Un mundo sin reglas
Con mirada perdida, el hombre que desafió a Estados Unidos durante 12 años se somete sin resistencia a la casi humillante revisación de los militares norteamericanos. Para muchos, la imagen de un Saddam Hussein quebrado, convertido en virtual hombre lobo, quedará grabada a fuego como el hecho más destacado del año, el año de la guerra. Pero 2003 fue mucho más que eso: fue el año en el que todas las reglas parecieron quebrarse, una tras otra. Y en el que el interés particular primó sobre el general.
Estados Unidos, claramente, se llevó el primer premio: rompió todas las reglas del multilateralismo y se terminó de afianzar como única superpotencia. Dividió al mundo con su decisión de atacar a Irak, a caballo de su doctrina de guerra preventiva, y terminó de forjar un nuevo mapa internacional de alianzas. Ignoró las voces que se alzaron contra la guerra en las Naciones Unidas y arrastró a la organización a su mayor crisis en la historia. Ignoró las millones de voces que se alzaron entre la marea humana que inundó las grandes capitales y avivó el antinorteamericanismo. Ignoró incluso al Papa y provocó un enfrentamiento sin precedente con el Vaticano. Ignoró a sus grandes aliados en Europa y dejó al continente fracturado como pocas veces en tiempos de paz. Se dio el lujo, incluso, de rebautizar a los dos bandos: la Vieja y la Nueva Europa.
Pero no fue sólo Estados Unidos. También Francia y Alemania rompieron las reglas. Jaqueados por sus apabullantes déficits, hicieron trizas uno de los ejes de la Unión Europea, el Pacto de Estabilidad y Crecimiento. Ajustaron las normas a su propia conveniencia y pusieron en riesgo a toda la zona euro.
Corea del Norte también rompió las reglas: anunció que abandonaba el Pacto de No Proliferación Nuclear e hizo correr un escalofrío por todo el mundo con su desafío atómico.
En el comercio también se quebraron reglas. En Cancún, la Organización Mundial de Comercio enfrentó un estrenduoso fracaso que dejó cicatrices profundas en las relaciones entre Estados Unidos y muchos países en vías de desarrollo.
En Medio Oriente también se rompieron reglas. La Hoja de Ruta, el acuerdo de paz impulsado por Estados Unidos, Europa, Rusia y la ONU, murió antes de nacer, víctima de los hombres bomba del extremismo palestino y de los tanques israelíes.
América latina no fue la excepción. Lula da Silva, el sindicalista que hizo campaña durante una década atacando las políticas neoliberales, se instaló en la presidencia de Brasil y se convirtió en blanco de las críticas de la extrema izquierda, irónicamente, por su excesiva ortodoxia. En Bolivia, un líder indígena quebró las reglas de la democracia y derribó a un presidente constitucional.
En la guerra también se quebraron reglas, o presupuestos: la temible fuerza de elite de Saddam, que resistiría hasta el final, pareció evaporarse cuando comenzaron a caer las bombas. El propio Saddam no apareció. Convertido en un émulo de Osama ben Laden, eludió la cacería humana lanzada por los norteamericanos y tuvo en vilo al mundo desde la clandestinidad durante ocho meses.
Pero incluso su captura rompió con todos los pronósticos: el hombre de los majestuosos palacios y los grandes desafíos, que prometió defender a su pueblo con sus propias manos, se entregó sin siquiera amagar a tomar el arma dentro de su guarida.
Tampoco aparecieron las armas de destrucción masiva, la excusa para la guerra. Pero quizá lo más importante sea que la paz que Bush paradójicamente prometió lograr con una guerra nunca apareció. Los féretros siguen llegando a Estados Unidos, uno tras otro, y el fantasma del síndrome Vietnam recorre el país.
La guerra que iba a herir de muerte al terrorismo terminó convirtiendo a Irak en una aspiradora para los extremistas de todo el mundo, en un infierno para las tropas de ocupación y un paraíso para Al-Qaeda. Los ataques terroristas se sucedieron, uno tras otro.
El horror no tuvo fronteras en 2003, y el Irak que Bush prometió sería la primera pieza de un dominó democratizador en Medio Oriente sigue hoy sumergido en el caos.
Fue, sin duda, un año de guerra. Pero fue mucho más. Fue un año en el que emergió un nuevo mundo, un mundo en el que no hay reglas, en el que vale todo. En el que todos somos, y seremos por mucho tiempo, rehenes.