Turquía dice "no" al "sultanato" propuesto por Erdogan
Los ciudadanos turnos rechazaron pacífica y masivamente la concentración de poder del actual régimen
El domingo pasado, los ciudadanos turcos -que concurrieron pacífica y masivamente a las urnas- rechazaron, con inapelable claridad, las propuestas del ahora presidente, Recep Tayyip Erdogan en dirección a seguir concentrando el poder en sus propias manos.
Esta vez mediante la transformación del régimen político de su país, de naturaleza parlamentaria, en uno de corte "presidencialista". El líder islámico, que ya lleva nada menos que 13 años enquistado en el poder de su país, sufrió una derrota particularmente dura cuando, ilusionado, iba por todo.
Una vez más se comprueba que una larga década de autoritarismo genera cansancio y provoca en los votantes explicables deseos de cambio. Particularmente cuando desde el poder se procura controlar y someter a la Justicia, se cercena la libertad de expresión y se procura manipular constantemente -a través de enormes multimedios estatales- la opinión pública.
El partido oficialista ("Justicia y Desarrollo"), que aspiraba a poder contar con una mayoría parlamentaria que le permitiera reformar la Constitución, no la logró y quedó ahora en minoría (con el 41% de los votos). En 2011 había logrado un 50%. Es la primera vez que esto le sucede al oficialismo desde 2002.
Una vez más se comprueba que una larga década de autoritarismo genera cansancio y provoca en los votantes explicables deseos de cambio.
La derrota del gobierno fue particularmente dura en las regiones "kurdas" del este y sudeste del país y a lo largo de la pujante zona costera; en el Mediterráneo, en el Mármara y también en el Egeo. El partido de Erdogan quedó obligado a gobernar en coalición. O a convocar, eventualmente, a una nueva elección en 45 días, como alternativa desesperada.
La sombra de los años 90 -y toda su cuota de fragilidad política- ha vuelto a aparecer. Pero lo cierto es que el riesgo inminente de caer en una tiranía se ha alejado para los turcos, al menos por el momento.
Para los seguidores de Erdogan, en general de raigambre conservadora islámica, ésta es una imprevista piedra en un camino hacia concentrar aún más el poder en sus manos. Para la libertad, en cambio, es un auténtico soplo de esperanza.
Para los ciudadanos "kurdos" en particular -que componen el 15% de la sociedad turca- ésta fue una elección fundamental. Histórica, realmente. Ocurre que su partido, el izquierdista "Partido Democrático del Pueblo" -de la mano del carismático Selahattin Demirtas- obtuvo algo más del 13% de los votos y por primera vez tendrá una interesante representación parlamentaria, compuesta por 79 legisladores, casi la mitad de ellos son mujeres. Con ese caudal, apoyado ciertamente por el voto femenino y el de algunas otras minorías, el joven partido bloqueó, de hecho, las posibilidades de que Turquía pudiera de pronto caer en un peligroso "hiper-presidencialismo", al que Erdogan aspiraba.
De esta manera, los "kurdos "seguramente podrán ahora comenzar a dialogar en paz con el resto de la sociedad, en un diálogo con visibles carriles institucionales dejando atrás las frustrantes décadas de violencia acumulada, que no logró solucionar los problemas de la identidad "kurda".
Alineado con los seculares y con los liberales el partido de los "kurdos" hoy tiene claramente un interesante peso relativo en el arco de la oposición, que hasta ahora no había tenido. Pero también es cierto que no está atado a nadie y, al menos en teoría, por ello hasta podría eventualmente sellar un acuerdo de gobierno con el propio partido de Erdogan.
Lo sucedido no es, en rigor, demasiado inesperado. Desde las protestas de 2013, la disidencia opositora había crecido y los discursos y propuestas de Erdogan (cercado, además, por sospechas de corrupción) se habían radicalizado. Tan es así, que cualquier opositor se transformó de pronto en "conspirador" y en audaz "desestabilizador", como ocurre también entre nosotros. Casi automáticamente. Por eso la elección ha resultado un verdadero "referendo" sobre la gestión de Erdogan. Del cual el líder oficialista ha salido visiblemente mal parado.
De esta manera, los "kurdos "seguramente podrán ahora comenzar a dialogar en paz con el resto de la sociedad, en un diálogo con visibles carriles institucionales dejando atrás las frustrantes décadas de violencia acumulada, que no logró solucionar los problemas de la identidad "kurda".
En materia de política exterior, lo sucedido puede tener algunas repercusiones inmediatas. Pese a que Erdogan no es, para nada, conocido como un político flexible.
- Primero, seguramente se deberá recalibrar la relación con la insurgencia siria, aunque siempre a la luz de la pesadilla de los dos millones de refugiados sirios que hoy están en Turquía. Esto puede suponer no dejar a los "kurdos" enteramente librados a su suerte frente a las huestes del Estado Islámico, como sucediera en la ciudad fronteriza de Kobane, frente a las cámaras de televisión del mundo entero.
- Segundo, sería prudente volver a acercarse a Europa. Y aprovechar lo sucedido para revisar la desteñida vinculación con la OTAN.
- Tercero, sería quizás positivo tratar de recomponer, al menos formalmente, la relación con Egipto, que ha estado deteriorada desde que Erdogan endosara, en su momento, al gobierno (depuesto) de la Hermandad Musulmana.
- Cuarto, parecería asimismo oportuno reexaminar la enfriada relación con Israel, hoy empantanada como pocas veces.
- Quinto, particularmente en función del inocultable ascenso electoral de los "kurdos" que viven en Turquía, sería prudente reexaminar la activa relación con los "kurdos" de Irak, y con este último país, en general.
Lo sucedido es evidentemente el fracaso de una política polarizadora. Que se hundió en su vocación por dividir a Turquía. Entre "ellos" y "nosotros". Y el de una deriva hacia el autoritarismo, peligrosamente creciente. Así como del agotamiento de las acusaciones fantasiosas sobre presuntos "complots" y actividades "terroristas" de la oposición. Y del esfuerzo descarado por tratar de controlar a jueces y fiscales, así como a las fuerzas de seguridad.
Más aún, es también el fracaso del abandono del pluralismo y del abuso de los recursos públicos, que llevó hasta a construir un grandioso palacio presidencial, propio de la épica de Las Mil y Una Noches, con un millar de cuartos y salas en su interior. Palacio que disparó -y alimentó- las acusaciones constantes contra Erdogan de ambicionar personalmente la creación de un verdadero "sultanato".
Por todo esto, cuando uno de los líderes de la oposición -reflexionando sobre lo sucedido- dijera que estamos frente "al triunfo de la paz sobre la guerra, de la modestia sobre la arrogancia, y de la responsabilidad sobre la irresponsabilidad", estuvo probablemente en lo cierto.
La sabiduría del electorado turco es una buena noticia para todos. Incluyendo a los perseguidos, como son muchos periodistas independientes, los dirigentes armenios y la comunidad gay. Para ellos, lo sucedido es un baño de ilusión acerca de un posible futuro mejor, más tolerante y menos agresivo.
Los fantasmas de Gezi Park, es cierto, todavía flotan sobre la sociedad turca. De alguna manera la están moderando e impulsando en dirección al respeto recíproco. Buenas noticias, por cierto, porque hasta ahora el camino de Erdogan parecía conducirla, casi inexorablemente, hacia la pérdida de sus libertades esenciales.