Tribulaciones e incertidumbres del militante K
La militancia, como actitud y forma de participación política, constituye el eje de una de las tantas controversias incruentas que atraviesan a la Argentina. Como en otras cuestiones, es el inefable kirchnerismo quien lleva adelante la acción. Su reivindicación del ethos militante choca contra la opinión de los que creen que la militancia es una impostura, encubridora de inconfesables apetencias de poder. En rigor, si se deja de lado el prejuicio, o ciertas conductas equívocas que lo alimentan, puede verse que la militancia es una forma legítima de acercarse a la política que el kirchnerismo resignificó en los últimos años. No obstante, y más allá de los cambios y de las nuevas modalidades del fenómeno, la militancia que se cuestiona es la que tiene parecidos de familia con la de los años 70. Ambas conforman una saga que reivindica los valores de la nación y la justicia social contra la lógica del capitalismo global.
La buena investigación social, aunque no pueda escapar a la polémica, tiene la virtud de iluminar los fenómenos, apartándolos de los preconceptos. Si se despeja el interés por ocupar cargos públicos u obtener prebendas económicas, el estudio del fenómeno permite reconocer a un tipo de militante cuya actitud y motivación se basa en ideales políticos y fuertes lazos de identificación con los líderes que, según su creencia, los representan. Esta distinción permite aislar a los llamados "gerentes" de la política de los militantes de base, que hacen trabajo territorial y fatigan las calles con sus adhesiones, reclamos y consignas.
Estudios realizados por investigadores del Instituto Gino Germani de la UBA, sobre la base de datos obtenidos durante manifestaciones callejeras de organizaciones kirchneristas, ofrecen algunas precisiones para entender este tipo de militancia. Tal vez el descubrimiento más interesante es la identificación de una nueva generación de adeptos posterior a la muerte de Néstor Kirchner, cuyas motivaciones y conformación pueden diferenciarse de una generación anterior, modelada por las luchas sociales de la década de los 90. Según los investigadores, esta camada de militantes es más joven, carece de antecedentes políticos, hace menos trabajo territorial, posee demandas más difusas y su compromiso pasa por el acompañamiento a Cristina , con el trasfondo de una fuerte idealización de la figura de su marido muerto.
Sugiero que este tipo de militante y otros grupos fuertemente identificados con el Gobierno atraviesan una etapa muy difícil, debido a su reticencia a aceptar el ocaso presidencial. Para ellos, Cristina y lo que simboliza su apellido son irreemplazables y cualquier peronista que ocupara el cargo, sin pertenecer a su sangre, comprometería la continuidad del proyecto. La impresión es que, antes que en los logros de la gestión, el anhelo de irreversibilidad se cifra en una pulsión sentimental y personalizada, más próxima a la devoción amorosa que al realismo político. De allí surge el grito emblemático: "Cristina no se va, Cristina no se va".
Sumido en angustias, impedido de entrar en duelo, el militante K es presa de una paradoja: su pasión -un atributo íntimo, cualitativo y sin reglas que la limiten- transcurre en democracia, cuyas características expresan lo contrario: es pública, depende de la aritmética y está ceñida a reglas. En ese contexto, Cristina 2015 no podrá ser porque la legislación no lo autoriza y la voluntad mayoritaria impide reformar la Constitución. De ese modo, la razón democrática contiene a la pasión militante. Lo significativo es que tanto la Presidenta como sus adeptos acatan esta lógica por encima de sus deseos. Son hijos de la democracia, están sujetos a su dictamen. Éste es un logro de los últimos 30 años: más allá de la retórica agresiva, y de las visiones en pugna, los jugadores terminan aceptando las normas básicas que, aun con imperfecciones y recaídas, cancelan la tentación autoritaria.
¿Qué hacer entonces? Acaso se trate para el militante K de aceptar una difícil transacción entre realismo e idealismo. Le caben dos destinos: acompañar a su líder en una gesta opositora o apoyar una forma de continuidad encabezada por el dirigente mejor perfilado del elenco actual, que no los convence y del que recelan. La decisión está en manos de Cristina, quien para el militante K semeja en estos días a Rebecca, aquella mujer inolvidable. Mientras sus seguidores retienen la respiración, ella enfrenta su disyuntiva: avalar a un sucesor en el que parece no confiar o entregar el gobierno a un representante de la oposición.
Más allá de cómo se resuelva el enigma, las tribulaciones e incertidumbres del verdadero militante, sea kirchnerista o de otra estirpe, merecen respeto y atención. Su sufrimiento surge de la idea, tantas veces desmentida, de que es posible una sociedad más igualitaria y fraternal. Puede ser dogmático, agresivo o ingenuo, pero la intención del militante es reconciliar a la política con la justicia. Se trata de un ideal arduo, tenaz y no negociable. Metafóricamente, es el tránsito empinado por "la callejuela sin fin de una pasión irremediable", de la que hablaba Raúl González Tuñón en un viejo poema socialista difícil de olvidar.