lo podían creer. George no quería cobrar, pero ellos insistieron en pagarle 500 dólares".
Mecha encendida
Al día siguiente el video había recorrido el mundo, y Los Angeles, sumida en una profunda depresión económica, se había convertido en un polvorín. Los policías fueron detenidos. Todos los líderes negros del sur de Los Angeles reclamaron justicia.
Pero el duro de Daryl Gates, entonces jefe de policía, no estaba dispuesto a entregar la cabeza de sus hombres. Los abogados de los policías maniobraron para sacar el juicio de Los Angeles, aduciendo falta de garantías, y trasladarlo a Simi Valley, una comunidad de clase media alta, casi enteramente blanca, famosa por ser lugar de residencia de miles de policías, militares y agentes de seguridad.
En los barrios más pobres de Los Angeles la indignación crecía. Era como si en la Argentina, el juicio a las juntas militares se hubiera desarrollado delante de un jurado escogido en Bella Vista o en El Palomar.
George Holliday vivía su repentina fama sin saber muy bien por qué. Los periodistas hacían fila delante de su departamento para entrevistarlo y él les contaba que no se sentía un héroe y que le daba pena que la reputación de la policía de Los Angeles se viera afectada por la conducta de unos pocos, los policías que él había filmado.
También lo visitaban líderes comunitarios negros, que lo trataban como la reencarnación del Che Guevara. Holliday los complacía con sus historias de los años de plomo en la Argentina, y ellos se iban convencidos de que el hombre se había ido de la Argentina para escaparse de las garras de los escuadrones de la muerte.
En realidad, la cosa no era tan así. Holliday vivía en una casa en Olivos e integraba una familia de buen pasar. Su padre, también llamado George Holliday, había sido presidente de la petrolera Shell Argentina en la década del sesenta. George hijo nació en Canadá y llegó a la Argentina a los 5 años. Su hermano y su hermana nacieron en este país. Todos ellos fueron formados en colegios privados ingleses. Cuando se recibió de bachiller, en un colegio de Beccar, George le comunicó a su padre que no quería ir a la Universidad.
En 1985, a los 25 años, como muchos jóvenes de su generación, se compró un pasaje y se fue a probar suerte en el exterior. Al tiempo, se le unió su novia argentina, Eugenia, con la que terminó casándose, y su hermano menor Peter, que se integró a su cuadrilla de plomeros.
"George sólo se dio cuenta de lo que había filmado cuando estalló Los Angeles", recuerda Bizzanelli.
El estallido
Los Angeles estalló el 29 de abril de 1992, cuando el jurado de Simi Valley declaró inocentes a los policías.
Empezó en los barrios negros del sur de los Angeles: enardecidos, los manifestantes paraban los autos de conductores blancos, los bajaban a la calle y los molían a palos. Desde un helicóptero, un noticiero filmó cómo cuatro negros hacían bajar a Reginald Denny de su camión y le partían un ladrillazo en la cabeza por el solo hecho de ser blanco.
Después, la turba empezó a atacar los negocios de comerciantes coreanos, a quienes acusaban de explotar a la comunidad afroamericana. Desde el este de Los Angeles, los inmigrantes latinos, que también se sentían explotados y discriminados, se sumaron a la sublevación. Todos juntos, negros y latinos, confluyeron en los barrios blancos de clase media: Hollywood, el Downtown y el Valle de San Fernando, en un alocado frenesí de destrucción y saqueo. Cientos de comercios y edificios sufrieron incendios. Cuando los bomberos se acercaban para apagarlos, la multitud los apedreaba hasta hacerlos retroceder.
Al final de la noche más negra de su historia, Los Angeles había sufrido 54 muertes y destrozos calculados en unos mil millones de dólares. La Guardia Nacional (gendarmería) invadió la ciudad para poner orden. Durante días, Los Angeles vivió un virtual estado de sitio, con uniformes verdes en cada esquina y camiones hidrantes paseándose amenazantes por las arterias más concurridas.
El estallido multipicó la fama de George Holliday. Las ventas de videograbadoras alcanzaron récords históricos. Los programas de televisión que mostraban videos caseros coparon la televisión. Los noticieros crearon secciones especiales para que "ciudadanos-periodistas" aportaran sus grabaciones. Holliday se había convertido en un héroe nacional. Lo condecoraron en la legislatura de Pennsylvania. Lo elogiaron en la Casa Blanca. Los Angeles se deshizo del rudo de Daryl Gates y nombró al primer jefe de policía negro en su historia, Willie Williams. Y lo primero que hizo Williams fue darle un premio a Holliday.
Negocios
Entonces le cayó la ficha. Todos estaban lucrando con su video menos él. Le hizo un juicio al Canal 5 por 100 millones de dólares, pero perdió. Después demandó al cineasta negró Spike Lee, que había usado el video para empezar su épica Malcolm X . De Lee obtuvo 70 mil dólares. También le sacó 20 mil dólares a un cantante de rap que usó las imágenes de Holliday en un videoclip. Hubo ofertas para hacer una película, para protagonizar un show de televisión ( The George Holliday Show ), pero nada prosperó. Después lanzó un video ( Cómo hacer dinero filmando noticias, por George Holliday ) que terminó en un fracaso comercial.
Su divorcio de Eugenia le costó buena parte del dinero que había ganado. Holliday se deshizo de su filmadora y se concentró en su trabajo de plomero. Volvió a casarse, abandonó Rescue Rooter y abrió su propia Pyme.
En 1996, la policía de Los Angeles lo detuvo por exceso de velocidad. El policía lo reconoció. Holliday entonces sintió miedo, el mismo miedo a la policía que sienten muchos argentinos. Pero el policía le dijo que había estado bien.
Holliday, al parecer, no quiere más sorpresas. Hace mucho que no concede una entrevista. A La Nación primero le dijo que sí, pero después conectó su teléfono a una máquina de fax y no volvió a contestar mensajes.
En pocas semanas, el video de Holliday cumplirá 10 años. Los Angeles prospera en paz. Ni el segundo juicio a los policías -dos culpables, dos inocentes- ni el juicio a los atacantes del camionero Reginald Denny -cuatro condenas cortas- ni el juicio al conductor de televisión negro O. J. Simpson -declarado inocente del asesinato de su esposa contra todas las evidencias que lo condenaban- volvió a encender la llama de odio racial.
Mejor así, diría George Holliday. Ya no le interesa ser el Che Guevara rubio ni contar sus historias de los escuadrones de la muerte. Dice que no tiene tiempo para hablar, que tiene mucho trabajo. Lo suyo es destapar caños, para limpiar de mugre la gran ciudad.
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