Un llamado de alerta
WASHINGTON
SI los países ricos destinaran un 0,1 por ciento más de su producto bruto para ayuda en salud a los países de bajos ingresos, se salvarían anualmente ocho millones de vidas. Esta es una de las conclusiones de un gran estudio sobre macroeconomía y salud, que acaba de producir una comisión de economistas y científicos líderes del mundo, convocados por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Es un problema que los países ricos deberían tener muy en cuenta, señala uno de los integrantes del grupo, G.A. Feachen, director del Instituto de Salud Global de la Universidad de California. Subraya: "El mensaje es que, si queremos un mundo estable, seguro y próspero, debemos invertir en salud humana. No hay alternativa".
Indica el estudio que en los países de bajos ingresos, donde viven 2400 millones de personas, entre 120 y 159 niños de cada 1000 mueren antes de cumplir cinco años. En los países de altos ingresos, sólo seis. El promedio de vida en los primeros es de 51 a 59 años; en los ricos, de 78 años. Las causas de estas enormes diferencias son muy concretas. Las muertes se deben principalmente a sida, malaria, tuberculosis, enfermedades infecciosas infantiles, embarazos y partos sin asistencia médica, desnutrición y tabaquismo. Existen actualmente, según la OMS, intervenciones médicas efectivas para prevenirlas y tratarlas. Si se aplicaran, se evitarían estos ocho millones de muertes gratuitas. Esto es viable. El gasto en salud per cápita necesario es de 34 dólares anuales. Los países de bajos ingresos están gastando alrededor de 21 dólares, y los ricos, más de 2000. Con un aumento de la inversión en salud de los países pobres y una contribución del 0,1 por ciento del producto bruto de los ricos, cambiaría la situación.
El informe demuestra asimismo que dedicar recursos a salud pública es vital para el desarrollo. Derrumba la difundida falacia de que hay que apostar todo al crecimiento económico y que éste de por sí traerá mejoras en salud. Prueba que, a la inversa, los bajos niveles de salud pública crean grandes obstáculos para un crecimiento sostenido. Entre otros aspectos, afectan fuertemente la educación y la productividad. El informe muestra que el producto bruto total de Africa sería hoy 100.000 millones de dólares mayor si años atrás se hubiera eliminado la malaria. Por otra parte, aun existiendo un significativo crecimiento económico, si hay altos niveles de desigualdad, la cobertura de salud no llega a los desfavorecidos
La investigación comprueba también que el gasto en salud tiene una tasa de retorno altísima. Lo demuestra también la historia económica del último siglo. Grandes mejoras en la salud pública y nutrición estuvieron detrás de los más impresionantes despegues económicos, como el del Sur de los Estados Unidos y el rápido crecimiento de Japón a inicios del siglo XX, y el progreso del Sudeste asiático en las décadas de 1950 y 1960. Robert Fogel muestra estadísticamente que el aumento de las calorías disponibles para los trabajadores en los últimos 200 años en países como Francia e Inglaterra hizo una importante contribución al crecimiento del producto bruto per cápita. Diamond señala que las historias de éxito económico recientes, como las de Hong Kong, Mauritania, Malasia, Singapur y Taiwan, tienen algo en común: han invertido fuertemente en salud publica y su producto bruto creció al descender la mortalidad infantil y aumentar la esperanza de vida.
Otra conclusión del informe es que se debe impulsar la investigación de las enfermedades de los pobres, porque no interesan comercialmente a los grandes laboratorios. Orbinski muestra cómo a pesar de haber 2000 millones de personas con tuberculosis latente y 16 millones enfermas, el último fármaco salió al mercado en 1967. Un estudio publicado en la revista de la American Medical Association concluye que entre 1975 y 1997 sólo aparecieron trece fármacos nuevos dedicados a enfermedades tropicales, y la mitad, fruto de investigaciones veterinarias.
El informe tiene alta relevancia para América Latina. Si bien ha habido avances significativos, la región tiene agudos problemas en salud pública y fuertes desigualdades. Así, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, 218 millones de personas carecen de un sistema de protección de la salud, 100 millones no cuentan con servicios básicos de atención de salud y 82 millones de niños no tienen acceso a los programas de inmunización. Las distancias son muy grandes entre sectores sociales. Así, la tasa de mortalidad infantil del 20 por ciento más pobre de Bolivia es cuatro veces mayor que la del 20 por ciento más rico.
¿Gasto o inversión?
El informe de la OMS enseña que la región debe atender a fondo la salud pública porque es imprescindible para aspirar a un crecimiento económico sólido. Supera el frecuente eslogan de que gasto social equivale a "repartir". Muestra que destinar recursos bien gerenciados a salud no es gasto, sino inversión de muy alto rendimiento. No es "reparto", sino fortalecimiento de las bases productivas de la economía. Y es factible. Costa Rica, un país con limitados recursos, ha priorizado sostenidamente la salud. Su amplísima cobertura de salud pública ha incidido fuertemente en que sus tasas de mortalidad infantil y de esperanza de vida sean similares a las del mundo desarrollado.
En una investigación mundial reciente de las Naciones Unidas, los encuestados señalaron la salud como su primera demanda. Es un derecho básico que toda democracia debe asegurar. Es, asimismo, una exigencia ética ineludible. La Biblia proclama que la primera obligación de una sociedad es defender la vida. En América Latina, a pesar de todas las dificultades, este reclamo debe ser oído cuanto antes. Será una estrategia de desarrollo inteligente y un mensaje de esperanza.