Un gobierno que no sabe inmunizarse
Un observador pesimista que viajara en el Titanic habría deducido con un simple vistazo que la cantidad de botes disponibles no iban a alcanzar en el caso que el “inhundible” trasatlántico sufriera un percance fatal como el que finalmente tuvo. También habría podido preguntarse cuál sería el criterio de evacuación de suceder lo peor.
Al despanzurrar el barco, un inesperado iceberg dio la respuesta: el 92% de quienes no se salvaron tenían tickets de segunda clase y en tanto que murió un solo menor de primera clase, fueron 52 los chicos de tercera clase que perdieron la vida. No parece, como insisten algunas películas, que ello haya sido consecuencia de pérfidas decisiones, sino más bien de una conjunción de protocolos y casualidades que se fueron dando sobre la marcha de la caótica evacuación y que terminaron beneficiando más, en la propia dinámica de los hechos, a la “elite” de la nave: sus pasajeros VIP.
El sociólogo norteamericano Charles Wright Mills, en su libro La élite del poder, describe el concepto del grupo pequeño y concentrado que en vez de administrar de manera equitativa sus decisiones lo hace en su exclusivo beneficio sin hacerse cargo de los daños que pueda ocasionar a la mayoría. Esos mecanismos sometidos a la máxima tensión fueron los que se impusieron por acción y omisión en la noche trágica del hundimiento del Titanic.
El politólogo y ensayista José Nun, fallecido días atrás, definía a la Argentina hace pocos meses en un artículo publicado en este diario como “el país de las malezas autocráticas” que viene fluctuando ya hace más de un siglo entre la “república oligárquica” y el “movimientismo populista”, con una dramática asignatura pendiente en ambos modelos: la postergación perenne del republicanismo, que supone una mirada más contenedora y generosa de aquellos sectores sociales de los que no se sienten tan afines.
El escándalo del llamado “vacunatorio VIP” y sus múltiples derivados repuso el concepto de “elite”, pero en su modalidad más rancia y brutal en dos versiones consecutivas: primero fue la impunidad desfachatada a la luz del día en las redes sociales de jovencitos con sus dedos en “V” mientras recibían la vacuna contra el Covid y, acto seguido, el dispositivo apenas más discreto de acomodados dispuesto para vacunar a funcionarios, amigos del poder y hasta a miembros de sus propias familias, que se destapa de la forma más inesperada. Es que sin un emergente potente como Horacio Verbitsky, el escándalo tal vez no habría sido tan colosal, tal como había sucedido con las vacunaciones por izquierda en varios distritos que ya habían trascendido sin tan ruidosa repercusión. El exagente de inteligencia montonera quiso hacer un control de daños preventivo ante la inminencia de la publicación de una investigación en Clarín y el tiro le salió por la culata. Terminó, en su delación, incinerando, ingenuamente o exprofeso, a Ginés González García, eyectado del cargo por la traición de su supuesto amigo. Hay historias que pueden ser muy potentes pero que no terminan de explotar si no encuentran al emergente adecuado que las propulse, tal como ahora sucedió.
Con su táctica ruinosa, el periodista que tuteaba y parecía tomarle lección al Presidente cada vez que lo entrevistaba, fue el iniciador de días muy aciagos para el “relato” oficialista y candoroso de las preinscripciones y los aviones heroicos ya que no fue el único “fuego amigo” que hundió al Gobierno en la hoguera que autogeneró. El mismísimo Presidente, desde México, atizó el incendio al incriminarse tácitamente cuando rotuló al episodio de “payasada” y transferir culpas a los medios de comunicación y a la Justicia, contradiciendo su propia drástica decisión de apartar al ministro cuestionado. Tampoco se quedó atrás la sucesora de Ginés, Carla Vizzotti, al negar la existencia de tal “vacunatorio VIP” y dar a conocer un inventario de dosis recibidas y administradas, con inconsistencias evidentes entre unas y otras, que preanuncian nuevas denuncias en Tribunales.
Más allá de las hipocresías histriónicas de estos días, el acomodo es una figura bastante asimilada en el argentino medio que acepta como algo casi habitual la “fila corta” para amigos y la “fila larga” para el resto de los ciudadanos de a pie. Si sobraran las dosis, el “vacunatorio VIP” habría sido una anécdota. La cólera social, en este caso, es porque ni siquiera existía la “fila larga”. Volviendo a la metáfora del Titanic, los pocos botes disponibles solo alcanzaban para los propios.
La condena al clan Báez (que se suman a las que recibieron últimamente Amado Boudou y Milagro Sala) complica cada vez más el futuro judicial de Cristina Kirchner y enrarece el clima interno del Gobierno, que para su ala ultra no hace lo suficiente para aliviar los padecimientos tribunalicios de la vicepresidenta. El “fuego amigo”, en este caso, fue del inefable Oscar Parrilli que afirmó que Lázaro Báez fue condenado por “morocho”. La protesta de ayer en Plaza de Mayo y el tono que mañana tenga el Presidente en su discurso desde el Congreso marcarán la temperatura de los días por venir.