Un silencio a gritos que duró 50 años
No se sabe cuántas fueron, no hay manera de saberlo porque naturalmente no quedan registros de estas bestialidades. Sin embargo, fuentes respetables hacen cálculos que van desde los 50.000 a los 200.000 y hasta los 400.000, si esas fuentes son chinas. Ésos son los números que se estiman para quienes eran llamadas "mujeres de confort", jovencitas que fueron arrancadas de sus casas en los países ocupados por el ejército y la armada imperial japoneses entre 1932 y 1945 y llevadas a diferentes territorios como esclavas sexuales de los soldados. Cuando se van a cumplir 70 años del fin de la Segunda Guerra Mundial, quedan con vida muy pocas de esas mujeres lastimadas para siempre. Sin embargo, algunas siguen peleando para que el gobierno japonés reconozca el daño que les hicieron y pague por ello. Aunque parezca increíble, aún no lo consiguen.
Según las cifras tentativas, la mitad de esas chicas eran coreanas y un 30% eran chinas. El resto eran filipinas, indonesias, birmanas y de otros países, incluidas algunas holandesas de las colonias. Supuestamente, el nacimiento de esta práctica atroz fue "estimular moralmente" a los soldados y mantener controlado el tema de las enfermedades de transmisión sexual. Así comenzaron a funcionar las "estaciones de confort", eufemismo con el que se conocieron los burdeles adonde llevaban a las chicas, quienes eran obligadas a recibir a decenas de militares diariamente. Violaciones, golpes y torturas fueron sistemáticos; muchas padecieron traumas que no cesaron ni con el paso de los años, había incluso niñas de 12 o 15 años. Si bien algunas lograron rearmar sus vidas y formar una familia, otras eligieron vivir su secreto a solas. Muchas terminaron estériles como resultado de las dosis de mercurio que les inoculaban para evitar las venéreas.
Pese a que soldados estadounidenses documentaron estas prácticas al final de la guerra y a que algunos historiadores mencionaron el tema en los 70, el silencio de las víctimas duró 50 años. Recién alzaron su voz a principios de los 90. Fue cuando 16 ancianas coreanas le exigieron al gobierno japonés una disculpa y una compensación, que llegó primero a través de un discutido documento oficial de 1993 y, dos años más tarde, por medio de un pedido de perdón del entonces primer ministro socialista Tomiichi Murayama. En esos momentos Japón aún seguía expiando las culpas de la guerra y resignándose a cumplir las condiciones impuestas por los vencedores. Por entonces, además, el país buscaba encaminar sus relaciones con los países vecinos, dramáticamente dañadas durante la ocupación.
Nada de esto ocurre ahora, cuando a la cabeza del gobierno está Shinzo Abe, del Partido Liberal Democrático, nieto de un primer ministro criminal de guerra. Nacionalista de derecha, primer líder nacido luego de la Segunda Guerra, Abe es un político obsesionado con darle lustre al nombre de su país, a costa de discutir y desconocer hechos históricos. En China, las quejas parten del más alto nivel, pero no hay actividad sostenida por parte de ninguna ONG. En cambio, en Corea, desde 1992 sobrevivientes de aquella red de trata se manifiestan frente a la embajada del Japón todos los miércoles. Las llaman las "halmonies", como se les dice afectuosamente en coreano a las mujeres mayores. En agosto pasado, el papa Francisco se reunió con tres de ellas durante su visita. Hay memoriales allí y los hay también en varias ciudades de los Estados Unidos, algo que resulta perturbador para el gobierno japonés porque lo consideran ofensivo por parte de su gran socio comercial dentro de la actual mirada que tienen sobre los hechos.
Mientras Corea sigue esperando por parte de los japoneses un gesto histórico similar al del entonces canciller alemán Willy Brandt, cuando en 1970 se arrodilló frente al monumento a los caídos durante el levantamiento del gueto de Varsovia, el Japón de hoy está muy lejos de ese deseo de reparación y busca frenéticamente limpiar el nombre de quienes fueron acusados de crímenes de guerra. Es más: se propone, incluso, recuperar la posibilidad de armarse, algo que tienen prohibido desde la Constitución. Con intenciones abiertas de reescribir la historia, Abe (quien ya fue premier entre 2006 y 2007) integra un comité que trabaja en la modificación de los libros de texto de historia y sostiene, entre otras cosas, que no está probado que las "mujeres confort" hubieran sido obligadas a tener sexo con los militares. "Eran prostitutas", sostiene.
Evidentemente, el primer ministro japonés tiene una particular concepción de las palabras "ofensa" y "honor".