Al margen de la semana. Un solo tiro, que no debe fallar
Roberto Lavagna no rehúye las apuestas fuertes. Cuando en mayo de 2002 asumió el Ministerio de Economía con un dólar desbocado, se resistió a un feriado bancario y cambiario que hubiera acentuado la desconfianza. Ganó la apuesta y al poco tiempo logró controlarlo. Lo mismo ocurrió cada vez que tuvo que jugar a todo o nada en el interminable conflicto con el Fondo Monetario.
Ahora acaba de retomar la iniciativa cuando estaba sometido al fuego cruzado del FMI y los acreedores externos. Transformó la resistencia del Fondo a aprobar el acuerdo con la Argentina en su propia negativa a negociar hasta comienzos de 2005; pero no rompe la relación con el organismo porque seguirá pagando vencimientos por 2500 millones de dólares de aquí a fin de año, aunque no reciba ningún reembolso. El éxito o fracaso de esta audaz jugada a suerte y verdad sólo podrá medirse con un número: el grado de aceptación que tenga entre los acreedores la oferta de canje de bonos para salir del default sin el aval del Fondo. Ningún país que reestructuró la deuda ensayó esa receta.
Esta es la única bala que le queda al ministro. Si acierta, podrá replantear la negociación con el FMI. Si no, comprometerá su futuro político y también la perspectiva económica del año próximo. Hasta en el propio Palacio de Hacienda admiten el alto riesgo de la maniobra, que cambia el orden de prioridades en el sólido frente común que unía al Fondo y a los acreedores externos.
Por lo pronto, Lavagna compra tiempo y margen de maniobra. El plazo oscila entre tres y seis meses. En el medio hay elecciones presidenciales en los Estados Unidos, aunque nadie se hace demasiadas ilusiones con el cambio que podría provocar un eventual triunfo de John Kerry. En el directorio del Fondo también pesan los otros socios del G-7, que tienen distintas cuentas pendientes con la Argentina. Dicen en Economía que fue esta presión la que frustró la aprobación de la última revisión del acuerdo y que el Tesoro de los Estados Unidos no hizo nada por evitarlo.
La única gestión en curso es tratar de emprolijar esta situación sui generis, en la cual el acuerdo está suspendido, pero sigue en vigencia e incluso la Argentina está al día con los pagos. No se trata sólo de una cuestión formal: de ello dependen los desembolsos de créditos del Banco Mundial y del BID, que en gran medida se destinan a atender programas sociales. El nuevo cuadro ha creado un galimatías normativo en Washington, sólo atenuado por el hecho de que estos organismos están de vacaciones. Otra incógnita es qué hará el directorio del FMI cuando la Argentina solicite la prórroga por un año de algunos vencimientos (por 1000 millones) que está incluida en las condiciones de los préstamos.
Apuestas divididas
En el ambiente financiero interno y externo las apuestas están divididas con respecto al canje de deuda. En Wall Street creen que, así como está, la propuesta argentina podría cosechar entre 50 y 55% de adhesiones. El pronóstico pertenece a Alberto Bernal, un economista de la consultora Idea Global que sigue de cerca el caso argentino. En Buenos Aires, otros especialistas se estiran hasta 70% (que el Palacio de Hacienda fijó inicialmente como piso) pero no se arriesgan por ahora a hacerlo público. Los más pesimistas, en cambio, hablan apenas de 40%, un escenario que arrojaría un tendal de juicios contra el Estado y una perspectiva de noche cerrada. En 2005, conviene recordarlo, también vencen casi 5000 millones de dólares de la deuda nueva, que hoy se paga con puntualidad y no podrían ser refinanciados voluntariamente; y otro tanto ocurrirá con los organismos internacionales, a menos que se produzca una ruptura que aislaría aún más a la Argentina.
No obstante, hasta que no se complete el road show del canje de bonos que encabezará el secretario Guillermo Nielsen a partir de septiembre, cualquier especulación es teórica. Luego, el suspenso por los resultados se extenderá casi hasta fin de año. Según Economía, una vez que la etapa de canje se cierre, no volverá a abrirse.
Mientras tanto ocurren cosas curiosas, que forman parte del juego de presiones cruzadas. Por ejemplo, desde el Ministerio de Economía se dejó trascender que si se giran 2500 millones de dólares al Fondo, la Argentina no podría ofrecer ningún pago en efectivo a los bonistas para mejorar la oferta. Sin embargo, esta última posibilidad era negada en todos los idiomas hasta hace pocas semanas. El mensaje responde a la teoría ministerial del "bolsillo único", según la cual todo lo que se pueda pagar de más a los acreedores privados debería ser resultado de pagarles menos a los organismos multilaterales y viceversa. Quizá por estos mensajes contradictorios, la mayoría de los bonistas sigue especulando con que el Gobierno terminará ofreciendo un pago cash para mejorar la oferta, con una combinación de recursos que vino acumulando el Tesoro y reservas del Banco Central.
Por ahora, todas las miradas están puestas en las AFJP. Son la principal carta del Gobierno ya que representan casi 40% de los bonos en default. Desde hace meses son protagonistas de una trabajosa negociación con Economía, sin resultados a la vista. A tal punto que se habría trasladado desde los gerentes generales de las Administradoras hasta los propios bancos accionistas. En un momento la discusión pasó por la sanción de una ley que amparara a las AFJP de juicios de sus afiliados en caso de aceptar el cambio de dólares a pesos de los bonos cuasi par; luego por una modificación del mecanismo de ajuste de los cupones para que preservaran su valor en dólares. Ahora habría virado hacia una presión política del Gobierno: en el Congreso se acumulan proyectos para modificar el régimen previsional privado con una vuelta al sistema de reparto. Pero en este caso, el remedio podría ser peor que la enfermedad desde el punto de vista de la seguridad jurídica.
También han aparecido en el tablero de la reestructuración de la deuda otros elementos menos conocidos. El Estudio Broda, por ejemplo, estima que el modelo fiscal presentado por el Gobierno a los acreedores para el período 2005/2007 equivale a un superávit primario nacional de 3,2% del PBI si se calcula con la definición que utiliza el FMI; y si se incluye el superávit provincial, llegaría a 3,8% aplicable al pago de la deuda. Según Broda, este nivel "corregido" supera al de Brasil (3,4%) y no está tan alejado del de Turquía (5,3%), pero el Gobierno omite exhibirlo por razones políticas. Con menos prejuicios, este dato sería importante para plantear la imposibilidad de mejorar la oferta.
Para aumentar el suspenso habría que considerar además que para muchos bancos locales el rechazo a la propuesta no sería la mejor opción porque perjudicaría el valor de su cartera de títulos de la deuda nueva. Y, paradójicamente, también ha comenzado a computarse el factor hartazgo: después de tres años sin cobrar, no pocos inversores extranjeros estarían dispuestos a aceptar cualquier oferta con tal de sacarse de encima la pesadilla argentina.
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