Un Estado al servicio de la sociedad
Una sociedad argentina ideal podría ser definida como la suma de grandes ideas fuerza impulsadas en distintos períodos, pero que nunca se concretaron de modo simultáneo. Esas ideas fuerza sintetizaron con sencillez y gran potencia expresiva los objetivos de sus líderes.
Generación del 80: inmigración (gobernar es poblar), educación (educar al soberano), modelo agroexportador (granero del mundo). Gobiernos radicales: la Reparación, sufragio universal y secreto, integración de la clase media. Primer trienio peronista: justicia social, independencia económica, soberanía política. Presidencia de Frondizi: desarrollismo, inversiones extranjeras. Presidencia de Alfonsín: recuperación de la democracia, castigo de los culpables de la represión ilegal. Primera presidencia de Menem: supresión de la inflación, privatizaciones, inserción internacional. Que estos grandes proyectos no tuvieran continuidad se debe en buena parte al rol fallido en nuestro país de un actor fundamental en las sociedades modernas: el Estado.
En su teoría sobre las revoluciones políticas, Theda Skocpol observa que tanto la visión liberal del Estado como la marxista coinciden en que asegurarse el control del Estado es el fin último de la lucha política y en que apropiarse de sus recursos permite que intereses particulares sean transformados en metas estatales. El Estado no resulta una fuerza autónoma y con fines en sí mismo, subordinado a los intereses generales, sino que actúa como instrumento de dominación de un sector de la sociedad sobre otro.
En línea con esta visión, Pierre Rosanvallon defiende que la concepción tradicional de la legitimidad democrática requirió históricamente la constitución de un poder administrativo objetivo, despegado de cualquier influencia particular. Rosanvallon apunta que los políticos viven preocupados por conservar el poder, inmersos en luchas partidarias signadas por el corto plazo, y que para equilibrar esta visión son necesarios los "sacerdotes del largo plazo", los administradores del Estado que no están sujetos a los vaivenes de las elecciones y son los encargados de tomar en cuenta los intereses estructurales de la nación.

En este preciso sentido, la imposibilidad de construir un Estado con fines propios y a largo plazo en beneficio de los ciudadanos, y no de sectores parciales o de una fuerza política, es causa eminente de nuestra decadencia. El hipertrofiado Estado argentino replica el del Antiguo Egipto, donde una casta de funcionarios y escribas cortesanos del faraón disfrutaban de enormes privilegios, mientras que en el extremo inferior de la sociedad millones de esclavos trabajaban para sustentar sus riquezas y su ocio. Como ninguna otra nación en el mundo, acumulamos décadas de altísima inflación, que ha carcomido como un virus letal la riqueza de los argentinos y nos ha arrojado al infierno de un 30% de pobres. Hoy existe un extendido consenso de que eliminar el déficit fiscal es prioritario. Hoy también se escucha en todos los ámbitos políticos y de opinión que la reforma del Estado es la llave para alcanzar el progreso y la equidad. ¿Por qué entonces no lo hacemos?
El presidente Macri enfrenta el mismo desafío que hizo fracasar a todos los gobiernos desde mediados del siglo pasado: reformar el Estado para transformarlo en una estructura ágil y moderna al servicio de la sociedad. Los objetivos de Cambiemos incluyen todas las grandes ideas fuerza de nuestro pasado: mejora de la educación, promoción de las exportaciones, cruzada contra la corrupción, fomento de la obra pública, lucha contra la pobreza, incentivo de las inversiones, consolidación de las instituciones democráticas, lucha contra la inflación. Pero el Gobierno no ha logrado traducir las expectativas favorables que los ciudadanos todavía mantienen, a pesar de las dificultades diarias, en una idea fuerza comparable con aquellas brillantes consignas.
Un idea fuerza para la nueva etapa debería comunicar de modo certero la prioridad de reformar el Estado y aliviar el pesado lastre que representa para los argentinos. Si somos rehenes de un Estado que impide liberar nuestra energía creadora, si vivimos bajo la presión de una carga impositiva desproporcionada que inhibe la creación de empleo y no brinda a cambio prestaciones esenciales, si el Estado no está al servicio de erradicar la pobreza y educarnos, si vivimos para el Estado y el Estado no vive para los ciudadanos, el lema buscado se escribe solo: un Estado para nosotros.
Historiador, miembro del Club Político Argentino