Un retrato de Toto Koopman
Hace unos días, hojeaba el libro The Photographic Art of George Hoynengen-Huene (H. H.), de William E. Ewing. H. H. fue uno de los fotógrafos de moda y retratistas más importantes de las décadas de 1920 a 1940. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, el barón báltico H. H. dejó el mundo de la moda: fue el primero en comprender que la verdadera elegancia se había extinguido en 1939. Entre las fotos que se sucedían en el libro, me llamó la atención la de una modelo bellísima, con un toque exótico y de una distinción suprema. El nombre, en el primer momento, me resultó desconocido: Toto Koopman; sin embargo, no podía afirmar que nunca lo hubiera oído. El azar de una charla con un amigo me reveló cuál era el origen de esa huella en mi memoria.
En el imperdible Palacio de olvido, del periodista y escritor Alberto Tabbia (1929-1997), compilado por Edgardo Cozarinsky, hay una sección que reúne una serie de escritos biográficos sobre personajes novelescos que no tienen autor: ellos mismos crearon su personaje mientras lo vivían. El primer nombre de la lista es Toto Koopman.
Toto (1908-1991) había nacido en Java; era hija de padres holandeses, pero la madre tenía antepasados javaneses que le darían un sabor especiado a su belleza. Los padres la enviaron a estudiar a Inglaterra, donde aprendería varios idiomas a la perfección. Apenas terminó sus estudios, en busca de independencia, se fue al continente. Era lógico que consiguiera trabajo como modelo. Primero entró a trabajar en Chanel. A los seis meses se fue. De las casas de moda pasó a las revistas. Los grandes fotógrafos, sobre todo Hoyningen-Hune, hicieron de ella lo más parecido a una modelo estrella de hoy, pero sin percibir sumas millonarias como en la actualidad. La recompensa podía ser un esposo rico o un amante generoso.
El amante más poderoso de Toto fue lord Beaverbrook, un zar de la prensa. La insaciable Toto sedujo también al hijo de lord Beaverbrook. Cuando los dos muchachos estaban a punto de casarse, el padre, para "salvar" a su hijo le ofreció una considerable suma, si no se casaba. Toto le aconsejó al joven: "¡Acéptalo!". El padre cumplió con su palabra. El hijo no se casó con Toto, pero se escapó con ella a Estados Unidos, donde vivieron cinco años a todo lujo en Nueva York. En la casa de la pareja se ofrecía alcohol, drogas y sexo casi sin límites y gratuitamente. Cuando Toto y el joven Beaverbrook se separaron, ella tuvo una breve relación con la estrella Tallullah Bankhead, Frase célebre de Tallulah: "Papá me previno contra los hombres y el alcohol, pero no me dijo nada sobre las mujeres y la cocaína".
La belleza y el estilo de Toto le abrían todas las puertas. Cuando estalló la guerra, estaba en Italia. Se convirtió en la amante del jefe de la Resistencia lombarda: ¿podía ser de otro modo? Antes había sido la amante de Randolph Churchill, el hijo de Winston. Era inevitable que deviniera espía de los aliados o doble espía. Los nazis la descubrieron. Pasó por tres campos de concentración y sobrevivió. La liberación le salvó la vida. Randolph Churchill, su amante de preguerra, fue a su rescate. La ayudó a recuperar la salud, la belleza y le entregó una pequeña fortuna en libras.
Toto regresó a Londres y allí conoció a Erica Brausen, una marchande alemana. Se enamoraron y llegaron a ser una sólida pareja. Brausen cambiaría el mercado del arte con sus artistas: Francis Bacon, Lucian Freud, Alberto Giacometti y muchos más. Durante décadas, Hanover, la galería londinense de Erica fue uno de los motores más activos de la creación contemporánea.
Hacia el final de sus vidas, Erica y Toto se entusiasmaron con Panarea, la más encantadora de las islas Eólicas, al norte de Sicilia. Compraron una serie de casas en ruinas, las enlazaron, las restauraron y las llamaron Siete Molinos. Panarea se transformó en el nec plus ultra de lo chic. Allí reinaban Erica y Toto. Las separó la muerte, pero por muy poco tiempo. Toto murió en agosto de 1991 y Erica, en diciembre del año siguiente.