Un debate sobre la legislación del cannabis
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El debate sobre la legalización del cannabis ha ganado relevancia mundial, con un número creciente de países que optan por regular su uso, tanto medicinal como recreativo. Habitualmente se banaliza su riesgo y se destacan sus beneficios. Se suele afirmar que no es más nocivo que el tabaco o el alcohol. Eso solo ya sería suficiente para considerarlo de riesgo, y muy perjudicial. Este sesgo plantea consideraciones importantes desde una perspectiva de salud pública y de las políticas de seguridad.
Su legalización ofrece beneficios: uno de los principales argumentos a favor de la legalización es su potencial terapéutico. Su uso es útil para tratar algunas condiciones como el dolor crónico, la esclerosis múltiple, algunos cuadros de epilepsia refractaria infantil y las náuseas por la quimioterapia. Además, su regulación permite un mayor control sobre la calidad y seguridad del producto. Sin embargo, también debemos reconocer y comprender los riesgos y perjuicios asociados a su consumo, especialmente en lo que respecta a la salud. De allí que, cuando se legisla, se deben conocer sus riesgos y efectos para poder planificar políticas públicas.
En lo referente a políticas sanitarias, el cannabis tiene efectos adversos sobre el sistema cardiovascular. Su consumo puede causar un aumento en la frecuencia cardíaca y alterar la presión arterial, lo que incrementa el riesgo de eventos cardiovasculares adversos como infartos de miocardio y accidentes cerebrovasculares. Además, el uso crónico deteriora el endotelio vascular, incluso más que el tabaco, lo que contribuye al desarrollo de aterosclerosis y otras enfermedades cardiovasculares. Especialmente cuando se fuma, tiene consecuencias negativas significativas para el sistema respiratorio, pues el humo del cannabis contiene muchas de las mismas sustancias químicas tóxicas que el humo del tabaco. Los consumidores frecuentes de cannabis pueden experimentar síntomas respiratorios como tos crónica, producción de esputo, bronquitis crónica y un aumento en las infecciones pulmonares, ya que el cannabis modula la respuesta inmune. Por lo demás, al igual que el tabaco, el cannabis contiene compuestos carcinogénicos. Su humo es rico en alquitrán y otros agentes cancerígenos que pueden promover el desarrollo de tumores malignos. Los últimos estudios han encontrado que los consumidores regulares de cannabis tienen un mayor riesgo de desarrollar cáncer de cerebro, cuello y tracto respiratorio superior.
Es previsible, por lo tanto, su impacto en la salud mental. El consumo de cannabis está asociado con el desarrollo de trastornos tales como ansiedad, depresión y psicosis. Las investigaciones han demostrado una relación entre el uso de cannabis y el desarrollo de esquizofrenia en individuos susceptibles. Además, el uso crónico de cannabis lleva a la aparición del síndrome amotivacional, caracterizado por apatía, falta de motivación y disminución de la capacidad para planificar o ejecutar tareas complejas. Como se sabe, el cannabis es una sustancia adictiva. Se estima que aproximadamente el 9% de los usuarios adultos desarrollan adicción con dependencia. Esta cifra aumenta al 17% cuando el consumo comienza en la adolescencia. Su síndrome de abstinencia incluye síntomas como irritabilidad, ansiedad, insomnio y disminución del apetito, lo que dificulta la interrupción del consumo. Uno de los más perjudicados por el consumo son los adolescentes. El cerebro en desarrollo es particularmente vulnerable a los efectos del cannabis, su uso durante la adolescencia puede interferir con el desarrollo neurológico, afectando la memoria, la atención y la toma de decisiones. Además, el uso temprano está asociado con mayor fracaso escolar, comportamientos delictivos y el desarrollo de otras adicciones en la vida adulta.
En lo que se refiere a las políticas de seguridad, su uso afecta la capacidad de concentración, la coordinación motora y el tiempo de reacción, lo que aumenta el riesgo de accidentes cuando se conduce bajo sus efectos. En Estados Unidos, país en el que el cannabis ha sido legalizado en 1996, se registró un aumento significativo en los accidentes de tránsito y muertes relacionadas con su consumo. El conductor no considera su consumo tan riesgoso como el alcohol, aun cuando el cannabis tiene un efecto más prolongado. Paralelamente, es fuente de problemas de violencia y conducta antisocial: aunque la percepción común es que induce relajación, los estudios sugieren una asociación entre su consumo y comportamientos violentos, especialmente en individuos que consumen regularmente o lo mezclan con otras sustancias. Asimismo, numerosos casos de violencia doméstica y comportamiento antisocial han sido documentados en contextos de consumo de cannabis. Un informe de 2016 de la Europol (la policía de la Unión Europea) y del Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías consideró que Holanda era el principal núcleo del tráfico de estupefacientes en ese continente, pese a la liberación del consumo de cannabis (hoy en retroceso). Y Uruguay, si bien se mantiene lejos de las tasas de criminalidad que registran los países más violentos de la región, durante 2018 sufrió un aumento de 45,8% en los homicidios respecto de 2017. Y la tasa de homicidios en el país, que dos décadas atrás era comparable a la de Europa, trepó por primera vez a dos dígitos: 11,8 cada 100.000 habitantes. Por cierto, la reducción en el número de arrestos por posesión disminuye la carga sobre el sistema judicial.
En cuanto a sus efectos económicos, la regularización del cannabis recreativo da como resultado un aumento en los ingresos fiscales generados por la venta de cannabis. En el caso de ser legalizado el cannabis, dichos ingresos impositivos deberían ser invertidos exclusivamente en programas de salud pública y prevención de adicciones. Para abordar los beneficios y mitigar los riesgos, es crucial que la legislación sea cuidadosamente diseñada, contemplando estrictas regulaciones y campañas educativas que informen sobre los riesgos por su uso.
Los beneficios económicos por el aumento de la recaudación impositiva y los terapéuticos son claros, los perjuicios para la salud pública, especialmente entre los jóvenes, también. La experiencia en lugares que han legalizado el cannabis indica que una combinación de regulación, educación y apoyo a la salud pública es esencial para minimizar los perjuicios sobre la salud pública y personal. Ante este escenario, al desarrollar las políticas, los legisladores deben equilibrar estos factores cuidadosamente con el fin de garantizar que la legalización resulte positiva para la sociedad. Las decisiones se deben basar en evidencia científica y en la experiencia de otras sociedades que han pasado por este proceso.
Especialista en psiquiatría y en salud pública; exdirector nacional de Salud Mental. Miembro de la Asociación Civil Usina de Justicia