Tortazos
Todo se ha engranado para mal. Algunos momentos de nuestra infancia están indisolublemente ligados a esos chispazos de felicidad que nos deparaban las guerras de tortas en Los Tres Chiflados.
Ya no. Ahora los tortazos son literalmente eso: tortazos, piñas, agresiones. Algo feo que puede escalar a algo aún más desagradable.
La candidez infinita del ministro de Cultura porteño hizo que probara un bocado envenenado de una torta indebida. Lección elemental para cualquier funcionario: mantenerse a distancia, por respeto, de manifestaciones que puedan sensibilizar mínimamente a los fieles de cualquier religión. Molestar creencias no es signo de modernidad, sino de antigüedad absoluta. Imaginen qué hubiese pasado si, en vez de la forma de Cristo, la torta hubiese sido un calco de Santiago Maldonado. Algunas personas no habrían sido tan comprensivas.
Que las tortas vienen últimamente muy cargadas lo demuestra el caso del pastel de bodas para una pareja gay que escaló hasta la Corte de los Estados Unidos porque un confitero de Colorado se negó a hacerla alegando que sentía vulnerados sus derechos religiosos. No solo las armas: ahora las tortas también parece que las carga el diablo.