Un asesinato que horroriza
El salvaje asesinato de un conocido periodista disidente saudita, Jamal Khashoggi, que vivía en los Estados Unidos y trabajaba para el influyente The Washington Post, ocurrido hace dos semanas en el interior del consulado de su propio país en la ciudad de Estambul, tiene al mundo sumido en el horror por ser una evidente expresión de barbarie. A ello se suma la información aún parcial y confusa.
Según las manifestaciones de voceros del gobierno turco, Jamal Khashoggi fue brutalmente torturado y desmembrado en ese consulado.
Esto habría sucedido luego de someter al periodista a un duro interrogatorio por parte de personal de los servicios de inteligencia dependientes del prominente príncipe de la corona Mohammed ben Salman, que paradójicamente dice estar empeñado en un profundo esfuerzo de modernización del reino saudí.
En cambio, el posterior relato de un agente secreto del régimen habla de un apriete al periodista, seguido de amenazas para que regresara a Arabia Saudita.
Si se oponía, agregó el espía, lo trasladarían a otro sitio donde lo retendrían por un tiempo, para luego liberarlo. Pero Khashoggi protestó y alzó la voz. Ante la posibilidad de que lo escuchara el público que realizaba trámites en el consulado, sus captores le ataron el cuello para que no gritara, pero el periodista murió.
Fuere cual fuere la verdad, la cuestionada imagen de Arabia Saudita -empañada por el maltrato al que allí se somete a las mujeres- ha quedado más deteriorada. Esa imagen no ha sido muy refulgente desde que en los atentados terroristas contra las Torres Gemelas quince de los diecinueve delincuentes que participaron tenían pasaporte saudita.
El mundo espera ahora que ese país investigue en profundidad y con absoluta transparencia lo sucedido con Khashoggi y, además de poner fin a los relatos parciales, identifique y castigue severamente a quienes fueron los autores intelectuales y los responsables materiales del terrible asesinato ocurrido en el consulado.