Un futuro para Cuba
Por Martín Alberto Noel
¿Y después? La pregunta nos acosa cuando se trata del futuro de Cuba. Reavivan la inquietud las últimas noticias sobre modificaciones conciliadoras en la estrategia norteamericana frente a Castro, el rechazo de éstas por los "duros" y, también, el desgaste del dictador.
La preocupación por la continuidad de su régimen la manifestó Fidel años atrás con el anuncio de que Raúl, su hermano menor, asumiría el poder tras su muerte. Y no en razón del vínculo de sangre, "sino debido a la experiencia y méritos revolucionarios acreditados".
Hombre inflexible y sin carisma para la gente, Raúl, jefe de las fuerzas armadas cubanas, ha hecho de ellas una poderosa maquinaria de guerra. "Es preferible que Cuba se hunda a que vuelva al capitalismo corrupto", dijo en 1959. Hoy este posible autócrata por herencia parece descartable.
Un canciller popular
Cualquiera que sea su porvenir, Cuba se verá obligada, tarde o temprano, a dejar de ser una excepción en la realidad internacional contemporánea. Porque no se puede dar impunemente la espalda a la historia. Pero esta inserción en el mundo implicará probablemente un período previo de transición anárquica. Que comenzará con la confrontación entre los que "se fueron" y los que "se quedaron". Los primeros esgrimirán la intransigencia de su desarraigo; los segundos, el estoicismo de su aguante.
Entretanto, la renacida oposición sumará a los partidos nucleados en torno de liderazgos personales -más que de ideologías- los remezones de un capitalismo en trance de resurgimiento. Esta etapa desembocará en el consabido llamado a elecciones. Entonces podría verificarse una polarización, bajo la bandera del ex partido oficial, de una mayoría de nostálgicos del orden y los beneficios sociales de los tiempos de Fidel.
Si la anterior hipótesis se confirma, una candidatura prevalecería: la de Roberto Robaina, "Robertico", cuya personalidad cuenta con amplio respaldo de simpatía popular. Con algo más de cuarenta años, cabeza en el pasado de las juventudes del Partido de la Revolución, Robertico se muestra permeable a la influencia del socialismo democrático hoy en auge. Como canciller de Castro, Robaina presidió en La Habana, en 1994, una histórica reunión con exiliados políticos regresados al país.
De hecho, el castrismo no es otra cosa que la variante de un sentimiento permanente en el cubano medio: el culto del hombre fuerte.
"No somos comunistas, somos fidelistas", es la definición que recogimos de numerosos habaneros, siempre prontos al diálogo confiado con el visitante argentino. La obediencia al comandante prima así sobre convicciones casi siempre inexistentes. A Castro le bastó con su ascendiente de ídolo nacional para implantar el comunismo. Como hubiera podido implantar el ecologismo, si se le hubiese dado la gana.
Castrismo pragmático
Ciudadano argentino desde 1956, Armando Ribas opina que la constante invocación, por sus ex compatriotas, de José Martí, prócer máximo de la nación antillana, muerto en la lucha por un romántico ideal de libertad, resulta una fórmula verbal nunca trasladada a la práctica. Por cuanto los derechos individuales y la división de poderes han sufrido todos los atropellos en la patria de Machado, Prío Socarrás y el sargento Batista.
Barbudo o lampiño, un castrismo pragmático y amansado en socialdemocracia, con apoyo de los más, se presenta como la respuesta válida para las dudas sobre el mañana del país hermano. De este modo quedará restablecida la tradicional dualidad cubana: sonrisas diplomáticas hacia Washington, en busca de capitales, junto con la fobia antiyanqui originada en la Enmienda Platt, que hasta 1936 permitía la intrusión estadounidense en los asuntos internos de Cuba, y exacerbada por la actual ley Helms-Burton, que inflige al pequeño país del Caribe un embargo tambaleante bajo la condena de la comunidad internacional.
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